JESÚS ¿MUJERIEGO O MISÓGINO?

Los diccionarios populares, al igual que los oficiales y académicos, rezuman tanto machismo por los poros de las sílabas de sus palabras, que el solo enunciado de los términos “mujeriego” y “misógino” proclama de por sí una acentuada porción de desprecio y desautorización hacia el primero, así como de cultura, y de buen ser y parecer hacia el segundo. A la hora, tan frecuentemente actualizada hoy, de inclinar la apreciación hacia Jesucristo, de si en su vida, evangelio y adoctrinamiento prevaleció uno u otro término –“mujeriego” o “misógino”- en su más limpia y honrosa acepción gramatical, es posible que orienten reflexiones como las sugeridas a continuación.

. Jesús es uno de los personajes que en su tiempo, y fuera del mismo, se distinguió en más nítida proporción y exactitud, en el reconocimiento y aceptación de la mujer, por mujer. La lectura de los evangelios y de la mayoría de los textos neotestamentarios, lo delatan con pulcritud y veracidad, pese a que los tiempos resultaban ser tan inclementes para ellas, además de que los autores de los libros sagrados, y sus respectivos traductores, fueron siempre varones.

. No contiene exageración alguna, ni familiar, ni social, ni política, ni religiosa, proclamar que una de las razones –sinrazones que se hallaron presentes y activas en la condena a muerte de Jesucristo, dictada por las competentes autoridades de la época, fue precisamente el ”escándalo” por él protagonizado, de tratar a las mujeres con idéntica –y aún mayor- consideración y respeto que al hombre.

. La mujer –pecado y tentación al pecado, propiedad y siempre y de por vida, al servicio del hombre-, recibió de parte de Jesús, tratamiento, confianza, consideración, reconocimiento de su dignidad personal, igual o superior al impartido por él respecto al varón como tal. En ocasiones, y por aquello de su predilección por los pobres, oprimidos, enfermos, marginados y esclavos, Jesús extremó con exquisitez y sabiduría humana y divina los gestos más favorables, benévolos y privilegiados.

. Siempre acompañado por las mujeres – sin que su cita exacta sea la correcta aún por los propios evangelistas, que ni siquiera en la “Santa Cena” la hicieron presentes- , las mujeres intervinieron en todo el proceso de evangelización salvadora de Jesús de modo ciertamente decisivo y espectacular. Cuestionar tal hecho, o no conferirle el merecido relieve, equivaldría a tener que confesarse ajeno al mensaje evangélico, obligado además a reconocerse incapacitado para la lectura. inepto e insensibilizado para percibir mensajes de redención y de vida, incluyendo en tan desdichado diagnóstico a sus respectivas madres, esposas y hermanas.

. Esto no obstante, con tan soberana claridad, predicado y vivido el dato por la mitad de la humanidad, más uno, que numéricamente es el censo en todo el mundo, y más en la Iglesia, ella – la mujer-, se encuentra en las peores condiciones de precariedad que registran los cánones, los artículos de la fe y los mandamientos de “Nuestra Santa Madre la Iglesia”. No hay otra institución, -y por más señas, Estado político-administrativo como el Vaticano, en el que constitucionalmente la mujer se ha de sentir preterida y marginada por su propia condición, incapacitada para actuar en el organigrama, con los mismos derechos y deberes que lo hacen, o puedan hacerlo, los hombres.

. Jesucristo, “profesional de la ejemplaridad”, religiosa y civil, mediadora la Iglesia de tan colosal ministerio y tarea, es, y hace perdurar, el testimonio viviente del comportamiento personal e institucional en relación con la mujer hoy, cuyas carencias resulta inhumano y anticristiano someter ya a aplazamientos indefinidos. Conforme a los evangelios, su actitud con las mujeres no pudo ser más natural- sobrenatural, igualitaria, digna y respetuosa, apreciada, elegante, justa, generosa y preciosa. Jesús no mantuvo confrontamiento alguno con ellas, habiéndolos mantenido -¡y de qué manera¡-, con otros grupos, como los de los Sumos Sacerdotes, fariseos, saduceos y demás congéneres.

. Tal constatación evangélica torna más incongruente aún, el comportamiento oficial que todavía perdura en la institución eclesiástica, hasta instar a muchos, y a muchas, a calificarla de inactual, siniestra, corrupta y, a tenor de los pasos tan cortos, cicateros y contradictorios que se registran, obstinada e impenitente, y sin esperanzadoras muestras de que nos encontremos en las ante- vísperas de la solución del problema.

. Es inexplicable- diríase que misterioso y quimérico-, que la mujer católica, contando además con que en otras Iglesias también cristianas, se resolvió ya a su favor el tema del sacerdocio- episcopado femenino, no haya decidido hacer uso de procedimientos de urgencia, factibles en casos de importancia y relieve como el de su exclusión de las responsabilidades jerárquicas. Concluir que la mujer católica “pasa” de estas reclamaciones, equivaldría a dudar de su consciente integración – comunión- en el organigrama eclesiástico, resignada al mantenimiento del mismo como servidora- esclava del hombre, convencido de que es él quien veraz y dogmáticamente encarna, y encarnará “por los siglos de los siglos”, el mensaje y el testimonio de Cristo Jesús.
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