MUJERES-SACERDOTES EN ESPAÑA
Recientes y reiteradas noticias procedentes de la Conferencia Episcopal Alemana atestiguan que, con santa y ejemplar audacia, miembros muy representativos de la misma abogan por impartirles la Comunión y otros sacramentos a los divorciados, casados por lo civil, prescindiendo de las todavía vigentes leyes canónicas que universalmente lo impiden. Para ello, se estudiaran los casos concretos, descartándose en su aplicación los subterfugios y tretas de las “anulaciones – reconocimiento de sus nulidades-, y otras figuras “legales”, y de las que sistemáticamente se benefician los “ricos”, “en el nombre de Dios “ y de la sociedad. Los obispos germanos, intérpretes fieles del “sensus fidelium” de una parte importante de sus diocesanos, en coincidencia con los principios de la teología más cálida y religiosa de la misericordia, han decidido dar este paso, que será ejemplar para otras Iglesias y que aliviará dudas de representantes de otras Conferencias, a la vez que titubeos- hesitaciones del mismo Papa Francisco.
Además de afectar, por supuesto frontalmente, el tema en España en proporciones similares, o más acentuadas, y consecuentemente a su Conferencia Episcopal, es aquí y ahora mi intención, el traslado y homologación del procedimiento al gravísimo problema que ya supone la falta de vocaciones sacerdotales, a la vez que con ello prescindir de cuanto significa la desaparición del ignaro, absurdo y ofensivo comportamiento institucional en relación con la discriminación femenina dentro de la propia Iglesia.
La falta de vocaciones sacerdotales en España es tremendamente grave, avalado el dato por estadísticas serias y estudios de prospección sociológico- religiosa, que ofrecen elementos básicos de juicio para llevar con exactitud a la conclusión de que, con excepción de portentosos e impensables milagros, puede fijarse ya el tiempo en el que parroquias, claustros monásticos, cabildos y hasta sedes episcopales quedarán vacantes a perpetuidad, por no haber candidatos, o por rebasar los DNI de estos lo establecido en el Código de Derecho Canónico.
No hay sacerdotes. El trabajo pastoral, tanto en los pueblos como en las ciudades, se reduce al estrictamente sacramentario y cultual, con menguadas posibilidades de atención sacerdotal, aunque religiosas- monjas y laicos lo suplan con inteligencia, fervor y eficacia, pero sin misas, es decir, sin celebración eucarística, y apenas sin poder rebasar los límites de lo funcionarial y administrativo. Y es que, ni hay personal “consagrado”, ni el tiempo que este pueda disponer es lejanamente suficiente, como para que los templos y “oficios” religiosos mantengan apariencias que justifiquen su uso y disfrute, impidiendo que algún día sean “distinguidos” con el rótulo de “cerrados por defunción”, o por haber sido destinados a otros menesteres, como museísticos o, en general, culturales o sociales, con olvido flagrante de que sin misas, es imposible la Iglesia.
Son ya muchos, con conciencia de Iglesia y además de alguna manera instigados por gestos y sugerencias del mismo Papa Francisco, a quienes la fórmula audaz de la acogida sacramentaria de la Conferencia Episcopal Alemana a los divorciados, les parece aplicable, o más, al problema de falta de vocaciones sacerdotales en España, precisamente facilitándoles el camino para ello a las mujeres. El recuerdo de Santa Teresa, en el quinto centenario de su nacimiento, ayudaría en tan sacrosanto empeño, y hasta disiparía infundados reparos femeniles mecidos por culturales deshumanizadas y deshumanizadoras y con el elemental convencimiento de que los tiempos dinosáuricos fueron rebasados.
Es inaplazable de determinación de abrir de par en par las puertas del sacerdocio femenino. Su necesidad es urgente, si creemos de verdad en la Iglesia y si la lectura y aplicación del evangelio se efectúan al margen de criterios y filosofías dimanantes de tiempos y de concepciones irresolutamente paganas. Es lamentable que precisamente hayan sido, y sigan siendo, en la Iglesia católica, consignataria, guarda y custodia de oprobiosas e indecentes misoginias, más altos los índices de antifeminismo Este, unas veces, con humor, y otras, hasta con citas bíblicas, se manifiesta con frecuencia en la clerecía y en sus anexos, descalificando toda opción que aspire a ser religiosa.
¿Quiénes apuestan porque en el esquema sinodal de la Iglesia se alentará pronto la esperanza de que en la misma Conferencia Episcopal Española, ante la carencia de vocaciones sacerdotales, se inicien y estimulen soluciones que incluyan las ordenaciones sacerdotales femeninas? ¿Cuántos se atreverían a tachar - y demostrar-, de despropósito, de herejía y de antijerarquismo esta contingencia?
Además de afectar, por supuesto frontalmente, el tema en España en proporciones similares, o más acentuadas, y consecuentemente a su Conferencia Episcopal, es aquí y ahora mi intención, el traslado y homologación del procedimiento al gravísimo problema que ya supone la falta de vocaciones sacerdotales, a la vez que con ello prescindir de cuanto significa la desaparición del ignaro, absurdo y ofensivo comportamiento institucional en relación con la discriminación femenina dentro de la propia Iglesia.
La falta de vocaciones sacerdotales en España es tremendamente grave, avalado el dato por estadísticas serias y estudios de prospección sociológico- religiosa, que ofrecen elementos básicos de juicio para llevar con exactitud a la conclusión de que, con excepción de portentosos e impensables milagros, puede fijarse ya el tiempo en el que parroquias, claustros monásticos, cabildos y hasta sedes episcopales quedarán vacantes a perpetuidad, por no haber candidatos, o por rebasar los DNI de estos lo establecido en el Código de Derecho Canónico.
No hay sacerdotes. El trabajo pastoral, tanto en los pueblos como en las ciudades, se reduce al estrictamente sacramentario y cultual, con menguadas posibilidades de atención sacerdotal, aunque religiosas- monjas y laicos lo suplan con inteligencia, fervor y eficacia, pero sin misas, es decir, sin celebración eucarística, y apenas sin poder rebasar los límites de lo funcionarial y administrativo. Y es que, ni hay personal “consagrado”, ni el tiempo que este pueda disponer es lejanamente suficiente, como para que los templos y “oficios” religiosos mantengan apariencias que justifiquen su uso y disfrute, impidiendo que algún día sean “distinguidos” con el rótulo de “cerrados por defunción”, o por haber sido destinados a otros menesteres, como museísticos o, en general, culturales o sociales, con olvido flagrante de que sin misas, es imposible la Iglesia.
Son ya muchos, con conciencia de Iglesia y además de alguna manera instigados por gestos y sugerencias del mismo Papa Francisco, a quienes la fórmula audaz de la acogida sacramentaria de la Conferencia Episcopal Alemana a los divorciados, les parece aplicable, o más, al problema de falta de vocaciones sacerdotales en España, precisamente facilitándoles el camino para ello a las mujeres. El recuerdo de Santa Teresa, en el quinto centenario de su nacimiento, ayudaría en tan sacrosanto empeño, y hasta disiparía infundados reparos femeniles mecidos por culturales deshumanizadas y deshumanizadoras y con el elemental convencimiento de que los tiempos dinosáuricos fueron rebasados.
Es inaplazable de determinación de abrir de par en par las puertas del sacerdocio femenino. Su necesidad es urgente, si creemos de verdad en la Iglesia y si la lectura y aplicación del evangelio se efectúan al margen de criterios y filosofías dimanantes de tiempos y de concepciones irresolutamente paganas. Es lamentable que precisamente hayan sido, y sigan siendo, en la Iglesia católica, consignataria, guarda y custodia de oprobiosas e indecentes misoginias, más altos los índices de antifeminismo Este, unas veces, con humor, y otras, hasta con citas bíblicas, se manifiesta con frecuencia en la clerecía y en sus anexos, descalificando toda opción que aspire a ser religiosa.
¿Quiénes apuestan porque en el esquema sinodal de la Iglesia se alentará pronto la esperanza de que en la misma Conferencia Episcopal Española, ante la carencia de vocaciones sacerdotales, se inicien y estimulen soluciones que incluyan las ordenaciones sacerdotales femeninas? ¿Cuántos se atreverían a tachar - y demostrar-, de despropósito, de herejía y de antijerarquismo esta contingencia?