¿Manopla Litúrgica?

Para muchos, y al igual que todos los años, en su día primero -uno de enero del 2011- constituyó una gracia de Dios disfrutar de la posibilidad de contemplar y escuchar en televisiones de todo el mundo el Concierto de Viena o la solemne Misa Pontifical en el Vaticano. Uno y otro acontecimiento, por su solemnidad, simbología y contenido religioso y cultural, redimen en gran proporción y medida al medio televisivo de tantos pecados y aberraciones, episodios y programas de mal gusto, de los que habrán de ser fieles portadores a lo largo y ancho del año. Desde tal perspectiva y convencimiento huelga destacar que, al menos en su inicial planteamiento e intención, el compromiso de los televidentes con valores tan sobresalientes como la religión y la cultura, puedan llegar a tener por su parte cierta vigencia.
Dado que en nuestra “itinerante” sección tienen preferente cabida los temas relacionados con la Iglesia, es explicable que pongamos el acento en algunos detalles de la solemnidad de la que el Romano Pontífice fue su protagonista principal, a tenor del tiempo que acaparara las cámaras, a la vez que de los comentarios que los liturgistas formularon en los distintos momentos de la celebración eucarística.

Para una notable mayoría de televidentes que quisieron franquear el umbral del año con signos y motivaciones piadosas, su decisión de “asistir” a la misa, sentados frente al televisor doméstico, fue, o pudo ser, reconfortante y constructivo. Lo fue así mismo la bendición impartida, de modo similar a como el saludo cargado de los mejores augurios, recibido con radiante satisfacción por la multitud, al hacerlo en sus respetivos idiomas.

Es justo reconocer, no obstante, que fueron también no pocos los cristianos televidentes a los que tanta solemnidad, pompa, fastuosidad y aparato no fue de su agrado, y aún fustigable, por motivos también estrictamente piadosos. Pensaban que en los tiempos sociológico-religiosos que corren, es imprescindible y ejemplarizante ahorrarse buenas dosis de ceremonias y ritos, que en tan parca y escasa proporción contribuyen, sino todo lo contrario, a presentar y a conferirle vida y capacidad redentora a Cristo Jesús, eje y justificación suprema de cualquier ceremonia litúrgica, y más de la santa misa.

Y es que los ritos, por mucha y muy sagrada base litúrgica sobre la que estén asentados, precisan con sensatez y urgencia, una revisión que los acomode al sentir mayoritario de la sociedad actual creyente, en activo o en potencia. Iniciar nada menos que todo un año -una vida- con su inherente proyección civil y eclesiástica bajo el signo de celebraciones ostentosas, espectaculares y lujosas, no parece consonar con las convicciones, situaciones y aún deseos que en la actualidad despuntan en el paisaje en el que desarrollan su vida y su actividad el resto de los mortales, sean cristianos o no.

A título de ejemplo -desejemplo- y con la seguridad de que para todo o casi todo hay alguna explicación en la vida, fuimos muchos a quienes nos extrañó en demasía el hecho siguiente: En un momento de la ceremonia, el Papa recibió y bendijo personalmente, junto al altar, a diversas parejas, a las que les fue dando su mano pontifical, que por cierto y seguidamente era limpiada con una toallita, por el asistente litúrgico de turno… Con los simbolismos higiénicos, y no tan higiénicos, y menos a los pies del altar, es necesario cuidar exquisitamente los gestos, en evitación de la contingencia de que no todas las interpretaciones que puedan brotar sean bienintencionadas… La manopla que en situaciones parejas usa la Reina de Inglaterra puede resultarles a muchos un gesto menos vejatorio.
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