Vivir del Altar

Por “muy digno, equitativo y religioso” que les haya sido, y les sea, a los sacerdotes “vivir del altar”, las circunstancias y los tiempos cambian, o cambiarán, muy rápidamente y en profundidad, y el altar como fuente de financiación está ya a punto de agotar sus existencias. No es aquí y ahora de mi incumbencia emitir juicios en torno al tema, sino tan solo reseñarlo con fidelidad y experiencias, y excitar la reflexión por parte de quienes corresponde, que son los sacerdotes, los laicos y la jerarquía.

. La vigencia de que “quien sirve al altar habrá de vivir del mismo”, que pudo haber sido justificación en tiempos pasados, hoy difícilmente lo es para propios y extraños. Tampoco está revestido de credibilidad, el principio, inconcuso para unos de que “alrededor del altar se mueve y resuena en demasía el dinero”. Unos dicen que “la virtud está en el medio”, pero otros aseveran que virtud y dinero difícilmente establecen coyunda alguna, y menos alrededor del tabernáculo y del presbiterio.

. “Vivir del altar”, como fórmula de financiación y mantenimiento del “culto y clero”, con dinero procedente del erario público, está sometido a santa y sana reflexión con cualificado rechazo por parte de unos, pero con la convicción de otros de encontrarnos en vísperas de que pronto-ya- serán distintos los procedimientos para financiar a la Iglesia.

. Así las cosas, y en plazo relativamente corto, -nos guste o nos disguste- los sacerdotes se verán obligados a prescindir de las asignaciones estatales. Noticias, comentarios y declaraciones de políticos y asimilados, haciendo a veces uso de argumentos y facilonas especulaciones, así lo confirman.


. Son ya muchos los que piensan que cargos “oficiales” encomendados a los sacerdotes, con inclusión de los profesores de Religión y capellanías, habrán de ser religiosamente atendidos por la Iglesia, pero no con emolumentos estatales.

. En el contexto del apostolado-ministerio que define de por sí la actividad y vocación eclesiales, con dificultad cabe y se justifica la posibilidad de esos sueldos con destino pastoral, en la nueva concepción político-administrativa. Presiento que a esta llegaremos pronto, aunque el desacuerdo para muchos tenga que ser necesariamente extraño e improcedente. No obstante, adelantarse a los tiempos, sobre todo cuando estos son eclesiales y se avizoran ya en el horizonte, no es un vicio, sino una virtud cardinal, con sobrenombre de prudencia.

. No pocos creen con firmeza que una fórmula sacerdotal para afrontar en parte el problema habría de ser su dedicación a otras actividades, previo el estudio y la capacitación, conseguida en carreras civiles o en trabajos más o menos técnicos.

. Ante panoramas como este, y aún sin él, y como la Iglesia, su clero y sus obras precisan, y precisarán, de medios económicos, suficientes y más, para su mantenimiento digno y efectivo, su procedencia no podrá ser otra que la colaboración de sus miembros, feligreses o parroquianos, –Pueblo santo de Dios-. La enseñanza de que la fe exige, supone y entraña compromisos económicos con la institución –culto, obras de caridad y de promoción- es, será, capítulo fundamental de la formación verdadera y cabalmente religiosa.

. Si hasta el presente la aportación- colaboración económica a la Iglesia se había activado solamente al “pasar el cepillo”, aprovechando la ocasión efímera para echar en el mismo los céntimos de euros que molestan en los monederos, la conciencia propia y específica del cristiano obligará a que tal colaboración- contribución sea considerablemente más generosa , digna y sacrificada. El sentido y el contenido de la religiosidad verdaderamente cristiana, apenas si tiene, ni tendrá, otra medida más fiel , elocuente y representativa, como la que pasa por nuestros bolsillos y por las cuentas corrientes bancarias.
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