Creencias y experiencia

El otro día escuché a unos amigos discutir con gran fervor si era obligatorio creer en el infierno, si el católico debía de ir a misa los domingos o si se tenían que confesar. Algunos apuntalaban sus argumentos, para que resultaran convincentes, con nombres de sacerdotes renombrados. Tengo que reconocer que no me gustó el planteamiento pues las creencias no se pueden imponer y sus argumentos deformaban el sentido de nuestra religión.

Estas discusiones de gente mayor coinciden con que se vacían los templos de gente joven y se llenan los cursos y retiros que enseñan meditación ya que el hombre de nuestro tiempo busca espiritualidad y el contacto con la trascendencia, aunque desconoce lo que persigue, para dar sentido a su vida. A lo mejor se encuentra con Dios en el camino de Santiago, en la romería a la virgen de su pueblo o en un paseo al borde del mar pero muchos ya no lo buscan en las iglesias.

Desconozco los motivos por los que el cristianismo ha recelado siempre de los místicos, especialmente si eran mujeres, a las que incluso se les achacaba relaciones con el demonio. Una constante histórica es que los pocos que practicaron la contemplación fueron personas consagradas y en ninguna cabeza cabía que sus prácticas se ampliaran a los laicos.

Se ha recibido en occidente con entusiasmo la mística oriental, con algunas adaptaciones para que sea mejor comprendida y no resulte extraña a nuestras mentalidades. Entran a formar parte de esta contemplación el silencio y las prácticas corporales de manera a conseguir el contacto con nuestra interioridad donde se aloja Dios. No es un camino muy distinto al que buscan los místicos de todas las creencias pues, en suma, lo que deben perseguir las religiones es conducir a sus fieles por un camino que les lleve a la trascendencia, tenga el nombre que tenga.

Pero si las viejas sendas, válidas en otros momentos históricos, para algunos no apuntan al destino hay que ampliar la oferta con caminos nuevos. De aquí que sería conveniente la existencia en muchas parroquias de personas familiarizadas con estas técnicas para conseguir que los fieles hagan experiencia de Jesús, de Dios o de una trascendencia innominada. La religión auténtica no consiste en repetir de viva voz, como un loro, los enunciados del credo o de señalar obligaciones a los fieles ya que tanto las creencias como las normas no se pueden imponer. La Iglesia, como institución, debe dar un paso atrás mientras ayuda a que los católicos encuentren el camino de su interioridad en la que se encontrarán con la trascendencia aunque no frecuenten el templo. No es fácil aunque hay que intentarlo
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