La droga de las prohibiciones
He leído esta mañana un artículo de Juan Antonio Sagardoy con este título que me ha hecho reflexionar. Las personas detrás de un mostrador parecen satisfechas cuando anuncian que faltan unos requisitos para obtener lo que necesitas y los entes públicos deben regular la vida de la sociedad necesaria para la convivencia humana pero muchas veces se pasan, exigiendo conductas que no hacen daño a nadie
¿Y cómo afecta esta droga a la Iglesia? A lo largo de los siglos ha querido reglamentar la vida de los cristianos en todos los sectores. Recuerdo que iba con mi madre cuando era joven a pedir la bula de la abstinencia, un permiso que permitía el consumo de carne los viernes, algo que sólo teníamos en España y que escandalizaba a mis amigos norteamericanos ¿Os dan a cambio de dinero la posibilidad de saltaros la ley? Pero también pienso ¿Qué razón hay para exigir el ayuno determinados días del año, para confesar por Pascua florida,asistir a la eucaristía los domingos…? Me gustaría más que fueran consejos
En el tema del sexo la lista de reglamentaciones es larga y da la impresión de que es el vocablo en sí, el que está mal visto. Los varones no pueden ser diáconos permanentes antes de los 30 años por miedo a que este hecho frene el camino del sacerdocio. Tampoco el campo femenino se libra de las prohibiciones: no podemos ser sacerdotes, no podemos repartir la comunión, no podemos leer la epístola en la eucaristía salvo que no haya varones en la audiencia… Hace muy pocos años teníamos que taparnos la cabeza para entrar en el templo, llevar manga larga y utilizar medias aunque hiciera un calor insoportable, gracias a Dios estas órdenes han caído en desuso
Pero las prohibiciones que quedan obsoletas no sirven más que para irritar a los fieles e incitarles a no cumplirlas. Hoy, el sentido común ha ido suprimiendo algunas de estas normas y el ideal sería que la Iglesia asumiera la mayoría de edad de los fieles, para dejar libertad de actuación en los casos que no afecten a la convivencia. Además el credo de nuestro señor Jesucristo era positivo, amarás a Dios y a tu prójimo y sería bueno quitar el polvo, como dijo Juan XXIII, que arrastra la Iglesia desde tiempos del Imperio Otomano, un polvo que lleva implícito la droga de la prohibición que siempre complace a los funcionarios porque demuestra su poder