Nosotros hemos impartido la extrema unción
Sonó el teléfono de mi marido, un domingo de invierno, cuando tomábamos café después de almorzar. Por la cara que puso, mientras hablaba, supe que algo malo había ocurrido. En efecto, nos llamaba un amigo de nuestro hijo Jaime para decirnos que había tenido un accidente cuando esquiaba en Suiza y que estaba en un hospital de Berna, con pronóstico grave. Cogimos un avión y casi no hablábamos pues nos quedamos en shock.
Al llegar al hospital nos esperaba lo peor pues nos dijeron que a nuestro hijo le daban pocas horas de vida. Cuando se enteraron los médicos de que éramos católicos se acercó a vernos el capellán del hospital, un hombre maravilloso de mediana edad que nos propuso darle a Jaime la extremaunción, aceptamos y los tres entramos en la UVI. Seguimos sus instrucciones repitiendo sus palabras y haciendo las cruces preceptivas con los óleos sobre el cuerpo de nuestro hijo.
Yo, inmersa en una enorme pena, no me daba mucha cuenta de lo que estábamos haciendo pero me pareció raro que nosotros tomáramos tanta parte activa en el sacramento y le pregunté: Padre, ¿ha cambiado el rito? Su contestación me impactó, no era sacerdote y cuando el obispo le encomendó la capellanía del hospital, el servicio venía con los santos óleos incluidos y con las palabras: haz lo que puedas. Pensó que siendo todos laicos, nosotros teníamos más derecho a impartir la unción a nuestro hijo pues era el último servicio que le podíamos hacer en vida.
No se me olvidará nunca ese capellán que era empleado de un banco y venía a vernos a mediodía en su hora libre para almorzar y cuando salía del trabajo por la tarde. Buscó un sacerdote para que dijera una misa corpore insepulto y la verdad es que hubiéramos preferido una liturgia con el capellán que había pasado muchas horas con nosotros y nos conocía.
Cuento esta trágica historia, no me gusta hacerlo porque aunque han pasado muchos años todavía lloro, con motivo de las rasgaduras de vestiduras de algunos ante la propuesta del papa de ordenar diaconisas, mujeres que no podrán, en caso de ser ordenadas, administrar el sacramento de la unción. Una vez lo comenté en Roma, en un curso que estaba dando, y al terminar se me acercó una señora francesa para decirme si era consciente de la invalidez de ese sacramento que habíamos impartido ¿Válido para quién? Fue mi respuesta.
Comprendo que la Iglesia como institución tiene que tener unas normas pero también me parece que los obispos deben velar por el buen servicio a la feligresía y en estos momentos de escasez de sacerdotes en muchas diócesis, están en la obligación de tirar de lo que puedan. Eso hizo el obispo de Berna con nosotros hace unos años y le estamos muy agradecidos.
Al llegar al hospital nos esperaba lo peor pues nos dijeron que a nuestro hijo le daban pocas horas de vida. Cuando se enteraron los médicos de que éramos católicos se acercó a vernos el capellán del hospital, un hombre maravilloso de mediana edad que nos propuso darle a Jaime la extremaunción, aceptamos y los tres entramos en la UVI. Seguimos sus instrucciones repitiendo sus palabras y haciendo las cruces preceptivas con los óleos sobre el cuerpo de nuestro hijo.
Yo, inmersa en una enorme pena, no me daba mucha cuenta de lo que estábamos haciendo pero me pareció raro que nosotros tomáramos tanta parte activa en el sacramento y le pregunté: Padre, ¿ha cambiado el rito? Su contestación me impactó, no era sacerdote y cuando el obispo le encomendó la capellanía del hospital, el servicio venía con los santos óleos incluidos y con las palabras: haz lo que puedas. Pensó que siendo todos laicos, nosotros teníamos más derecho a impartir la unción a nuestro hijo pues era el último servicio que le podíamos hacer en vida.
No se me olvidará nunca ese capellán que era empleado de un banco y venía a vernos a mediodía en su hora libre para almorzar y cuando salía del trabajo por la tarde. Buscó un sacerdote para que dijera una misa corpore insepulto y la verdad es que hubiéramos preferido una liturgia con el capellán que había pasado muchas horas con nosotros y nos conocía.
Cuento esta trágica historia, no me gusta hacerlo porque aunque han pasado muchos años todavía lloro, con motivo de las rasgaduras de vestiduras de algunos ante la propuesta del papa de ordenar diaconisas, mujeres que no podrán, en caso de ser ordenadas, administrar el sacramento de la unción. Una vez lo comenté en Roma, en un curso que estaba dando, y al terminar se me acercó una señora francesa para decirme si era consciente de la invalidez de ese sacramento que habíamos impartido ¿Válido para quién? Fue mi respuesta.
Comprendo que la Iglesia como institución tiene que tener unas normas pero también me parece que los obispos deben velar por el buen servicio a la feligresía y en estos momentos de escasez de sacerdotes en muchas diócesis, están en la obligación de tirar de lo que puedan. Eso hizo el obispo de Berna con nosotros hace unos años y le estamos muy agradecidos.