El tempo de la Iglesia

No entiendo mucho de música con lo que para escribir este blog he utilizado Wikipedia. Me entusiasma el réquiem de Mozart pero el año pasado estuve en un concierto donde el director de la orquesta y del coro metió prisas, prestissimo, de tal manera que el concierto duró 10 minutos menos de la habitual. Por lo visto antes del descubrimiento del metrónomo los músicos tenían más libertad y por eso algunos términos en italiano: andante, presto, alegro, adagio… que indicaban como se debía de utilizar el tiempo.

Entre el público los había que, cuando acabó el Requiem, aplaudían sin parar pero otros se mostraban escépticos. Yo sentí que aquella velocidad no me permitiera gozar de los momentos más sublimes de la obra pero reconozco que aplaudí porque soy bien educada.

Cuando pienso en la Iglesia me viene a la cabeza que los papas son directores de orquesta de toda la cristiandad. Algunos prefieren ir despacio mientras que otros piensan que no se puede perder el tiempo y aceleran los compases. A los fieles les pasa lo mismo los hay que gozan con la lentitud pero otros quieren que los cambios se produzcan más rápido.

Lo bueno o malo en la Iglesia es que los músicos no seguimos el ritmo que marca el pontífice pues tenemos nuestras preferencias y vivimos en distintos ambientes. De nada sirve que el Papa de turno imprima un tempo pues la cabeza no puede mover por sí sola al elefante eclesial. Unos quieren seguir el ritmo del pasado pero a su lado están los profetas y visionarios que quieren mover la Iglesia pensando en el futuro. La canonización conjunta de Pablo VI y Juan Pablo II ha intentado acertar las dos posturas.

Pero hay que reconocer que el papado de Bergoglio está inspirado en Juan XXIII y me recuerda a los textos del Apocalipsis llenos de imágenes de futuro que quiere que se conviertan en presente. Predica un nuevo modelo de Iglesia con la intención de cambiar el mundo pero sus palabras tienen poco seguimiento episcopal y los fieles pierden la esperanza: como los divorciados, las mujeres, los homosexuales, los que defienden el celibato eclesial… y se alejan de la nave. El enfrentamiento está siendo mayor de lo esperado, tras dos pontificados tradicionales, y es el culpable de la inmovilidad de la Institución. Como decía el teólogo alemán Hermann Háring “los gobiernos absolutos no se pueden resolver con reformas continuadas sino que hay que tomar correcciones dramáticas y entonces las fisuras son inevitables”.

Aunque el Papa imprima a la Iglesia un tempo allegro agitato los músicos más importantes de la orquesta no están dispuestos a seguirle y desafinan. El pontífice tiene la buena voluntad de no imponer su parecer pero, si no lo hace, nos quedaremos en un andante que no servirá para mucho. Esa es mi preocupación.

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