¿Más furor que inteligencia?

Ya estamos en una nueva precampaña o campaña electoral. Todo el mundo mira ya hacia las generales. ¿Por qué el espectador más desapasionado puede ver en buena parte de las incipientes proclamas más ambiciones que substancia gris? ¿Por qué más furor hacia los rivales que verdaderos planes de servicio a los ciudadanos? Son extraños frutos que no nacen necesariamente de la política, sino de la mala política. La de quienes todavía no han entendido algo tan elemental como que la nobleza de la gestión pública está en la desinteresada y obligada voluntad de servir.

ÉNFASIS E INTELIGENCIA MERMADA
(De elecciones)


No parece andar sobrado de inteligencia. Ahueca la voz. Todo su discurso es un lento y pretencioso ejercicio de énfasis. Si anduviera muy dotado de talento, ¿para qué iba a simular una trascendencia que ni él ni sus mensajes poseen? Si estuviera seguro de la aplastante verdad de sus afirmaciones, le bastaría con hacerlas sin añadirles ese ingrediente de patetismo pomposo que coloca a sus palabras como en una tonta bóveda.


Tampoco al grueso de sus seguidores parece sobrarles el ingenio. Está probado que, diga lo que diga, hagan lo que hagan él y sus primeros edecanes, hayan hecho lo que hayan hecho en el pasado, no les falta nunca un suelo firme de votantes, una masa segura, ciega y fiel.

Por lo común, no parecen andar sobradas de inteligencia las masas seguidoras de los políticos ni las masas en general, aunque esto no sea ni bien visto ni ventajoso proclamarlo.

¿Y tú, ingenuo, tan inteligente, tan superdotado te consideras?


No. Bueno, sí, algo, si atendemos al ras de referencia y al punto de comparación del que partimos.


Pero lo mío, en todo caso, no tiene importancia ni precisa explicación mayor. Está a la vista que soy tonto y orgulloso. Y un ingenuo confeso y sin paliativos.


(De Elogio de la ingenuidad, Madrid, Nueva Utopía, 2007, p. 147).
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