¿Son los pueblos imbéciles?

A juzgar por cómo votan en las convocatorias electorales podría parecerlo en algunas ocasiones. ¿Son los pueblos masa corrupta? Viendo cómo inciden repetidamente en dar su voto a políticos corruptos, cualquiera podría inclinarse a la respuesta afirmativa. Parece haber casos palmarios. ¿Por qué no echa para atrás a los pueblos la putrefacción y la pestilencia de sus dirigentes? Oiga usted, que no todos son corruptos... Por supuesto, no todos. Pero algunos lo son y el hedor apesta de lejos. Y algunos continúan profesionalmente en las tareas públicas tiempo y tiempo, quizá de por vida. ¿No estará usted exagerando? Para eso funcionan los tribunales... En una parte importante de los casos ni siquiera se admiten los cargos presentados contra ellos. En otra, los procesos se prolongan eternamente y a menudo terminan en el sobreseimiento u otra figura similar. Con alguna frecuencia, en la declaración de delitos prescritos. Y el poder judicial, ¿qué? La estima que el pueblo tiene de él resulta francamente pesimista. ¿Alcanza el juicio negativo a todos los jueces? Suponemos que no. Por debajo de los altos tribunales y organismos aledaños hay una legión de jueces que se emplean honradamente en la administración de una justicia cercana al ciudadano a los que sería injusto atribuir en directo el terrible dictamen de las encuestas. ¿Y esos altos organismos y tribunales? ¿Quién ha elegido a sus miembros? ¿Para qué? Hace unos días me pareció oír clamar contra el Ejecutivo y su falta de independencia con respecto al Poder Judicial a un miembro del CGPJ elegido por unas determinadas siglas políticas. En todo su apasionado alegato respiraba el más que previsible partidismo.

¿Son los pueblos mayoritariamente imbéciles? Maquiavelo lo afirma con otras palabras en “El príncipe” (cap. XVIII). Pero resulta muy duro aceptar que, después de cinco siglos y una millonada invertida anualmente en Educación, pueda seguir teniendo razón el astuto florentino y que el rebaño humano continúe siendo básicamente igual de manejable a través de los siglos. Aun así, en estos tiempos en que la vida pública, y a veces la privada, está a todas horas en el gran escaparate de los medios de comunicación, sorprende que no son los intelectuales, ni los filósofos los que campean en ellos. Mucha más presencia que los grandes del pensamiento, guías posibles de la población, tienen los ases del espectáculo y los famosos sin causa. Y por supuesto, y es un fenómeno llamativo de la modernidad, los cocineros. Todo el respeto para esta profesión. Todo. ¿Pero se ha reparado en que los cuatro o seis u ocho grandes cocineros del reino aparecen en las teles, hablan y peroran, responden a entrevistas y ocupan más lugar que los intelectuales, más que el que los sabios ocuparon en la vida pública de los pasados siglos? A Sócrates y a Platón jamás se les dio en Atenas ni tal veneración ni la posibilidad de tan vasto magisterio. ¿Qué hacen buena parte de las empresas de comunicación en su papel de mediadores sociales, convertidas en puro o impuro negocio?

¿Son los pueblos imbéciles? A veces lo parecen. Y hay no pocos poderes interesados en que lo sean.
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