Josep Miquel Bausset Mossèn Antoni Sanchis, un hombre bueno
Hoy 12 de mayo conmemoramos el centenario del nacimiento de mossèn Antoni, como afectuosamente lo conocíamos, un sacerdote “atípico”, que vivió su ministerio al servicio del Evangelio y al servicio de los enfermos.
Por encima de todo, mossèn Antoni fue un hombre bueno, un “servidor por amor de Jesús” (2C 4:5), una persona afable que supo amar a los hombres y las mujeres, sin hacer ninguna diferencia, tanto si eran de “misa”, como si no lo eran. Mossèn Antoni, con su afabilidad y sana ironía, con su buen humor y su sonrisa permanente, era una persona que amaba y se hacía querer.
Antoni Sanchis i Martínez, que nació en el País Valenciano, en la ciudad de Alberic el 12 de mayo de 1923, hoy hace cien años, fue ordenado presbítero el 23 de junio de 1946 y destinado como vicario a la parroquia de San Bartolomé de Xàbia con solo 23 años. En 1948 fue enviado a la Universidad Pontificia de Salamanca para hacer la licenciatura en Derecho Canónico y en 1950 pasó a ser el rector de Alcàntera, haciéndose cargo también de las parroquias de Gavarda y de Beneixida, en la comarca valenciana de la Ribera Alta. En 1957 fue nombrado Consiliario Diocesano de la Juventud de Acción Católica y un año más tarde, prefecto de teólogos del Seminario de València. En 1962 ocupó la plaza de capellán en el antiguo Hospital Provincial de València hasta que se jubiló en el año 1988. A pesar de haberse jubilado, mossèn Antoni aún aceptó hacerse cargo de la parroquia de Benimuslem, de 1993 a 1996.
Mossèn Antoni Sanchis era un cura abierto, dialogante y avanzado, que se relacionaba con toda la gente. Solo cabe recordar, como, diferencia con los demás sacerdotes (y estoy hablando de los años cincuenta), que él no se encerraba en la sacristía sino que acostumbraba a ir al bar del pueblo para encontrarse con sus vecinos y hablar con ellos o se desplazaba de un pueblo a otro en una moto Gucci.
Su manera de ser y de hacer, libre y plenamente evangélica, le valió algún que otro “monitum” o advertencia por parte de una jerarquía anclada en el pasado y representante de un nacional-catolicismo antievangélico. Mossèn Antoni, por ejemplo, contaba que una vez, cuando él era prefecto del Seminario, que fue censurado por el mismo rector, por el simple hecho de estar hablando en valenciano delante de dos seminaristas. Y es que “en el Seminario hablar en valenciano estaba prohibido. De eso, creo, dice en su libro “Despullament eclesiàstic d’un mossèn septuagenari”, que aún no nos hemos rehecho totalmente”. Y es que, todavía en pleno siglo XXI, en los Seminarios valencianos de Sogorb-Castelló, Oriola-Alacant y València, nuestra lengua continúa arrinconada y por eso, desde hace muchos años, los cristianos valencianos estamos esperando la edición del Misal Romano en “valenciano”, como pedía mossèn Antoni.
"Mossèn Antoni, por ejemplo, contaba que una vez, cuando él era prefecto del Seminario, que fue censurado por el mismo rector, por el simple hecho de estar hablando en valenciano delante de dos seminaristas. Y es que “en el Seminario hablar en valenciano estaba prohibido"
Con su carácter sencillo, humano y risueño, mossèn Antoni Sanchis sabía tomarse la vida con ilusión, con esperanza y sobre todo con alegría y buen humor. Y de esta manera sabía ganarse a la gente.
Mossèn Antoni era un sacerdote preocupado por la lengua del País Valenciano, tantos años prohibida en la Iglesia. Él mismo contaba como entró en contacto con “Lo Rat Penat”, “aquella institución tan gloriosa que, hoy, desgraciadamente, por motivos políticos, se ha transformado en un factor de secesionismo de la unidad de la lengua”. Su amistad con el benemérito mossèn Vicent Sorribes (gran defensor del valenciano en la liturgia), lo ayudó mucho a vivir el valencianismo. Mossèn Antoni colaboró con entusiasmo en la difusión del “Llibre del Poble de Déu”, el misal en valenciano, preparado por el P. Pere Riutort, para así hacer posible la liturgia en la lengua de Sant Vicent Ferrer, de la Beata Pepa Naval y de la abadesa Sor Isabel de Villena.
Cuando el año 1968, la revista “Serra d’Or”, publicada en Montserrat, dedicó un número monográfico al País Valenciano, el periodista J.J. Pérez Benlloch, habló largamente con mossèn Antoni, “de todo lo que hiciera referencia a la religión en el país”. A la pregunta del periodista Pérez Benlloch sobre la lengua en la liturgia, mossèn Antoni contestaba: “La verdad es que la Unesco y el Concilio fijan i reconocen la línea a seguir. Pero pienso que la clerecía valenciana aún no se ha dado cuenta del valor pastoral de la lengua vernácula. A pesar de eso, se ha hecho camino. Si miramos atrás, podemos ser, incluso, optimistas. Yo recuerdo que después de la guerra, en el Seminario era duramente castigado el hecho de hablar valenciano”.
En la actualidad, con el nuevo arzobispo de València, las cosas pueden cambiar. Pero con obispos totalmente contrarios a nuestra lengua, como el de Oriola-Alacant y el de Sogorb-Castelló, la lengua aún no ha entrado con normalidad en la Iglesia.
Unos años más tarde, mossèn Antoni escribía: “Los cristianos valencianos y los propios sacerdotes valencianos, tenemos el derecho ineludible de ir haciendo que la Iglesia de València sea plenamente valenciana”. Y añadía aún: “Tenemos el derecho que los obispos, presbíteros y diáconos, sepan bien el valenciano, la lengua propia de la tierra. Tenemos derecho a una evangelización y a una catequesis en valenciano y la liturgia, también, a sentir la predicación de la misma lengua de Sant Vicent Ferrer, no un día al año, sino siempre”. Con valentía, mossèn Antoni acababa así: “La pseudo discusión valenciano/catalán, no es más que una estratagema para continuar con una Iglesia castellanizada”. Pidamos a las parroquias”, continuaba mossèn Antoni “más valenciano. Sed valientes y no renunciéis a vuestros derechos”.
Siempre que yo venía a l’Alcúdia, mi pueblo, a ver a mis padres y a mis hermanas, me desplazaba, con mi padre a Alberic, para visitar a mossèn Antoni y pasar un rato con él, mientras le escuchaba, embelesado, ya que era un hombre lleno de sabiduría y de sentido común, cosas que no siempre tienen los sacerdotes. El año 2000, cuando vine a mi pueblo a ver a mis padres y hermanas y fui a verlo, mossèn Antoni me regaló su libro, con una dedicatoria manuscrita que mostraba su humildad, su gran bondad y su amor a Montserrat: “A la comunidad benedictina de Montserrat, “ex toto corde”, con la pretensión (¿puede ser desproporcionada?) que forme parte de la biblioteca de este histórico monasterio, gloria de la Iglesia y de Cataluña. Antoni Sanchis. Año jubilar 2000”.
Desde aquel día, el libro “Despullament eclesiàstic d’un mossèn septuagenari” forma parte de la biblioteca de Montserrat, como un testimonio de la vida sencilla y ejemplar de mossèn Antoni, un hombre de fe, un hombre bueno, un servidor del Evangelio y un sacerdote valencianista, “rara avis” en una clerecía fuertemente castellanizada.
Mossèn Antoni murió en septiembre de 2009, con 86 años, después de una vida dedicada a servir el Evangelio y el Pueblo de Dios.
Hoy que hace cien años del nacimiento de mossèn Antoni, damos gracias a Dios por la vida de este sacerdote sencillo y afable, que siempre estuvo al servicio del Reino. Además, mossèn Antoni fue un hombre que trabajó y apostó decididamente por el valenciano en la Iglesia, a pesar de la incomprensión, la mala fe y la desidia de los sucesivos obispos castellanistas del País Valenciano, a excepción de les obispos Pont, Cases y Sanus.
En este año del centenario del nacimiento de mossèn Antoni Sanchis, sería importante que la Generalitat del País Valenciano le concediese, a título póstumo, la Alta Distinció, por el excelente trabajo pastoral de mossèn Antoni a favor de los enfermos y por su compromiso con el valenciano en una Iglesia fuertemente castellanizadora.
También sería importante que las diócesis valencianas, encabezadas por los obispos Enric Benavent, Casimiro López y José Ignacio Munilla, ofrecieran un homenaje público a mossèn Antoni Sanchis, y a los mossens pioneros en la lucha por el valenciano en la Iglesia, como los admirables sacerdotes Vicent Sorribes, Alexandre Alapont, Joan Carles Alemany, Josep Almela, Josep Lluís Aracil, Guillem Badens, Jesús Belda, Vicent Cardona, Jordi Cerdà, Julio Ciges, Josep Antoni Comes, Jesús Corbí, Miguel Díaz, Josep Escrivà, Vicent Estarlich, Vicent Faus y su hermano Josep (que tuvo que dejar el Seminario de València por la aversión de los formadores por el valenciano). El joven seminarista Josep Faus, en una carta al escritor Joan Fuster, le hacía sabe que en el Seminario de València se decía que “ser valencianista es ser traidor a la patria”. Por eso el joven seminarista Josep Faus tuvo que dejar el Seminario de València, debido a la aversión de los formadores hacia el valenciano y se fue al Seminario de Barcelona, donde el catalán era valorado y no marginado, como pasaba en el Seminario de València.
Otros beneméritos sacerdotes (porque el ministerio es para siempre), comprometidos con el valenciano son Avel·lí Flors, Enric Ferrer, Francesc Gil, Llorenç Gimeno, Joan Llidó, Antoni López, Manuel Martín, Josep Martínez, Vicent Martínez, Josep Melià, Jordi Miquel, August Monzon, Francesc Mulet, Vicent Micó, Honori Pasqual, Tiburci Peiró, Ramon Peris, Pere Riutort, los hermanos Josep Mª i Vicent Ruix, José Enrique Sala, Joan Sanchis, Vicent Sarrió, José RamonSoeiano o el jesuita Francesc de Borja Banyuls. Y también los laicos Francesc Ferrer Pastor y Manuel Sanchis Guarner y los buenos obispos Josep Pont i Gol, Josep Mª Cases y Rafael Sanus.
Hace unos años, un grupo de sacerdotes valencianos escribieron una carta al obispo Carlos Osoro, pidiéndole la introducción del valenciano y la edición del Misal Romano en nuestra lengua. Aprovechando que ahora en la diócesis de València tenemos a un obispo favorable al valenciano, los sacerdotes se habrían de reunir con él para, de una vez por todas, normalizar el valenciano en la Iglesia.
Con un homenaje público de la Iglesia del País Valenciano a estos sacerdotes comprometidos con el valenciano, la Iglesia Valenciana se reconciliaría (por fin), con la lengua y la cultura de nuestro país y repararía el genocidio lingüístico que durante tantos años han perpetrado los obispos del País Valenciano, con el objetivo (como lo intentó el rey Borbón Felipe V y la dictadura franquista), de arrasar y hacer desaparecer por completo la lengua de los cristianos valencianos.