Contracrónica desde el interior de la JMJ Ojos que no ven, corazón que no siente
(Itziar Bravo Tomás).- En esta última semana todos los medios de comunicación se han centrado en el Papa Francisco y en las palabras que ha transmitido en todos los actos de la Jornada Mundial de la Juventud a los que ha asistido. Pero muchos periodistas se han olvidado de ir más allá, de investigar y conocer, de salir a la calle.
De cerciorarse que Brasil, el país que acogía la JMJ, es el espejo de Francisco. Humilde, servicial, generoso, católico. De entender que los brasileños han puesto toda su energía en esta gran ‘fiesta de la fe' juvenil, que lo han dado todo a pesar de la pobreza que los caracteriza.
Lección de humildad
Todo esto tan solo lo han podido comprobar los peregrinos, los verdaderos protagonistas de la JMJ. Durante la Semana Misionera (del 15 al 21 de julio), por ejemplo, el grupo de la Conferencia Episcopal Española -formado por unos 150 peregrinos, aproximadamente- se alojó en Campo Limpo, una diócesis muy humilde de Sao Paulo.
Por parejas o grupos de tres, los jóvenes se instalaron en casas de familias de acogida. Algunas eran señoras mayores, viudas, que dejaban la habitación que les sobraba, o incluso su dormitorio, para los peregrinos. Pero también había parejas jóvenes que decidieron dormir en el sofá para que sus huéspedes estuvieran cómodos en su cama de matrimonio. O parejas que dejaban las llaves de sus casas y se iban a vivir esa semana con sus cuñados o sus primos, dejando su casa y sus pertenencias a un grupo desconocido.
Aquí es donde llegó la lección de humildad para los peregrinos: ‘¿Harías tú lo mismo en España? ¿Dejarías tu casa a alguien que no conoces de nada?', se preguntaban entre ellos. Y es que todos los jóvenes peregrinos durmieron en colchones, bien cómodos, y nunca les faltó un plato en la mesa ni un abrazo al empezar el día.
No sólo convivieron con los peregrinos las familias de acogida, también los voluntarios. Jóvenes con un duro testimonio en sus espaldas que trabajaban día y noche, auténticos héroes. Su tarea fue impresionante: organizar las actividades de cada día, prepararlas, guiar a los peregrinos, protegerlos, enseñarles su estilo de vida, cantar y bailar en misa... y todo ello con una sonrisa y una energía que nunca perdían. La Semana Misionera fue un periodo destinado al intercambio cultural y religioso entre jóvenes brasileños y españoles, enriquecimiento que cada uno adaptará a su país de origen en breve. Los españoles veían muy claro trasladar el dinamismo y la alegría de las eucaristías brasileñas a la "monotonía" de las misas occidentales.
‘Id, sin miedo, para servir'
A través de la televisión es muy difícil recoger el ambiente que se vivía entre los jóvenes que participaron en la JMJ. Era imposible saber que, cada dos minutos, un vendedor ambulante proclamaba en Copacabana: "Capa de chuvia (chubasquero)". O que los peregrinos caminaban quilómetros con tal de cambiar recuerdos como pulseras o banderas con otros peregrinos. O que a lo largo del día era habitual encontrarse militares por las calles con grandes metralletas, granadas y gas lacrimógeno, que imponían con su imagen pero no con su edad ya que eran chavales de unos 25 años de edad como mucho.
O que, para desplazarse por los alrededores de Copacabana, los peregrinos formaban cadenas humanas imposibles de romper que llevaban a que mucha gente se perdiera por desvinculación con su grupo. O ver las grandes colas en todo tipo de restaurantes y cadenas de comida rápida a la hora del almuerzo. O incluso, y aunque sea desagradable decirlo, ver que muchos grupos de peregrinos tuvieron que dormir cerca de los lavabos, que emitían una peste inhumana, en la noche de la Vigilia porque en la playa de Copacabana no había más sitio.
Sin dudarlo, los peregrinos fueron los auténticos protagonistas de la JMJ ya que aguantaron la lluvia y el calor día y noche, esperando ansiosos para ver y oír al Papa Francisco. Durante esos días, se percataron de que ser católico no es algo raro, que hay muchos jóvenes como ellos, y eso les dio fuerza y energía para no perder la esperanza y seguir luchando por evangelizar a otros jóvenes. Pero ahora les queda lo más difícil: ‘id', ‘sin miedo', ‘para servir'.