Salmo 136: El Gran Hallel, el Dios de la misericordia
Los Salmos son una forma de oración privilegiada, bíblica, con la que el Pueblo de Dios, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, han alabado y alaban a Dios de generación en generación.
Constituyen el máximo exponente de la plegaria de Israel y también de la oración cristiana. En ellos el pueblo de Dios contempla las acciones salvíficas de Dios y las canta. Los salmos se convierten en un diálogo con Dios a partir de la contemplación de sus obras.
En la fiesta pascual judía se cantan los Salmos de Hallel (113-118, pequeño Hallel), culminando la cena con el cántico del Salmo 136 (gran Hallel). Son cantos de aleluya, de alabanza a Dios, en los que se celebra su amor misericordioso. El papa Francisco nos habla de este Salmo, del Gran Hallel, de tan gran importancia tanto para judíos como para cristianos.
«Eterna es su misericordia»: es el estribillo que acompaña cada verso del Salmo 136 mientras se narra la historia de la revelación de Dios. En razón de la misericordia, todas las vicisitudes del Antiguo Testamento están cargadas de un profundo valor salvífico. La misericordia hace de la historia de Dios con Israel una historia de salvación. Repetir continuamente «Eterna es su misericordia», como lo hace el Salmo, parece un intento por romper el círculo del espacio y del tiempo para introducirlo todo en el misterio eterno del amor. Es como si se quisiera decir que no solo en la historia, sino por toda la eternidad el ser humano estará siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre. No es casual que el pueblo de Israel haya querido integrar este Salmo, el Gran Hallel como es conocido, en las fiestas litúrgicas más importantes.
(Bula Misericodiae vultus, n. 7).
Se repite letánicamente, a cada versículo, cantando la misericordia divina: «Eterna es su misericordia». Es una escenificación de la eternidad amorosa de Dios, una performance, diríamos en lenguaje moderno: la repetición ayuda a entender la eternidad, algo que no tiene fin, y se expresa de forma plástica.
En el canto – plegaria se alaba al Señor –éste es el sentido de la expresión hebrea Hallelu-Yah [nuestro Aleluya]– por el don de la Creación, para inmediatamente alabarlo por su implicación en la historia del Pueblo de Dios, por su acción liberadora, y acabar dándole gracias por el cuidado que tiene de todas las criaturas, empezando por el ser humano. Y, lógicamente, con un grito de invitación a darle gracias, a corresponder, de alguna manera, a su amor misericordioso sin fin, eterno.
Es una oración que deberíamos hacer nuestra cotidianamente todos los cristianos, y no sólo en la fiesta de Pascua. El salmo 136 es una de las formas más bellas de rezar, de cantar la misericordia infinita, constante, eterna, de un Dios que es, antes que nada y por encima de todo, misericordia.
Javier Velasco-Arias