El caso Lefebvre



Comienzo por manifestar que no soy lefebvrista. Nunca he acudido a sus cultos. No porque no me parecieran válidos, que me lo parecen, sino porque no me venían a mano. Creo que una sola vez estuve en una misa lefebvrista, en el domicilio de mi queridísimo y admirado amigo, Rafael Gambra, el día de su muerte. Comulgué en ella sin el menor escrúpulo y jamás pensé que tendría que confesarme por aquella comunión. Tengo algunos entrañables amigos, dos o tres, que acuden a esos cultos. Y me parecen unos católicos admirables. Vaya pues de entrada esa declaración de principios.

Parece que puede estar próxima una reconciliación total de ese sector eclesial con Roma. Sé que algún sector del lefebvrismo, el que encabeza el obispo Williamson, qué es obispo aunque esté excomulgado, crea muchas resistencias. Pero el Vaticano quiere y busca la reconciliación. Y la labor del cardenal Castrillón, el hombre del Papa para el entendimiento, me parece digna de todo encomio.

En la Iglesia de Dios caben muchas sensibilidades. Y todas deben ser atendidas siempre que no menoscaben el dogma y la moral de la Iglesia. La disciplina tiene perdones. El dogma y la moral, no.

Ojalá ese sector de católicos encuentre acogida amorosa en su Iglesia. Porque son Iglesia. Aunque sus obispos hoy estén excomulgados. Sus obispos. No ellos.

Bien sé que sus seguidores, en caso de una reconciliación, que deseo inmediata, no van a ser mayoritarios. Y tampoco lo deseo. Qué cada cual siga el rito que más le agrade. El del Novus Ordo o el de San Pío V. Pero, siendo buenos los dos, y yo no me voy a pronunciar aquí sobre el mejor, qué cada cual opine lo que quiera, me parece bueno que ambos convivan en la Iglesia. Y qué cada fiel opte por el que le satisfaga más.

Ojalá esos centenares de sacerdotes y esos cientos de miles de fieles se encuetren pronto felices y reconocidos en la Iglesia.
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