“Dadles vosotros de comer”
" Corpus Christi" 2019
Durante su vida como profeta itinerante por las aldeas de Galilea Jesús fue el hombre para todos. Sus comidas con los pobres, social y religiosamente excluidos, fueron un gesto proclamando que todos somos hermanos. Su actividad profética fue un empeño por construir la fraternidad, y por fidelidad a es causa entró en conflicto con los poderosos de turno que le condenaron a muerte. Ya en vísperas de su condena celebró con sus discípulos una comida de despedida como expresión de lo que había intentado en su acción profética ratificada con su muerte próxima: compartir y darse con amor a los demás. Darse totalmente, “carne y sangre”.
“Tomad y comed”, “haced esto en memoria mía”, Es decir, cada vez que os reunáis en mi nombre celebrando esta comida fraterna en medio de vosotros estaré yo, dándoos mi cuerpo y mi sangre, mi espíritu y estilo de vida. Ya desde los orígenes la llamada “fracción del pan” o celebración eucarística corrió el peligro de convertirse en un acto religioso olvidando el seguimiento de Jesús. Tal vez por eso el cuarto evangelista, en vez del relato sombre la última cena, introduce el lavatorio de los pies. No tiene sentido celebrar la eucaristía sin el compromiso por servir desinteresadamente a los otros. No se deben separar la presencia real del Resucitado en la eucaristía y su presencia real en las victimas de nuestra sociedad.
En la sociedad española vienen siendo solemnes las procesiones del “Corpus”; tienen sentido como profesiones comunitarias públicas de la fe o experiencia cristiana. Por otro lado si creemos que la presencia real de Jesucristo continúa en pan consagrado, merece nuestra gratitud y adoración. Pero todo debe orientarse a la comida, al seguimiento de Jesús, a re-crear su conducta. Según el evangelio, ante un multitud hambrienta, Jesús dice a sus discípulos “dadles vosotros de comer”; y el milagro se realiza cuando comparten con todos lo poco que tienen. En esa inspiración el papa Francisco, ya en su primera Exhortación, quiere una Iglesia pobre y servidora “que no se cierre en las estructuras ni en las costumbres en que nos sentimos tranquilos mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: ¡dadles vosotros de comer!”. Una religión aburguesada, que se conforme con ritos y manifestaciones externas, sin mayor incidencia en la interioridad y en la conducta solidaria de las personas, es el peor cáncer para la salud evangélica de la Iglesia.