El que quita el pecado del mundo (19.1.14)
Juan el Bautista vio a Jesús que venía hacia él, y exclamó: “este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (evangelio) Dada la cantidad de amenazas, fracasos y miedos que ya ensombrecen nuestra existencia ¿para qué nos importa una divinidad que ofendida en su honor por nuestras maldades, toma medidas contra nos otros imponiéndonos castigos?¿ es que esa divinidad airada s apacigua con la sangre de Jesucristo derramada en la cruz?
1.Vivimos una cultura donde lo más importante es gozar a costa de quien sea y de lo que sea. Se prescinde de Dios y de la religión, mientras el pecado parece cosa de otros tiempos. Sin embargo hay en la existencia humana y en nuestra relación con los otros una serie de incoherencias que falsean y desfiguran a nuestra humanidad. A esto se refiere San Pablo en una de sus cartas, cuando dice que todos somos capaces de “matar la verdad con la injusticia”; eso es pecado. Si utilizo al otro como si fuera una cosa, estoy negando su verdad como persona e imagen del Creador. Mato también mi propia verdad pues pretendo ser Dios absoluto cuando sólo soy imagen. Y estoy olvidando que Dios Amor es el único señor que a todos nos hace hijos y hermanos.
2. ¿Quién no experimenta estas incoherencias y estas mentiras en su propia conducta? ¿Quién no ha sufrido esa dura tensión de hacer muchas veces lo que comprende que está mal, y de no hacer aquello que debía? Es necesario que avivemos la conciencia de pecado, no por miedo a una divinidad que siempre nos amenaza con un palo, sino por el deseo de alcanzar el desarrollo auténtico de nuestra humanidad. El pecado va en primer lugar y directamente contra nosotros mismos. No ofenderíamos a Dios si nuestras acciones u omisiones no significaran una deshumanización.
3. ¿Pero cómo nos libera o cómo quita Jesús el pecado del mundo? En realidad el mundo es “nuestro mundo”, el que vamos construyendo todos. En esa construcción van juntos nuestros compromisos de solidaridad, y nuestras codicias egoístas que llamamos pecado. Los pecados estructurales de la sociedad son expresión y fruto amargo de los individualismos personales. Jesucristo quita el pecado del mundo. Primero, siendo él mismo, en su propia conducta, totalmente para los demás; libre de ese individualismo que nos mata. Segundo, abriendo así un camino para todos que cada uno, transformado por el Espíritu que inspiró y modelo la conducta de Jesucristo, debe hacer suyo en la andadura de cada día.
1.Vivimos una cultura donde lo más importante es gozar a costa de quien sea y de lo que sea. Se prescinde de Dios y de la religión, mientras el pecado parece cosa de otros tiempos. Sin embargo hay en la existencia humana y en nuestra relación con los otros una serie de incoherencias que falsean y desfiguran a nuestra humanidad. A esto se refiere San Pablo en una de sus cartas, cuando dice que todos somos capaces de “matar la verdad con la injusticia”; eso es pecado. Si utilizo al otro como si fuera una cosa, estoy negando su verdad como persona e imagen del Creador. Mato también mi propia verdad pues pretendo ser Dios absoluto cuando sólo soy imagen. Y estoy olvidando que Dios Amor es el único señor que a todos nos hace hijos y hermanos.
2. ¿Quién no experimenta estas incoherencias y estas mentiras en su propia conducta? ¿Quién no ha sufrido esa dura tensión de hacer muchas veces lo que comprende que está mal, y de no hacer aquello que debía? Es necesario que avivemos la conciencia de pecado, no por miedo a una divinidad que siempre nos amenaza con un palo, sino por el deseo de alcanzar el desarrollo auténtico de nuestra humanidad. El pecado va en primer lugar y directamente contra nosotros mismos. No ofenderíamos a Dios si nuestras acciones u omisiones no significaran una deshumanización.
3. ¿Pero cómo nos libera o cómo quita Jesús el pecado del mundo? En realidad el mundo es “nuestro mundo”, el que vamos construyendo todos. En esa construcción van juntos nuestros compromisos de solidaridad, y nuestras codicias egoístas que llamamos pecado. Los pecados estructurales de la sociedad son expresión y fruto amargo de los individualismos personales. Jesucristo quita el pecado del mundo. Primero, siendo él mismo, en su propia conducta, totalmente para los demás; libre de ese individualismo que nos mata. Segundo, abriendo así un camino para todos que cada uno, transformado por el Espíritu que inspiró y modelo la conducta de Jesucristo, debe hacer suyo en la andadura de cada día.