Si Dios es Amor, ¿qué es creer? (IV)
Mi lectura optimista de las potencialidades liberadoras de la fe, no me oculta que el compromiso social de los cristianos tiene tentaciones y peligros varios, que no lo facilitan demasiado. Algunas son muy visibles y fáciles de criticar; por ejemplo, la solidaridad sin deberes, sin exigencias personales, es decir, “cuando quiero, lo que quiero y como quiero”; o la solidaridad tramposa que se hace espectáculo televisado; o la solidaridad como una modo poco convencional del individualismo, es decir, “solidaridad para realizarme como persona”; o la tentación de quienes realizan proyectos concebidos como una exclusiva de humanidad para sus afiliados, los "nuestros", como se ha dicho, “refugios para gente con papeles”; o la tentación de evitar la política y, a tal fin, elegir algún cauce de voluntariado (supuestamente) apolítico.
Hay otras tentaciones, sin embargo, menos visibles. Así, la asunción por los cristianos y sus grupos de la atmósfera cultural que se adapta a lo que hay, es decir, al capitalismo neoliberalmente gestionado como el único sistema posible, acogiendo con resignación, si no gran contento, su peculiar globalización. A mi juicio, es el comienzo de una acción caritativa y política inmune a la transformación de la realidad. Si no es posible una alternativa social, se acaba pensando, ¿por qué cuestionar ingenuamente lo existente?
Casi sin solución de continuidad, está la tentación de aceptar la lógica del crecimiento como solución a las pobrezas, soñando con el incremento en los gastos sociales como solución definitiva para la injusticias sociales. La cuestión de qué tipo de crecimiento, su sotenibilidad y su justicia, y "cómo", es decir, la de si estamos asegurando una plena igualdad de derechos y deberes de los grupos excluidos, con todas sus consecuencias sociales, quedan olvidadas.
Las peculiares relaciones internacionales, poco o nada cuestionadas por el lado de la común familia humana que todos los pueblos formamos, y la dinámica tutelar de la acción social bajo la idea de que el progreso lo arreglará todo, cobran el signo de lo que nos parece normal.
De trazo más fino es la tentación que lleva al compromiso social cristiano a concebirse, o a ser concebido, como complemento de la acción social pública, profesional y remunerada, y a desarrollarse en analogía con ella, como encargo de la comunidad cristiana a sus profesionales, liberando a todos los demás de semejantes cuitas sociales. Esta profesionalización es inevitable y necesaria, pero debemos saber que su complemento natural es la acción solidaria de todos los cristianos.
De otro lado, esta solidaridad, a medida que cristaliza como práctica de contestación solidaria desde los márgenes, termina complicando la vida del militante, cuestionando su modo de vida y su "idealismo".
Referido específicamente al compromiso social de los cristianos, y a su voluntariado de caridad, se ha escrito muchas veces, haciéndose eco del sentir común de muchos voluntarios cristianos, sobre una tentación muy característica entre nosotros. Es la tentación de evitar la consideración política de los problemas humanos y sus soluciones. Para que la diaconía social de los cristianos entre con su aportación específica, ¡no necesariamente exclusiva!, cerca de, y junto al voluntariado social alternativo, no cabe otra opción que repolitizarnos; es decir, pensar las acciones liberadoras desde las necesidades de las personas reales, buscar la mejora de sus contextos de vida y, por tanto, cambiar las estructuras más injustas.
Más profundamente, mostrar la condición pública de la fe y la caridad, -recordemos lo dicho en el primer post-, verificando su potencial humanizador para los individuos y para las estructuras sociales en que vivimos. Esta propuesta, desde luego, no significa cerrar los otros frentes de la caridad, sobre todo los más urgentes, los de naturaleza asistencial, sino dotarlos de su contexto político expreso en cuanto atención explícita al conocimiento de las causas y de las estructuras, y en cuanto actividad concreta de denuncia de injusticias y propuesta de acciones.
Es, sin duda, uno de los trabajos imprescindibles en el seno del voluntariado cristiano y de sus “colectivos”, poco dados a calar en el tejido político de sus actuaciones, cuando no a permanecer anclados, pura y llanamente, en una pretensión, estéril e imposible, de apoliticismo, confundiendo apoliticismo como apartidismo.
La prueba del fracaso del “apoliticismo” queda a la vista -se ha escrito - al evaluar las ayudas sociales y ver qué poco han hecho en incentivar la responsabilidad propia de los receptores y qué poco han hecho por dirigirse a las causas que provocan marginación, pobreza y desigualdad.
Cuando el problema de fondo de la convivencia pública, -añado por mi parte-, es el modelo de sociedad y sus víctimas más próximas, ¡o lejanas!, no podemos refugiarnos en la acción caritativa interpersonal para salvarnos de la política.
Evidentemente, frente a la tentaciones de la fe para evitar su vivencia como compromiso social, éstas y otras que el lector haya pensado, están la conversión, la inteligencia y el coraje para superarlas, y a ello aspiramos desde el Evangelio. ¡Y a fe que nunca han faltado cerca de nosotros voces y manos tendidas para intentarlo!
Hay otras tentaciones, sin embargo, menos visibles. Así, la asunción por los cristianos y sus grupos de la atmósfera cultural que se adapta a lo que hay, es decir, al capitalismo neoliberalmente gestionado como el único sistema posible, acogiendo con resignación, si no gran contento, su peculiar globalización. A mi juicio, es el comienzo de una acción caritativa y política inmune a la transformación de la realidad. Si no es posible una alternativa social, se acaba pensando, ¿por qué cuestionar ingenuamente lo existente?
Casi sin solución de continuidad, está la tentación de aceptar la lógica del crecimiento como solución a las pobrezas, soñando con el incremento en los gastos sociales como solución definitiva para la injusticias sociales. La cuestión de qué tipo de crecimiento, su sotenibilidad y su justicia, y "cómo", es decir, la de si estamos asegurando una plena igualdad de derechos y deberes de los grupos excluidos, con todas sus consecuencias sociales, quedan olvidadas.
Las peculiares relaciones internacionales, poco o nada cuestionadas por el lado de la común familia humana que todos los pueblos formamos, y la dinámica tutelar de la acción social bajo la idea de que el progreso lo arreglará todo, cobran el signo de lo que nos parece normal.
De trazo más fino es la tentación que lleva al compromiso social cristiano a concebirse, o a ser concebido, como complemento de la acción social pública, profesional y remunerada, y a desarrollarse en analogía con ella, como encargo de la comunidad cristiana a sus profesionales, liberando a todos los demás de semejantes cuitas sociales. Esta profesionalización es inevitable y necesaria, pero debemos saber que su complemento natural es la acción solidaria de todos los cristianos.
De otro lado, esta solidaridad, a medida que cristaliza como práctica de contestación solidaria desde los márgenes, termina complicando la vida del militante, cuestionando su modo de vida y su "idealismo".
Referido específicamente al compromiso social de los cristianos, y a su voluntariado de caridad, se ha escrito muchas veces, haciéndose eco del sentir común de muchos voluntarios cristianos, sobre una tentación muy característica entre nosotros. Es la tentación de evitar la consideración política de los problemas humanos y sus soluciones. Para que la diaconía social de los cristianos entre con su aportación específica, ¡no necesariamente exclusiva!, cerca de, y junto al voluntariado social alternativo, no cabe otra opción que repolitizarnos; es decir, pensar las acciones liberadoras desde las necesidades de las personas reales, buscar la mejora de sus contextos de vida y, por tanto, cambiar las estructuras más injustas.
Más profundamente, mostrar la condición pública de la fe y la caridad, -recordemos lo dicho en el primer post-, verificando su potencial humanizador para los individuos y para las estructuras sociales en que vivimos. Esta propuesta, desde luego, no significa cerrar los otros frentes de la caridad, sobre todo los más urgentes, los de naturaleza asistencial, sino dotarlos de su contexto político expreso en cuanto atención explícita al conocimiento de las causas y de las estructuras, y en cuanto actividad concreta de denuncia de injusticias y propuesta de acciones.
Es, sin duda, uno de los trabajos imprescindibles en el seno del voluntariado cristiano y de sus “colectivos”, poco dados a calar en el tejido político de sus actuaciones, cuando no a permanecer anclados, pura y llanamente, en una pretensión, estéril e imposible, de apoliticismo, confundiendo apoliticismo como apartidismo.
La prueba del fracaso del “apoliticismo” queda a la vista -se ha escrito - al evaluar las ayudas sociales y ver qué poco han hecho en incentivar la responsabilidad propia de los receptores y qué poco han hecho por dirigirse a las causas que provocan marginación, pobreza y desigualdad.
Cuando el problema de fondo de la convivencia pública, -añado por mi parte-, es el modelo de sociedad y sus víctimas más próximas, ¡o lejanas!, no podemos refugiarnos en la acción caritativa interpersonal para salvarnos de la política.
Evidentemente, frente a la tentaciones de la fe para evitar su vivencia como compromiso social, éstas y otras que el lector haya pensado, están la conversión, la inteligencia y el coraje para superarlas, y a ello aspiramos desde el Evangelio. ¡Y a fe que nunca han faltado cerca de nosotros voces y manos tendidas para intentarlo!