"La memoria -el recuerdo- del Padre abre horizontes, sana, devuelve a la vida" Cuando todo está perdido, allí está Dios
"Hay situaciones en la vida en las que “tocamos fondo” y no podemos salir: física, moral, psíquicamente nos podemos ver hundidos. En esa profundidad está Dios. Y Dios nos conoce en esos bajos fondos"
"El Dios de Jesús no se queda tan tranquilo ante nuestros hundimientos. Desciende hasta los infiernos para encontrarnos y rescatarnos"
"No estamos muy acostumbrados a estas cosas en el catolicismo. Las actitudes han sido y son otras: de rigidez moral, litúrgica, dogmática, de condenas eclesiásticas, castigos, excomuniones, descalificaciones, heterodoxias, etc."
"La parábola la “preside” el padre, con bondad, amor y compasión. La parábola es un canto al amor de Dios hacia sus hijos perdidos"
"No estamos muy acostumbrados a estas cosas en el catolicismo. Las actitudes han sido y son otras: de rigidez moral, litúrgica, dogmática, de condenas eclesiásticas, castigos, excomuniones, descalificaciones, heterodoxias, etc."
"La parábola la “preside” el padre, con bondad, amor y compasión. La parábola es un canto al amor de Dios hacia sus hijos perdidos"
- Algunas notas previas.
Se suele decir que el Evangelio de S Lucas es el Evangelio de la misericordia y podemos caer en cuenta de ello leyendo, meditando las tres parábolas de hoy (Lc 15).
- Estas tres parábolas constituyen el evangelio del Evangelio, el núcleo central del mensaje de Jesús, del cristianismo.
Es un evangelio, es la buena noticia, dicha de tres modos distintos. Son las tres parábolas de la misericordia.
- Estas tres parábolas están tejidas de infinidad de aspectos, actitudes y todos muy valiosos. Las hemos meditado muchas veces y podemos volver a hacerlo.
Fijémonos hoy en el eje o esquema sobre el que están construidas las tres parábolas:
- o Alguien se pierde en la vida.
- o Un Dios que sufre hasta que encuentra lo perdido.
- o La fiesta, la alegría que causa el encuentro.
- cuando nos hemos perdido
En la parábola del hijo pródigo: un padre tenía dos hijos. Dos fueron Caín y Abel: es decir, toda la descendencia de la humanidad.
Nosotros podemos ser (¿somos?) la oveja que ha marchado del redil del pueblo, de la familia, de “nosotros mismos”. Podemos ser esa dracma que se ha desgajado del grupo, de la familia, de la Iglesia. Podemos hacer nuestra vida al margen de la comunidad. Tal vez somos seres humanos alejados de la humanidad, de la convivencia.
Quién sabe si estamos perdidos en la vida: nuestra psicología se halla descolocada, podemos andar descentrados afectivamente, quizás no sabemos dónde pisamos ideológicamente, sin un “redil cristiano” o religioso habitable, tal vez vivimos a descampado sin poder asumir nuestras limitaciones, nuestras situaciones familiares. Quizás hemos perdido la ilusión y la esperanza; tal vez estamos perdiendo la salud, las facultades.
- Cuando y donde todo está perdido, está Dios.
Hay situaciones en la vida en las que “tocamos fondo” y no podemos salir: física, moral, psíquicamente nos podemos ver hundidos. En esa profundidad está Dios. Y Dios nos conoce en esos bajos fondos.
Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares. (Salmo 138)
Cuando todo está perdido, allí está Dios con nosotros. Y lo decisivo es que Dios esté con nosotros. Otras cuestiones eclesiásticas: litúrgicas, dogmáticas, etc., son de menor importancia.
El Dios de Jesús no se queda tan tranquilo ante nuestros hundimientos. Desciende hasta los infiernos para encontrarnos y rescatarnos. Esto es lo que significa que Jesús descendió a los infiernos, es decir: hasta las profundidades de la condición humana.
La actitud más genuina del Dios de Jesús es salir a buscar lo que estaba perdido.
No estamos muy acostumbrados a estas cosas en el catolicismo. Las actitudes han sido y son otras: de rigidez moral, litúrgica, dogmática, de condenas eclesiásticas, castigos, excomuniones, descalificaciones, heterodoxias, etc.
Si queremos saber quién y cómo es el Dios de Jesús, es la parábola del Padre y del hijo pródigo (y el hermano mayor), Dios es el Buen pastor que nos busca siempre en la vida.
Humanamente cuanto más íntimo es algo que se pierde o que perdemos, mayor es el sufrimiento. Cuando nos perdemos, sufrimos nosotros, sufren quienes conviven con nosotros; y sufre Dios. Por eso Dios sale disparado al encuentro de la oveja, de la dracma, de su hijo (s) perdidoso (s). La actitud cristiana es salir al encuentro, buscar, acoger al que está sufriendo, al que está perdido.
La parábola la “preside” el padre, con bondad, amor y compasión. La parábola es un canto al amor de Dios hacia sus hijos perdidos. El amor del padre se dirige hacia el hijo perdido. El hijo mayor está en casa (planteará otros y más graves problemas). El Padre prefiere perderse él a perder un hijo. La presidencia en el cristianismo está en las búsquedas, en la alegría del encuentro, en el amor, no en el báculo ni en la mitra. A Dios no le cuesta ningún trabajo ser bondadoso ni perdonar.
El buen pastor busca la oveja perdida, las otras 99 están en el redil. Prefiere arriesgar su vida para encontrar lo que estaba perdido.
El sufrimiento del Padre por un hijo perdido expresa el valor y amor que siente por cada ser humano. Un solo ser humano tiene un valor infinito para Dios.
Y, sobre todo, en lo más profundo de nuestro interior, cuando nos podemos sentir “lejos de casa”, perdidos, quizás “medio muertos”, precisamente en esas situaciones, Dios está en nuestra profundidad.
- la memoria de los dos hijos respecto del Padre.
Los dos hijos -mayor y menor- guardan una memoria muy distinta del Padre.
el hijo perdido.
El hijo perdido / muerto (¿y quién no somos hijos pródigos y en situaciones de muerte?) recuerda a su padre como Padre, aún en las situaciones más bajas y sombrías de su vida. En su memoria hay nostalgia de Padre:[1]
¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre!...Padre, no merezco llamarme hijo tuyo… El hijo perdido tiene el recuerdo de su buen padre. Siente pena en su interior.
El hijo pródigo comienza a preparar el examen de conciencia y va haciendo la lista de pecados: iré y le diré… Pero el Padre “no hace ni caso”, le “tapa la boca”: se conmueve, le abraza y le devuelve a la vida: abrazos, túnica, sandalias, anillo, fiesta, ternero cebado, música…
La memoria del Padre es sanante, vivificante, liberadora, este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida.
También nosotros podemos llegar a situaciones de muerte, a abismos profundos y no solamente por el pecado, sino también por los fanatismos que podemos ejercer o soportar, por la depresión, por las noches oscuras del alma, abatimientos, decepciones, por situaciones de odio, venganzas
La memoria -el recuerdo- del Padre abre horizontes, sana, devuelve a la vida.
La última y definitiva palabra de Dios es Jesús: vida, bondad, la gracia. La realidad última y definitiva cristiana es la casa el Padre: la vida, la fiesta.
El hijo mayor.
El personaje trágico de esta parábola es el hijo mayor
Nunca llama padre a su padre.
Nunca llama hermano a su hermano: ese hijo tuyo…
No es el Padre, sino el hijo mayor quien condena a su hermano menor. (El Dios de Jesús no enjuicia a los “hijos perdidos”). La mirada que el hermano mayor dirige a su hermano pequeño es la de Caín a Abel, es la mirada de los hermanos mayores a su hermano pequeño, José, (que le venden).
El hijo mayor se siente no un hijo, sino un asalariado de su padre al que éste, le debe pagar.
La memoria y recuerdo del hijo mayor es una memoria legalista y cumplidora, justiciera, super-religiosa, etc., pero no cristiana
El hijo mayor no quiere entrar en la fiesta de la bondad y de la vida.[2]
- ALEGRÍA, fiesta y celebración del encuentro.
Las tres parábolas, (el único evangelio) expresan alegría por encontrar lo que estaba perdido: ¡felicitadme! porque he encontrado la oveja perdida, el miembro de la comunidad, de la familia, de los amigos (dracma) perdido. Y por eso hay que celebrar una fiesta. El encuentro, todo encuentro entre personas es siempre motivo de paz, de serenidad, de alegría. Cuando un matrimonio se reencuentra, cuando un hijo vuelve a casa es motivo de gran alegría…
Cuanto más profundo e íntimo es aquello que hemos perdido y que encontramos, mayor es la alegría. Había que celebrar una fiesta.
- ¿Y entre nosotros?
Nos hace falta recordar, memoria, la bondad de Dios.
La misericordia y bondad crea memoria sanante, cicatriza viejas heridas.
- o La memoria de los obispos, cardenales, curas y laicos contrarios y polémicos con el papa Francisco han perdido el norte de la bondad, de la misericordia, de los débiles, de los que sufren por un divorcio, etc.
- o En nuestra propia diócesis hemos vivido largos años sin misericordia ni bondad. Hemos visto decretos, ventas inmobiliarias, adoración al santísimo, viajes, pero no vemos alegría, ni encuentros, ni fiesta, ni paz. Hemos vivido la mentalidad del hijo mayor, pero hemos perdido la memoria del Padre, de la bondad, de la misericordia. Una diócesis en las que las relaciones las presidiera el Padre de la parábola, sería una iglesia muy distinta de la que conocemos. (No es lo mismo tener -o pretender tener- la razón a tener bondad en la vida). No sigamos cultivando una religión leguleya y farisaica.
- o Quiera Dios que quien haya de ser nuestro nuevo obispo crea en la actitud de estas parábolas y sea hombre de búsquedas, misericordia, hombre de encuentro, de alegría y celebración porque esta diócesis estaba medio muerta y ha vuelto a la vida.
Jesús comía con pecadores. La Iglesia de Jesús no es una comunidad de élite, de puritanos, de ultra-ortodoxos, sino una asamblea de gente perdida: pobres hombres y mujeres, separados y divorciados, impuros, pobres,
¡Cuando estamos perdidos es cuando más necesitados estamos del amor de Dios! Y Él no nos niega nunca su cercanía.
¿Va a resultar que lo eclesiástico dificulte o impida los acercamientos de Dios a quienes andamos perdidos en la vida?
Celebremos la Eucaristía, celebremos la vida porque estábamos perdidos y Dios nos ha encontrado y llevado a su casa.
[1] Nostalgia significa: dolor por la vuelta.
[2] El cuadro de Rembrandt sobre el esta parábola representa bien al hijo mayor a la puerta de casa, sin querer entrar.
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