Agustín, santo y sabio
San Agustín es importante en la historia de la Iglesia y de la teología por sus reflexiones teológicas, bíblicas y catequéticas. Pero es tanto o más importante por su trayectoria vital. Agustín es un modelo de fe, un hombre de gran actualidad, precisamente por ser un buscador inquieto. Amante de la verdad (que todos buscan), crítico consigo mismo y con los demás, buscador apasionado de la felicidad (que todos desean), corazón inquieto (que no logra saciarse con ningún bien finito), hombre de gran finura psicológica.
En el itinerario de Agustín encontramos diferentes etapas (racionalismo, maniqueísmo, escepticismo), todas marcadas por la búsqueda de la verdad y de la felicidad. Si, en un principio, el Antiguo Testamento le decepcionó fue precisamente porque sus relatos le parecían incompatibles con la verdad. Fue san Ambrosio quién le hizo ver las Escrituras de modo diferente, al insistir en el sentido espiritual y moral del Antiguo Testamento. Así presentada, la Biblia ya no parecía un cuento o una quimera. Allí había destellos de verdad. Sólo un ejemplo: de pronto comprendió que las palabras “hiciste al hombre a tu imagen”, de ningún modo indicaban que Dios estuviera dotado de cuerpo humano.
San Agustín escribió una Regla, o sea, unas normas para organizar la vida de la comunidad en el monasterio de Tagaste, que él fundó. Esta Regla ha sido posteriormente asumida por otras Órdenes religiosas, nacidas en la Edad Media, como los dominicos, los mercedarios y, por supuesto, los agustinos. De ahí que, a veces, entre los dominicos, se hable de “nuestro Padre San Agustín”.
Humberto de Romans, uno de los sucesores de Santo Domingo, en el gobierno de la Orden, comentando la Regla de san Agustín, calificó a su autor de santo y sabio. Al respecto dijo algo interesante, a saber: de cara a la salvación, la santidad es más importante que la sabiduría; pero una santidad sin sabiduría puede hacer afirmaciones poco convenientes. La Regla de Agustín destila ambas cosas: santidad y sabiduría. Una de las cosas que Humberto valora en la Regla es que, más que centrarse en observancias, se centra en lo fundamental, a saber: el amor a Dios y al prójimo. Las normas y los preceptos, sin un espíritu que los anime y les dé sentido, terminan convirtiéndose en una pesada carga. Quizás este sea el problema de muchas religiosas y religiosos, y de los clérigos en general: no la falta de cánones, sino la falta de espíritu.