Iglesia, lugar donde prosperan los malos
¿Y si la Iglesia fuera ese extraño y paradójico lugar dónde, gracias a los buenos, prosperan los malos? Insisto: gracias a los buenos. Porque la inmensa mayoría, la gran masa que sostiene el edificio, es buena. Si no, sería imposible que eso durase. Como es buena, no arma lío, no se pelea. A veces, además de buena, parece un poco cobarde, por eso prefiere no enfrentarse con los aprovechados y trepadores. En todas partes crece el trigo y la cizaña. En la Iglesia hay mucho más trigo que cizaña. Pero el trigo no hace ruido. De las obras buenas de tantas comunidades religiosas, de tantas instituciones, se habla poco. Eso sí, el día que en una de esas instituciones se comete un abuso, parece que toda la institución queda marcada. En realidad, la institución se convierte en víctima de una mala persona, que un día la institución acogió, dentro de ella hizo camino, se aprovechó de sus estructuras, medró y pasó lo que pasó.
No me extraña que el Papa Francisco haya visto la clave de muchos males eclesiásticos en el clericalismo. ¿Qué es el clericalismo? El ansia de poder, las ganas de trepar. Con más precisión: una mala manera de entender el poder en la Iglesia, abusando de la posición que uno ocupa. Una posición que debería ser de servicio, pero que se convierte en todo lo contrario. El poder es la peor de las tentaciones. Los que no pueden destacar en otra cosa, buscan cargos para sentirse superiores. Los que no tienen otra cosa que lucir, lucen símbolos religiosos, que siempre suelen impresionar a la gente sencilla. Debajo de esos símbolos, de esos vestidos, de esas palabras melosas llenas de piedad, que suelen apelar a la oración y al sacrificio como solución infalible de todos los males y de todas las necesidades, muchas veces no hay nada. O peor: hay apariencia engañosa.