Señores obispos, recuperen su libertad Coherencia evangélica

Conferencia Episcopal Española
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El 10-N estábamos llamados a elegir “entre revolución o reacción”. Y, en mi opinión, una vez más, muchos ciudadanos nos hemos hecho cómplices de cuanto repudiamos. Ahora, todo está mucho peor

Ante este panorama, la Iglesia oficial en España, si de algo ha venido y viene dando testimonio, es de permanecer gustosamente en su posición acomodaticia de siempre

Nada de lo que pase en cualquier Iglesia local puede ser ajeno a ningún miembro del Colegio episcopal

Señores obispos: renuncien a los bienes que, en uso de un privilegio discriminatorio, inmatricularon con dudas sobre su propiedad. Sería un magnífico testimonio evangélico y un modo eficaz de evangelizar

Como es sabido, son muchos los problemas de todo tipo que gravitan en la actualidad sobre la sociedad española. Sus manifestaciones concretas son fácilmente perceptibles. Al margen y más allá del cúmulo de mentiras con el que nos han bombardeado en los dos recientes procesos electorales y al margen de las frustraciones que su resultado haya podido producir en muchos, pienso que lo único cierto en lo que se debe insistir quizás radique en el diagnóstico general: nuestra sociedad (no solo los líderes políticos) está enferma, pero que muy enferma. Sin embargo, nadie parece entenderlo y, en consecuencia, pocos andan preocupados por su remedio.

Pues bien, a partir de este diagnóstico cierto, el 10-Nestábamos llamados a elegir “entre revolución o reacción”. Y, en mi opinión, una vez más, muchos ciudadanos nos hemos hecho cómplices de cuanto repudiamos. Una vez más, hemos acreditado que tampoco los electores hemos estado a la altura de la historia.

Una vez más, se ha hecho realidad aquello de que ‘los humanos votan con los pies’ (Harari). Hemos dejado la puerta abierta a la revolución. En un momento trascendental de España, la ciudadanía, una vez más, no se ha expresado a partir de lo que pensaba sino de lo que sentía. No ha sabido o no ha querido reaccionar. Ya sé que es legítimo. No faltaba más. Pero, muy criticable desde la perspectiva del interés general.

Sentado lo anterior, se debe subrayar también que, si contemplamos, desde una óptica cristiana, la situación de España y la respuesta que se ha dado el 10-N, se pueden extraer algunas evidencias:

Las fuerzas que priman en nuestra sociedad (aunque se digan ‘progresistas’) tienen muy poco que ver con el espíritu evangélico; la influencia de la Iglesia oficial (lo que significa) en la sociedad española es insignificante y prescindible; ante el temor al radicalismo del futuro ‘gobierno Sánchez’, la Iglesia ha optado por el silencio cómplice, aunque haya corrompido la misión.

No puede negarse que la Iglesia oficial ha caído en la trampa del ‘buenísimo’ y del diálogo, se ha comido ‘sapos y culebras’, ha tragado lo que no está en los escritos (incluida la violencia) y ha exhibido el gran contra testimonio evangélico de la hipocresía, esto es, ha pagado el tributo del vicio a la virtud. ¡Vaya inútil ingenuidad!

Mucho me temo que, después de haber claudicado en la misión (porque, efectivamente, han claudicado), ahora, si se confirma el anunciado y tramposo ‘gobierno Sánchez’ (con comunistas y separatistas, con los que nunca iba a formar gobierno), a nuestros obispos les aguarde el descenso a los infiernos. ¡Se van a enterar! Ya han escuchado un primer toque de arrebato: Celáa y educación. ¡Y lo que te rondaré morena! Cambiará, en múltiples aspectos, su actual situación privilegiada en relación con el Estado. ¡Ya veremos cómo reaccionan! ¿Hablarán, entonces, los cardenales Osoro y Omella? ¿Qué dirán?

En cualquier caso, lo que ya no tiene vuelta de hoja es el desprestigio que todos los obispos se han labrado por su incomprensible silencio ante la muy grave, gravísima, situación existente en el momento de poder con el voto hacer virar la embarcación (al menos, intentarlo). Ahora, todo está mucho peor.

Ya sé que a los socialistas y podemitas les molesta que alguien les señale con el dedo. Pero, lo cierto es que llevan mucho tiempo, demasiado, infernando la sociedad. Esto es, separando, dividiendo, enfrentando, fragmentando. Y lo vienen haciendo de las más variadas formas y maneras, con la complicidad de muchos. Tal actitud ha tenido un reflejo muy claro en Cataluña. Tan nefando y negativo comportamiento, a muchos, les parece ‘progresista’.

¿Cómo es que nuestros obispos han permanecido en silencio, antes y después del proceso electoral? ¿Cómo es que, en los planteamientos habituales de los obispos en Cataluña y de los opinantes más próximos a la línea del papa Francisco, no se atisba reparo alguno ante ciertos aspectos de la situación, abiertamente contrarios a la esencia del Evangelio? ¿Acaso esa (el silencio cómplice) es la línea evangélica a seguir por la Iglesia?

Sin duda alguna, la Evangelium gaudium denunciaba la realidad de una iglesia acomodada y antievangélica. En esto, todos estamos de acuerdo. Algunos, incluso, ya lo denunciamos mucho antes de la elección del Papa argentino. Pero, mal que le pese al cardenal de la sonrisa meliflua, la Iglesia oficial en España, si de algo ha venido y viene dando testimonio, es de permanecer gustosamente en su posición acomodaticia de siempre (sobre todo respecto del poder). Lo han ejemplificado a la vista de todos. Han consentido con su silencio total en actividades gubernamentales de enfrentamiento y división entre la gente.

¿Acaso, en Cataluña, los obispos no se han mostrado complacientes con el enfrentamiento generado en la sociedad civil? Si no es así, ¿por qué han guardado su aterrador silencio cómplice o por qué no lo han denunciado señalando sus causas y sus agentes? ¿Por qué los obispos, fuera del ámbito territorial de Cataluña, se desentienden de lo que ocurre allí? Esa actitud, como debieran saber, se define, según la doctrina magisterial de siempre (recordada recientemente), como ‘corrupción’ de la propia misión episcopal.

Nada de lo que pase en cualquier Iglesia local puede ser ajeno a ningún miembro del Colegio episcopal. Si de verdad (cosa de la que no quiero dudar) el camino que se propone con acierto es el de la renovación, el de la reconciliación y el encuentro, ¿por qué, en vez de tanto mantra inútil (palabrería), no lo ejemplifican nuestros obispos con hechos, que ponen en el terrado a la vista de todos?

El propósito de trabajar por la la reconciliación y el encuentro es, en efecto, esperanzador. Sobre todo, cuando se ha asistido en silencio al enfrentamiento entre los ciudadanos. ¡Magnífico! ¡Ojala tengan éxito! Pero, por favor, déjense de palabras. La gente ya no les creen. La gente quiere hechos de reconciliación, protagonizados por los seguidores de Jesús, a realizar también en su propio ámbito. Testimonio. Actos de reconciliación entre los obispos, divididos entre sí. Actos de encuentro entre los seguidores de Jesús, sin tanto exhibir si son de Juan Pablo o de Francisco. ¡Ya está bien!

En este contexto y objetivo de una Iglesia sinodal y en salida, no me acaba de gustar el empeño que presenciamos ahora en agrupar a teólogos y expertos internacionales en Francisco. A eso se le llama polarizar las cosas y las situaciones, que siempre suele acabar en lo mismo: en división, exclusión, marginación, enfrentamiento. Lo impulse quien lo impulse. Creo que se está cometiendo un nuevo error.

Para terminar estas sencillas reflexiones, deseo aludir a unas palabras (que comparto) del cardenal Osoro: “No temamos ser más pobres, porque seremos más libres”. Sin duda alguna. Pero, coherencia, señores obispos. Recuperen su libertad. Tomen la delantera al posible ‘Gobierno Sánchez’ y renuncien a los bienes que, en uso de un privilegio discriminatorio, inmatricularon con dudas sobre su propiedad. Sería un magnífico testimonio evangélico y un modo eficaz de evangelizar.

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