“Resulta incómodo que quienes son de tu familia te señalen con el dedo como pecador público” Bono: “Discrepo en la Iglesia no de la Iglesia”

El presidente del Congreso, José Bono, fue la estrella de la presentación del último libro del teólogo jesuita Juan Masiá, ‘Vivir en la frontera' (Nueva Utopía). Comenzó confesando que le dolieron los ataques del portavoz de los obispos, Martínez Camino, porque "resulta incómodo que los de tu propia familia te señalen con el dedo como pecador público". Incluso ante "los hijos y la familia". Y es que "algunos jerarcas prefieren a los ateos que a los discrepantes", aunque, como él "discrepen en la Iglesia y no de la Iglesia".

Bono dijo, desde el principio, sentirse en casa ante los numerosos asistentes que abarrotaban el salón de actos del colegio calasancio de Madrid, todos ellos "fans" de Masiá, de una Iglesia plural y abierta y, por lo tanto, de todos los que, como Bono, apoyan esa sensibilidad eclesial.Y quizás por eso, el presidente del Congreso les abrió un poco más su intimidad.

Comenzó confesando que los ataques de monseñor Martínez Camino, amenazándolo con prohibirle el acceso a la comunión, le dolieron mucho. "No lo pasé bien. Resulta incómodo tener cierta dimensión pública y que quienes son de tu familia te señalen con el dedo como pecador público".

Bono se sintió, pues, mal con el anatema de Camino. Y no sólo en la esfera pública, sino también en la privada. "Me sentí muy incómodo ante mis hijos y mi familia. Es difícil defender incluso ante ellos a quienes te acusan de lo que me acusaron a mí". Por eso, agradeció el apoyo público que le prestó Juan Masiá y "hasta algún obispo, que no se atrevió a dar la cara en público, pero me dijo que rezaba por mí".

El libro de Juan Masiá, ‘Vivir en la frontera' (Nueva Utopía), le dio pié al político socialista para reclamarse también habitante de ese espacio. "Me gusta vivir en la frontera y desde una discrepancia cercana". Porque "sin discrepancia no hay libertad y sin libertad ni siquiera en Cuba hay progreso que valga".

Para los obispos, "los discrepantes son rebeldes"

Desde esa "cuerda floja" en la que le gusta moverse, Bono añadió que "algunos jerarcas prefieren a los ateos antes que a los discrepantes, simplemente porque los primeros son más cómodos para ellos".

Y es que, para la jerarquía más conservadora española, "los cercanos que no coinciden con ella no tienen derecho a mantener lo que piensan". Además, "el discrepante que no coincide con los obispos tiene que ser condenado, porque se convierte en una afrenta para ellos, es un rebelde contra el que hay que poner en marcha la técnica de la condena".

Más aún, en una clara referencia al portavoz de los obispos, Martínez Camino, sin nombrarlo, el presidente del Congreso aseguró que "algún jerarca es más teólogo que pastor y cree que hace méritos ante Roma y ante Dios, siendo intransigente".

El cardenal Monescillo y la santa intransigencia

A propósito de la santa intransigencia de algunos prelados, Bono contó una anécdota real. Una vez le invitó a dar una charla a los seminaristas sobre la tolerancia el entonces cardenal de Toledo, Marcelo González. Preparándose para ella, encontró un libro del cardenal Monescillo, un primado de finales del siglo XIX, sobre la transigencia.
El libro de Monescillo comenzaba con así:
-¿En qué hemos de ser transigentes?
-En nada.

En contra del cardenal Monescillo y de otros jerarcas actuales, Bono confesó que su fe le lleva "a discrepar en la Iglesia, no de la Iglesia". Es decir, "vivir en la frontera, como Masiá, sin ser relativista ni dogmático". Incluso, en el ámbito de la relación de la religión y la política.

A su juicio, lo que pasa en estos momentos es que "la Iglesia le tomó gustó al poder y el poder le tomó gusto a la iglesia". Y. Para demostrarlo, puso el ejemplo del doble rasero que utilizó Camino para medir al Rey y a los diputados en relación con la ley del aborto.

Frente a los laicistas radicales, algunos de su propio partido, Bono defendió que "hoy no se puede mantener, como hacen algunos, que la religión es fruto de la ignorancia u opio del pueblo". Y, para demostrarlo, adujo el ejemplo y el "valor liberador de muchos cristianos, que se entregan, a cambio de nada o de todo, por los más desfavorecidos".

Eso sí, "no es de recibo que una religión intente imponer sus convicciones éticas a todos los ciudadanos". Porque, como ya decía André Gide, "cree en aquellos que buscan la verdad y duda de los que la han encontrado". Y concluyó asegurando que "los cristianos, aunque seamos socialistas, tenemos parte de verdad para dar razón de nuestra esperanza y buscar la verdad con los otros".

José Bono aprovechó, por supuesto, para alabar el libro de Juan Masía: "Un libro apasionante. Una llama de esperanza y un ejercicio valiente de sana heterodoxia, que no busca el escándalo, pero algunos se escandalizarán de que Masiá no se trague camellos ni cuele cominos". Un libro que, según el presidente del Congreso, "va a incomodar a los de la verdad única, que creen que es de ellos y de nadie más que ellos".

Una presentación con censura previa

En la presentación, estaba prevista, en el panel de presentadores, junto al propio Bono, al editor, Benjamín Forcano, y al autor de libro, la presencia del escritor jesuita, Pedro Miguel Lamet.

Pero, a última hora, su provincial le prohibió asistir. Y, como explica el propio Lamet en su blog de la revista 21, en un artículo titulado ‘Mi presentación impresentada', "detrás de la prohibición está la llamada de un importante mitrado".

En su lugar, Charo Mármol, directora de la revista Alandar, leyó la presentación de la obra que Lamet había escrito y no pudo leer. En ella, el escritor jesuita definió a su compañero y amigo Masía como un "animal vulnerable", siempre en "busca de la autenticidad y de la coherencia". Un "tímido" que se topó con una jerarquía que "no lee los titulares como opiniones, sino como agresiones" y que pide a los teólogos "tener los dos pies en la misma inflexible ortodoxia".

Por su parte el autor, Juan Masiá, con fino sentido del humor oriental, confesó que sus dificultades con la jerarquía comenzaron cuando se atrevió a poner en entredicho "no el preservativo (eso también lo hace el cardenal Martini), sino la anómala, uniforme y cerrada situación en la que vive la Iglesia católica española".

Quizás por eso, asegura que "nuestros obispos necesitan sentido del humor mezclado con sentido evangélico". O dicho de otro modo, que "cambien el chip, para vivir y pensar las creencias y revisar las teologías ante el reto de lo diferente".
Según Masía, España pasó con éxito la transición democrática, la política de la alternancia en el gobierno y hasta la de la sana laicidad, "pero la transición cultural parece una asignatura pendiente".

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