'La Cruz' inaugura la colección Ruaj de la editorial San Pablo Gabriel Mª Otalora: "La Cruz cristiana es sinónimo de amor verdadero"
Gabriel Mª Otalora, asiduo colaborador en Religión Digital, publica un nuevo libro en el que reflexiona sobre el sufrimiento y el amor ligados a la cruz cristiana. 'La Cruz', editado por San Pablo
Hemos hablado con él sobre la Cruz y la Buena Noticia, que él define como un oxímoron aparente. Un signo que ha quedado ligado al mensaje cristiano. Expresa contradicción, amor, esperanza con fe
"La Cruz cristiana es el camino que hay que aceptar para nuestra mejora personal en la apuesta por el prójimo, sobre todo el más necesitado, afirma el autor
"Nadie quiere sufrir y es comprensible el rechazo a la Cruz…. Pero, en realidad, el rechazo de fondo es a Cristo crucificado y su exigente y liberador mensaje"
"Más allá de la cruz hay un Plan, tiene su reverso de luz ya aquí, en este mundo: amar transforma al que ama. Solo los humanos podemos convertir la creación en armonía espiritual, belleza y arte"
El libro incluye presentación y epílogo de Xabier Pikaza
"La Cruz cristiana es el camino que hay que aceptar para nuestra mejora personal en la apuesta por el prójimo, sobre todo el más necesitado, afirma el autor
"Nadie quiere sufrir y es comprensible el rechazo a la Cruz…. Pero, en realidad, el rechazo de fondo es a Cristo crucificado y su exigente y liberador mensaje"
"Más allá de la cruz hay un Plan, tiene su reverso de luz ya aquí, en este mundo: amar transforma al que ama. Solo los humanos podemos convertir la creación en armonía espiritual, belleza y arte"
El libro incluye presentación y epílogo de Xabier Pikaza
"Más allá de la cruz hay un Plan, tiene su reverso de luz ya aquí, en este mundo: amar transforma al que ama. Solo los humanos podemos convertir la creación en armonía espiritual, belleza y arte"
El libro incluye presentación y epílogo de Xabier Pikaza
| Álvaro Santos (SP)
Gabriel Mª Otalora, laico de la diócesis de Bilbao, asiduo colaborador en prensa escrita y portales digitales como Fe adulta, Redes cristianas y Religión Digital y autor de libros como La revolución pendiente (en la colección Qué Iglesia), publica un nuevo libro en el que reflexiona sobre el sufrimiento y el amor ligados a la cruz cristiana. Hemos hablado con él sobre la Cruz y la Buena Noticia, que él define como un oxímoron aparente. «La Cruz cristiana –explica– es sinónimo de amor verdadero».
¿Qué expresa la Cruz?
Es un signo que ha quedado ligado al mensaje cristiano. Expresa contradicción, amor, esperanza desde una manera nueva de ver la existencia que se va descubriendo desde la entrega personal, aquí y ahora, con fe, no desde las certezas y seguridades. Con todo, no es posible aprehender el Misterio del Crucificado en este mundo; todo lo más vivirlo desde el amor.
Forma parte del lenguaje simbólico cuando decimos que «nos abrazamos a la Cruz liberadora de Cristo». No hablamos de cualquier cruz, sino de Jesús de Nazaret crucificado. La Cruz es también un símbolo del mal uso de la libertad en forma de odio, de insolidaridad y destrucción que hemos generado en el mundo.
Los cristianos, ¿la hemos malinterpretado o le hemos dado demasiado protagonismo en algún momento?
Es muy posible… Ahí están las procesiones de Semana Santa, donde el sufrimiento tiene mucho más protagonismo que la Resurrección, que es lo que da sentido a todo lo demás. Jesús nos dice: el que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, tome su Cruz y me siga (Mt 16, 21-27). Esta llamada es posible entenderla solo desde el contexto general de todo el Evangelio que tampoco significa legitimar las cargas religiosas que agobian el alma (Mt 11, 29) y fomentan el miedo impidiendo la paz auténtica que viene de Dios.
Junto a la cruz que se deriva de la existencia imperfecta y finita, incluidas nuestras carencias capitales: envidias, egoísmos de todo tipo, codicias, venganzas, calumnias... coexiste la Cruz genuinamente cristiana: Jesús nos pide, por una parte, evangelizar a base de quitar o aliviar las cruces de los demás; ofrezco consuelo, soy compasivo y misericordioso, me pongo de parte del débil, no soy indiferente a las injusticias, perdono de corazón, me implico con amor aun a costa de mi comodidad o seguridad. Trabajarnos nuestras actitudes con humildad para convertirnos en luz para otros, más allá de la filantropía.
La Cruz cristiana, que para nada es abandonarnos en nuestros sufrimientos, sino trabajar para salir de ellos confiadamente en Dios. Tomar la Cruz de Cristo es aceptar con humildad lo que no podemos cambiar sin perder de vista los dones recibidos con actitud agradecida. Reconozcámoslo, es más fácil hacer sacrificios con privaciones, aunque sean radicales, que ejercitarnos en el verdadero amor al prójimo, que es la única cruz querida por Dios. Los mártires lo son contra su voluntad, no lo olvidemos.
«Abrazar la cruz», «tomar la cruz», «aceptar la cruz»… ¿A qué nos lleva, a dónde nos conduce la Cruz?
A ser la mejor posibilidad de cada uno, pero, atención, siempre que sea una consecuencia de una entrega de amor. De la misma manera que un montañero escala cimas con muchas privaciones, esfuerzos e incomodidades, a veces llenas de peligros, y lo hace por la satisfacción de plenitud que supone el reto de hollar las cimas y disfrutar de la naturaleza, la Cruz cristiana es el camino que hay que aceptar para nuestra mejora personal en la apuesta por el prójimo, sobre todo el más necesitado.
¿Por qué se da también el rechazo, la persecución, la destrucción de la Cruz?
Nadie quiere sufrir y es comprensible el rechazo a la Cruz…. Pero, en realidad, el rechazo de fondo es a Cristo crucificado y su exigente y liberador mensaje. Me viene a la cabeza el pueblo elegido cuando añoraba la esclavitud de Egipto al experimentar que la libertad y la felicidad exigen una actitud muy concreta fuera de la zona de confort. Y eso no nos excluye a los seguidores de Cristo quienes, a la postre, fueron los suyos quienes urdieron un plan criminal para desacreditar y matar a Jesús y a su mensaje; los suyos no le recibieron…
Pedro Casaldáliga lo resume muy bien: Jesús llegó a la cruz por asumir las consecuencias de un determinado modo de vivir. Jesús murió como murió, porque vivió como vivió.
Ante el dolor, ante la cruz, mucha gente se pregunta por qué Dios permite el sufrimiento. ¿Cuál es la respuesta ante esta pregunta?
Decía el Premio Nobel de Medicina Alexis Carrel que no hemos venido a entender, sino a amar... Lo cierto es que nadie ha explicado la razón del dolor y el sufrimiento, más allá de una consecuencia de nuestra limitación e imperfección. Lo cierto es que alcanzar determinado estadio de madurez y de serenidad solo es posible por medio de la superación de las dificultades, que no se pueden soslayar. A todos nos tienta lo fácil pero detrás de la vida muelle no hay superación ni crecimiento; tampoco es posible un verdadero disfrute de la existencia. Las personas que experimentan la vida como algo hermoso, no es por la ausencia de dificultades.
Para ser felices hay que recorrer el camino de Jesús en nuestras cruces diarias. Esto no explica el dolor directamente, pero muestra el sendero –estrecho– de la verdadera vida buena que nunca llegará a entenderse por la constatación empírica, el razonamiento ni por darle rienda suelta a nuestros limitados sentidos.
Háblenos del reverso de luz de la Cruz. En su libro afirma que «el Evangelio es un tratado de cómo actuar en la vida, más que cualquier otra cosa, a partir de resaltar el amor que Dios nos tiene». ¿Confundimos el amor con la cruz?
En cualquier caso, Dios no es agente del dolor ni de sufrimiento. Efectivamente, el Evangelio es una buena noticia, un tratado de la mejor vida posible. La buena noticia no es que Jesús fuese a la cruz como el destino querido; aquello fue una consecuencia del rechazo humano del que no huyó, empezando por los expertos en la Ley de Dios. Pero todo no acabó en la cruz, sino en la Resurrección, por puro amor; esto es lo esencial de nuestra fe.
Más allá de la cruz hay un Plan, ella no es el fundamento ni el final del camino cristiano, solo es la parte insoslayable en el recorrido de la vida a causa de nuestra limitación humana. Pero tiene su reverso de luz ya aquí, en este mundo: amar transforma al que ama. Muchos científicos clásicos y contemporáneos nos invitan a pensar que las Leyes Naturales son el punto de unión entre Dios y el mundo. Como dijo Lee Krasner, exponente del expresionismo abstracto, la evolución, el crecimiento y el cambio continúan. Todo se recrea, el amor no caduca.
Lo fascinante es que nuestro planeta es un hábitat lleno de belleza capaz de solazar nuestros sentidos, conmovernos y cuyas leyes nos permiten sobrevivir; un paraíso que parecía diseñado para su disfrute. Y esto es algo asombroso, porque el único objeto de la belleza es provocar fascinación y creación artística; no tiene sentido sin un sujeto capaz de apreciarla. En realidad, nadie ni nada sobra. Solo los humanos podemos convertir la creación en armonía espiritual, belleza y arte. La cruz, en fin, no es la protagonista principal, solo el Amor con sus dones.
¿Cómo valora la aportación de Xabier Pikaza a su libro?
Con enorme agradecimiento, tanto por su actitud muy generosa para conmigo como por el contenido teológico de su reflexión que refuerza el objetivo de este libro. Mil gracias siempre por su interés, su aportación y su tiempo.
¿Desea añadir algo más?
La Cruz es paradójica, la alegría y la felicidad cristianas son paradójicas. Jesús llama felices y bienaventurados a personas que la lógica social llamaría desafortunados.Entre tantos dolores y miedos, si hubiera que desentrañar el aparente oxímoron «Cruz-Buena noticia», diría que la Cruz cristiana es sinónimo de amor verdadero. La Buena Noticia es que Dios no es solamente el Dios de los justos, sino que es también el Dios de los que sufren. Entiendo que solo desde aquí se puede interpretar conceptos como «redención», «salvación», «expiación de los pecados»… que a veces se exponen tan doctrinariamente que acaban ocultando lo esencial: la gratuidad de todo lo bueno y la necesidad de dejarnos transformar por el Espíritu aunque sea entre situaciones bien amargas.
Jesús marcó el camino como uno de nosotros… No se nos pide que seamos exitosos, sino fecundos; sembradores, no necesariamente recolectores.
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