Gonzalo Villagrán, sj, en PPC 'Teología pública'

(Antonio Aradillas).- La falta de teología es un mal endémico, con expresa referencia académica a "cualquiera enfermedad que reina habitualmente en cualquier país o comarca" y, por tanto, también en sus correspondientes organismos o instituciones que las sustentan, mantienen y conforman al servicio de la colectividad.

La familia, la política, la economía, las administraciones públicas... precisan con urgencia buenas dosis de teología. La misma Iglesia católica -y también las otras-, al igual que el resto de las religiones proclaman la falta de teología que padecen, lo que en parte explica su fracaso rotundo ante propios y extraños. En ocasiones, intentan sus próceres suplir tal insuficiencia con apaños, baratijas y sucedáneos, pero la resultante es estremecedoramente nefasta para la colectividad.

"Desde hace unos años podemos oír con cierta frecuencia la expresión "teología pública" para referirse al trabajo de ciertos teólogos con fuertes inquietudes por la vida social y política". Tan honrada confesión se hace en la contraportada del libro firmado por el jesuita Gonzalo Villagrán con el título Teología Pública. Una voz para la Iglesia en sociedades plurales-, editado en PPC -160 páginas-, en su colección "GS". Profesor de Teología Moral en la Universidad de Granada y doctor en Teología por el "Boston College", con estudios especializados en Administración y Dirección de Empresas en la Universidad de Sevilla, su reconocida competencia en la materia es indiscutible.

Ya en la Introducción destaca, con gozo y acierto fundamentalmente religiosos, que "la idea de una reflexión teológica expresa el deseo de opinar y discernir sobre la vida socio-política al conjunto de la sociedad plural sin limitarse a los miembros de la sociedad cristiana, insistiendo en su empeño de hacer la teología que busca cubrir los objetivos de tratar temas sociales, utilizando un lenguaje tan teológico como se pueda y sea significativo no solo para la Iglesia sino para el conjunto de la sociedad".

Y es que, hoy por hoy, la Iglesia no lo es de verdad, si se la enclaustra entre modos, muros y espacios más o menos clericales, y no se les abren de par en par las puertas a la universalidad en el tiempo y en el -los- espacios.

A "lo público", en la pluralidad de sus marcos, ideas, dirigentes, métodos, espíritu, actividades y procedimientos, han de conferirles autenticidad, significación, utilidad y provecho, los planteamientos teológicos serios dimanantes de los santos evangelios y de los testimonios de vida de quienes ejemplarmente los llevaron, y llevan, a la práctica, primando por encima de todo, el bien de la colectividad, y no la rentabilidad personal o de grupos concretos y selectos.

En contexto tan actual y, para algunos -jerarquía y laicos- incierto, confuso y hasta arriesgado, el autor valora grandemente la "capacidad de la teología de la liberación para señalar las injusticias y ponerse al lado de los pobres, confiriéndole a la revelación una gran capacidad profética", y así llegar a la conclusión de que "la teología de la liberación ha supuesto también una enorme contribución a la teología cristiana al recuperar el valor teológico de los pobres".

Síntesis cabal del pensamiento del autor, y justificación cumplida de este libro, se subraya en la frase de que "el paradigma de la teología pública se ofrece a la Iglesia como un gran instrumento para ayudar a seguir cumpliendo tal papel significativo en la construcción de la sociedad".

Tener rigurosa, responsable y humildemente presente que la falta de teología es una verdadera tragedia para la convivencia político-social, y que su ausencia se percibe y padece en los mismos "teólogos profesionales", es anticipo de querer arreglar las cosas con efectividad y prudencia, contando, por supuesto, con la gracia de Dios.

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