"Ochenta y ocho catedrales hay en España y el autor nos da cuenta de todas" 'Las catedrales son del pueblo', y Antonio Aradillas lo demuestra
"Antonio Aradillas acaba de publicar un ensayo de carácter histórico, religioso y artístico cuya tesis principal es la siguiente: Las catedrales son del pueblo-pueblo, entre otras razones, porque él mismo fue su constructor"
"Se trata de un libro de fácil lectura por lo variado del tema, por el simbolismo buscado para cada construcción y por las numerosas anécdotas y leyendas que históricamente han rodeado a estos templos cristiano"
"En efecto, hoy las catedrales no podrían entenderse sin el pueblo que siglos atrás participó en su construcción y que llenaba sus naves en las grandes solemnidades; arte, simbolismo y pueblo ensamblaron la catedral"
"De las ochenta y ocho catedrales con que cuenta España, uno de los países con más y mejores catedrales de todo el mundo, Antonio Aradillas no da cuenta de todas ellas"
"Un libro escrito con la esperanza de que en limpia y pastoral manera contribuya al enraizamiento, evangelización y sinodalidad de la Iglesia, prioral preocupación del papa Francisco"
Puede adquirir el libro hoy mismo, pinchando aquí
"En efecto, hoy las catedrales no podrían entenderse sin el pueblo que siglos atrás participó en su construcción y que llenaba sus naves en las grandes solemnidades; arte, simbolismo y pueblo ensamblaron la catedral"
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| Ramón Sarmiento
Bajo este título, Antonio Aradillas acaba de publicar un ensayo de carácter histórico, religioso y artístico cuya tesis principal es la siguiente: "Las catedrales son del pueblo-pueblo, entre otras razones, porque él mismo fue su constructor".
Se trata de un libro de fácil lectura, en primer lugar, por lo variado del tema y por el simbolismo buscado para cada construcción; y, en segundo, por las numerosas anécdotas y leyendas que históricamente han rodeado a estos templos cristianos en donde han tenido y tienen su sede o cátedra los obispos de las diócesis desde donde se encargaban y todavía se encargan de difundir la doctrina religiosa y de prestar servicios a la comunidad. Y de ahí se sigue que se haya acuñado muy tempranamente en castellano el término catedral, nacido como adjetivo relacional (iglesia catedral, relativo a la cátedra) y con el tiempo convertido en nombre sustantivo (la catedral).
La obra consta de dos partes: la primera, destinada a dar cuenta de la historia de las catedrales y de su caracterización simbólica; y la segunda es una adenda de reflexiones generales sobre lo que han sido y significaron los moradores de tan sagrados lugares cuya propiedad y pertenencia no eran exclusivas de la jerarquía, sino también del pueblo.
En efecto, hoy las catedrales no podrían entenderse sin el pueblo que siglos atrás participó en su construcción y que llenaba sus naves en las grandes solemnidades. Arte, simbolismo y pueblo ensamblaron la catedral. Y, de manera similar a como Gerardo Diego en su obra Ángeles de Compostela (1940) dedicó a cada ángel del Pórtico de la Gloria un soneto genial con el que corona cada parte de la obra y no dudó en bautizarlos con nombres extraídos de alguna angelología extraña: Maltiel, Urjan, Racías, Uriel, así también Antonio Aradillas en Las catedrales son del pueblo consagró un capítulo de su ágil prosa a cada una de las treintaiocho catedrales españolas que tampoco dudó en titularlas metafóricamente como ”la catedral arrodillada, la perla de las catedrales, la pulcra, la más bella que la berenguela, la catedral encantada, la catedral del mantel de la Santa Cena, la catedral 'mirando al mar’, la capilla sixtina del renacimiento español”, etc.
De las ochenta y ocho catedrales con que cuenta España, uno de los países con más y mejores catedrales de todo el mundo, Antonio Aradillas no da cuenta de todas ellas, porque este nunca fue su propósito inicial. Así que “ni están todas las que son ni son todas las que están”, como reza el dicho popular. Tampoco los contenidos responden a una mera descripción técnica o artística ni, por supuesto, a itinerarios turísticos, sino más bien a una interpretación simbólica y religiosa.
Para el autor, las catedrales son verdaderos monumentos a la fe de los creyentes y la expresión material de un espacio sagrado de encuentro y de transcendencia humana. Son expresión de la Verdad con mayúscula. Y así quedó fijado en nuestra lengua en la que, cuando uno desea indicar que alguna cosa posee la evidencia de ser verdad, se recurre a la locución univoca: “es una verdad como una catedral o un templo”. Pero, como las lenguas también son, según el sociolingüista estadounidense J. A. Fishman, un espejo de la conducta lingüística de una sociedad en el que se reflejan todos los aspectos socioculturales, constatamos que decir catedral hoy puede resultar tan equívoco como que tal nombre se aplica a realidades tan diversas y profanas como sugieren los títulos “las catedrales del cielo, las catedrales del mar, las catedrales del vino, las catedrales del tecno, las playas de las catedrales, los pilares de la Tierra”.
Antonio Aradillas da cuenta de auténticas joyas artísticas: unas grandiosas como la de León, tal vez la expresión más pura del gótico español; otras humildes como la de Jaca, miniatura románica encajonada en un caserío medieval. Grandes o pequeñas, las catedrales siguen marcando el centro de gravedad de todas las ciudades españolas cuyos perfiles resultarían irreconocibles sin ellas, puesto que son lo que otorga a cada ciudad su seña definitiva de identidad. Este es el caso de lugares como Palma de Mallorca, Cádiz, Tortosa, Jaén, Mondoñedo, Zamora o Salamanca. En efecto, la catedral, visible desde lejos, se ha convertido en el emblema de un conjunto urbano con múltiples funciones: centro religioso, intelectual, artístico.
Históricamente, la catedral, además de un lugar de culto, fue un punto neurálgico de reunión de los habitantes de la ciudad. A los pies de estos templos, había un atrio porticado que servía de reunión para los fieles antes o después de los oficios, generalmente con fuentes y mercadillos. Allí la gente acudía a discutir, hablar, decidir, juzgar, ejecutar, celebrar, asistir a espectáculos; allí los gremios tenían sus capillas y altares y era el lugar en donde se encontraban con frecuencia para dirimir sus disputas y resolver sus problemas; allí también algunos nobles, imitados en esto por patricios ricos, banqueros y comerciantes, pedían ser enterrados.
El clero regular ya se había trasladado de los monasterios aislados a la ciudad bulliciosa y paseaba por sus calles tras decir misa en la catedral. Los antiguos benedictinos, tanto los de Cluny como los del Císter, que oraban y trabajaban en sus monasterios, fueron perdiendo importancia a favor de las nuevas órdenes mendicantes, las de franciscanos y dominicos, que vivían pobremente en la urbe al servicio directo de la gente.
Así, pues, la catedral era todo un símbolo del tejido urbano. Por un lado, cumplía la función social de control del tiempo; a través de las campanas, se iba regulando la vida diaria de la gente. Por ejemplo, por el ritmo de los tañidos de las campanas, se podía transmitir información importante. Si el campanero tocaba el toque a rebato, era porque había peligro de un ataque o un incendio. Todos los habitantes de la ciudad conocían este código y los que no, lo aprendían rápidamente por ser frecuente, constante y repetitivo.
Por otro lado, a falta de libros impresos y de gentes alfabetizadas, la arquitectura de las catedrales cumplía también la función catequética de ilustrar la compleja fusión entre lo divino y lo humano expresada a través de un lenguaje propio de símbolos que proporcionaban las figuras geométricas de sus elementos principales como son la cabecera, la nave y la torre. Así, el cielo sobre la tierra estaba simbolizado por un semicírculo sobre un rectángulo; la cruz, formada por el cruce de la nave principal y el transepto, representaba a Cristo: su cabeza era la cabecera o ábside, y sus brazos, los del transepto. Y los templos se orientaban hacia el Este para mostrar cómo Dios es la luz que ilumina la vida sobre la tierra; la bóveda indicaba el camino hacia el altar e invitaba al recogimiento y la sumisión.
Posteriormente, como refiere Antonio Aradillas, esto fue cambiando “cuando los obispos acapararon para sí y para su cohorte tan sagrados recintos como suyos y en exclusiva, de tal manera que todavía hoy, cuando son designados -que no elegidos-, como pastores supremos de las diócesis respectivas, los consideran tan de su propiedad”. Hasta llegar a la situación actual, languedeciente y de encrucijada en que nos hallamos.
El libro termina con una sincera reflexión: “Las catedrales son del pueblo-pueblo, entre otras razones, porque él mismo fue su constructor. Desde “las Casas de la Iglesia” en las que los primeros cristianos comenzaron a reunirse y a celebrar la Eucaristía –“partir el pan”-, pasando por las “iglesias” convertidas posteriormente en templos-catedrales de conformidad con las exigencias de lugar y de tiempo, y llegando hasta la actualidad, estos lugares sagrados lo son por su pertenencia al pueblo y no son de la propiedad y exclusiva pertenencia de la jerarquía por muchos y ricos que sean los signos y símbolos que identifiquen a sus poseedores canónicos”. Escrito con la esperanza de que en limpia y pastoral manera contribuya al enraizamiento, evangelización y sinodalidad de la Iglesia, prioral preocupación del papa Francisco”.
Antonio Aradillas: 'Las catedrales son del pueblo' en la editorial”, Madrid: 2022, editorial ACCI
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