| Gemma Morató / Hna. Maria Núria Gaza
Cuando rezamos el Padrenuestro muchas veces lo hacemos de rutina y no pensamos en lo que pedimos. Es una lástima. Cuando Jesús enseñó a sus discípulos la oración del Padrenuestro pensó en una forma sencilla y profunda de dirigirnos a Dios nuestro Padre.
Hacer la voluntad de Dios no es fácil, por esto se lo tenemos que pedir con insistencia y confianza. En decir que “se haga su voluntad me comprometo ya en este mundo, a construir en este mundo el cielo en la tierra” (Francesc Torralba). El autor de "La vida secreta de la plegaria" dice que llega un día en que la hoja de roble se descuelga de la rama y cae sobre el río. No se pregunta si se hundirá o si flotará hasta llegar al mar. Sencillamente se abandona al río.
También nosotros al orar nos tenemos que abandonar a la voluntad de Dios. Él nos ama y nos conduce. Nada hay que temer. Como reza el salmo 22: “Él es mi pastor nada me falta, en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas, aunque que camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan”. Esto es lo que han hecho los santos: vivir abandonados a los brazos del Señor. Con Él nada podemos temer.
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