| Gemma Morató / Hna. Maria Nuria Gaza
San Pablo permaneció muchos años sin la luz que viene del Señor Jesús, por esta razón perseguía con ahínco a los que seguían su doctrina. Los Hechos de los Apóstoles nos narran que entraba en las casas de los cristianos y arrastraba hasta los tribunales a los que confesaban su fe en Jesús. Tal era su furia contra estos que logró cartas del sanedrín y con ellas se dirigió a Damasco para acusar a los cristianos que habitaban en esta ciudad.
Pero los caminos de los hombres no son los caminos de Dios, y cuando no se encontraba lejos de la ciudad de Damasco oyó una voz que le decía: “¿Pablo por qué me persigues?” Podemos imaginar la estupefacción de este hombre al oír estas palabras. El fogoso Pablo preguntó: “¿Quien eres Señor?” A lo que la voz le respondió “Soy Jesús a quien tú persigues”.
Entonces Pablo sin ver nada es acompañado hasta Damasco, allí es visitado por Ananías que le dice: “El Señor me manda a ti” (cf Hch 9, 17). Y de este encuentro tenemos a Pablo convertido en apóstol de los gentiles. La luz del Señor entró en su corazón. De perseguidor se convirtió en apóstol incansable de los gentiles y dio su vida por el Evangelio.
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