En la sinagoga de Nazaret Jesús lee el pasaje de Isaías:
“El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres…” (61, 1ss). Todos los oyentes, sus conciudadanos, estaban admirados de las palabras que salían de su boca. Pero como Jesús dijo,
nadie es buen profeta en su tierra. Y les pone ejemplos bien claros de sus actitudes internas, pasan de la admiración al odio, lo quieren despeñar.
Fácilmente esto nos puede ocurrir a nosotros. Cuando nuestro interlocutor está de acuerdo con nuestras ideas, todo va sobre ruedas. Pero si luego su discurso va por derroteros que no son los nuestros, ya no son elogios los que van dirigidos a él, arranca una fuerte discusión. O bien, ignoramos todo lo positivo de su discurso o nos enzarzamos a desmentir sus ideas
o lo que es peor, guardamos en nuestro interior una fuerte aversión sobre el mismo.
Nos cuesta mucho hacer una distinción entre lo positivo y lo negativo. Echamos el agua junto con el niño que hemos bañado.
¡Cuánto nos cuesta ser ecuánimes! Este Evangelio de Lucas (4,16-30) con las reacciones de los oyentes de Jesús en la sinagoga de Nazaret puede ayudarnos a corregir nuestras actitudes. Texto: Hermana María Nuria Gaza.