Paseos de verano
Podemos estar paseando junto a un mar calmado mientras nuestra vida está alborotada, como cuando las olas van y vienen, pero aun así, nos transmite paz, nos va serenando en la medida en que vamos compartiendo aquello que estamos viviendo, con sus dificultades, interrogantes, lágrimas pero también con la esperanza de un nuevo amanecer.
El mar me recuerda mi infancia, me habla de los inicios de la vocación religiosa, me llevó inesperadamente y gratamente un día al mar de Galilea, ¡Ese mar habla al corazón!; me sigue apasionando, dando vida y en todo lo vivido, siempre ha estado y está presente el Señor; en el mar calmado o agitado de mi vida, siempre escucho su voz, ¡Calma, soy yo! ¡No tengas miedo, confía!
SOBRE EL SALMO 31 (adaptación)
En ti, Señor, me cobijo,
no quede nunca defraudado.
Líbrame, conforme a tu justicia,
atiéndeme, date prisa.
Sé tú la roca de mi refugio,
fortaleza donde me salve
porque tú eres mi roca y mi
fortaleza
por tu nombre me guías y me
diriges.
Enséñame a caminar por tus
sendas,
en tus manos pongo mi vida
y me libras, Señor, Dios fiel.
Tú me libras en las tormentas,
me defiendes en la lucha,
me orientas en las sombras,
me conduces en la vida.
Cuando estoy en apuros
y la pena debilita mis ojos,
mi garganta y mis entrañas…
cuando pierdo las fuerzas
en ti confío, Señor:
me digo: “tú eres mi Dios”.
Texto: Hna. Ana Isabel Pérez.