Paseos de verano

Mar
Si hay algo que me guste especialmente del verano son esos paseos junto al mar, ya sea de día, pero aún más en la noche que invita a la calma, al sosiego del corazón. Ese olor a mar, el reflejo de la luna sobre el agua, el silencio que puede llegar a habitar en la propia persona cuando la mirada se dirige más allá de lo que nuestros propios ojos pueden alcanzar y es ahí donde tan cerca y tan lejos siento la presencia del Dios que está en mi vida, que nos protege aunque no lo reconozcamos.

Podemos estar paseando junto a un mar calmado mientras nuestra vida está alborotada, como cuando las olas van y vienen, pero aun así, nos transmite paz, nos va serenando en la medida en que vamos compartiendo aquello que estamos viviendo, con sus dificultades, interrogantes, lágrimas pero también con la esperanza de un nuevo amanecer.

El mar me recuerda mi infancia, me habla de los inicios de la vocación religiosa, me llevó inesperadamente y gratamente un día al mar de Galilea, ¡Ese mar habla al corazón!; me sigue apasionando, dando vida y en todo lo vivido, siempre ha estado y está presente el Señor; en el mar calmado o agitado de mi vida, siempre escucho su voz, ¡Calma, soy yo! ¡No tengas miedo, confía!

SOBRE EL SALMO 31 (adaptación)
En ti, Señor, me cobijo,
no quede nunca defraudado.
Líbrame, conforme a tu justicia,
atiéndeme, date prisa.
Sé tú la roca de mi refugio,
fortaleza donde me salve
porque tú eres mi roca y mi
fortaleza
por tu nombre me guías y me
diriges.
Enséñame a caminar por tus
sendas,
en tus manos pongo mi vida
y me libras, Señor, Dios fiel.
Tú me libras en las tormentas,
me defiendes en la lucha,
me orientas en las sombras,
me conduces en la vida.
Cuando estoy en apuros
y la pena debilita mis ojos,
mi garganta y mis entrañas…
cuando pierdo las fuerzas
en ti confío, Señor:
me digo: “tú eres mi Dios”.

Texto: Hna. Ana Isabel Pérez.
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