Vida... Poder ayudar
Ese cambio de perspectiva ha de llevarnos a reconocer los incomprensibles caminos de Dios y ha de abrir en nuestro corazón la confianza y a la acción de gracias por cuanto Dios nos ha permitido realizar en favor de otros y por aquello que ahora otros pueden realizar al prestarnos su ayuda.
| Gemma Morató / Hna. Carmen Solé
En el libro de Tobit, en el Antiguo Testamento, tenemos la descripción de un hombre que ha hecho de su vida un constante servicio a los demás.
Se nos describe a un hombre, económicamente bien situado, que trabaja sin cesar en beneficio de los de su mismo pueblo, sin importarle el cansancio ni las burlas.
Aunque no consiga evitar las dificultades, poder ayudar a sus hermanos en todo ámbito o sentido le genera satisfacción y exigencia para dar en todo momento gracias a Dios por los dones que recibe de Él.
Sabemos que satisface más dar que recibir, y esta afirmación que la encontramos en el evangelio y repetida en muchos libros y estudios, manifestada de diversas formas según los aspectos que se consideran primordiales en cada autor, pero es una afirmación que se puede quedar a mitad de camino.
Poder prestar ayuda a otros significa estar en una posición de superioridad. Quien ayuda siempre está en una posición de “más”. Posee una economía más sana, y puede repartir sus bienes, tiene una salud más sólida y puede colaborar en los trabajos ajenos, tiene una formación física más fuerte que le hace apto para evitar el cansancio, o ha logrado una formación académica que le ayuda a comprender mejor la realidad que le envuelve.
En pocas palabras aquel que siempre ayuda suele poseer unos dones que de un modo consciente o no, le dan elementos para sentirse superior a los que tiene a su alrededor y por tanto crece en él la obligación de ayudar y la satisfacción de hacerlo.
Pero como le ocurrió Tobit, las cosas pueden cambiar de forma casi repentina. Aquel que ayudaba a los otros, ahora necesita ser ayudado, si su vida se limitaba solo un acto de ayuda, ahora queda sin sentido y así crece la desconfianza hacia si mismo y hacia quienes vienen a devolverle ahora los favores recibidos.
Ese cambio de perspectiva ha de llevarnos a reconocer los incomprensibles caminos de Dios y ha de abrir en nuestro corazón la confianza y a la acción de gracias por cuanto Dios nos ha permitido realizar en favor de otros y por aquello que ahora otros pueden realizar al prestarnos su ayuda.