El desespero puede arrastrar a la violencia, al odio hacia el prójimo. Todos conocemos desavenencias entre miembros de una familia; un cónyugue que abandona su pareja, un jefe autoritario o peor, que quiere abusar de su poder. Cuando oímos estas confesiones nuestro corazón se estremece.
Es posible que a causa de esta dura situación uno renuncie a la fraternidad, ya no tiene confianza en esa persona, cierre la puerta de su corazón y su vida se llene de sombras que quitan la alegría de vivir.
¿Qué puedo hacer para recobrar el gusto de vivir?
La Iglesia nos propone un medio para abrir de nuevo la puerta del corazón, es el que llamamos sacramento del perdón, de la confesión o mejor
el sacramento de la reconciliación. Es dejarse penetrar por el amor misericordioso del Padre que nos ama por encima de nuestras miserias.
El Hijo de Dios se encarnó para enseñarnos a dar sentido a nuestros sufrimientos, para compartirlos. Murió y resucitó para resucitarnos con él, no solamente en el último día, sino todos los días de nuestro caminar por este mundo. Las últimas palabras de Jesús desde la cruz son de perdón :
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lu 23,34). Texto: Hna. María Nuria Gaza.