Sucumbir a las tentaciones

Sucumbir a las tentaciones. ¡Vaya título! Seguro que más de uno habrá entrado en busca de algo…, “¡ejem!”. Da igual. La cuestión es que hoy brotan mis pensamientos rápido, más rápido de lo que puedo escribir, me encanta la informática pero soy mala en mecanografía…

Pensaba que nuestro mundo, el de todos, ¡el mío, ¡eh! y no el del vecino (que no nos cuesta mucho mirar para el otro lado y quedarnos tan tranquilos), está lleno de tentaciones, simples tentaciones que ni vemos, ni captamos o no queremos captar; seguramente porque nos cuesta entrar dentro de nosotros mismos, pararnos y ver que ni el trabajo ni los estudios, ni a veces las responsabilidades no son siempre lo más importante.

Lo más importante es ser persona, crecer en humanidad. Y en cristiano, dejar de pensar en MÍ y en MI OBLIGACIÓN, para ver que al final seremos examinados de amor, y el amor empieza por simplezas, cosas sencillas, o sea, que una cerveza con los amigos, un sentarse al sofá con tu marido o mujer, estar con los hijos, una cena familiar, una celebración con amigos, escuchar,… debe pasar delante de la necesidad creada por mi mismo. Nos pasa que debo responder a algo encomendado y me vuelvo inamovible, no cabe en mí la espontaneidad, la ilusión de la novedad, y no está bien que rompan mis planes organizativos. Eso no es equilibrio.

Entonces digo “no” a todo lo que parece simple diversión, pero eso resulta que era estar pendiente del otro y de reconocer que no soy yo el primero sino el prójimo. Hay que buscar el justo equilibrio, ya sé eso de que primero es la obligación que la devoción, pero, ¿no será que a veces la devoción tendría que ser obligación?

Y cuando atisbamos que nos está pasando eso, que hasta para trabajar y estudiar tenemos grandes explicaciones lógicas, normales, fruto del siglo XXI; ¡cuidado! pues quizás un día suspendamos el examen de la vida. El examen de vivir plenamente la vida a la que Dios nos llama, la vida que nos permite ver más allá y la vida que nos hace crecer y disfrutar de cada etapa de madurez. Me gusta recordar eso que dijo nuestra fundadora, Marie Poussepin (1696-1744), sobre podernos acostar como si fuera hoy nuestro último día "preparadas para morir esa noche y presentarse ante el Soberano Juez".

¿Qué hubiéramos querido hacer si hoy fuera nuestro último día entre los nuestros? Texto: Sor Gemma Morató.Foto: Sor Marie Thérèse Perdriault.
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