Lo ambiguo de la soledad

No somos islas
En alguna ocasión os he hablado de Thomas Merton y su idea de que el ser humano no es una isla, necesita de los demás. Hoy pensaba en esta idea, en la necesidad del ser humano de ser amado, querido, aceptado y valorado por los demás, pero no como cambio de moneda sino simplemente como persona humana que anhela el empuje y la fuerza de los otros.

El aislacionismo parece, de entrada, algo excluyente que lo único que está llamado a ser provocador de distancia y de barreras, y que, sin duda, en un plazo de tiempo no demasiado largo está condenado y conduce a la incomunicación. Pero creo que por muy sola que pueda sentirse una persona siempre hay una brecha, un esqueje o resquicio por el que llegar a los demás. Ello nos dice que, aunque nos sintamos los más “desgraciados” no es del todo cierto porque, aunque la esperanza sea pequeña todo tenemos algo de afecto, de amor, pasión… lo cual lleva sin querer o queriendo a la relación, al menos a buscar.

Es necesario señalar que al igual que Merton dijo que nadie es una isla, también podemos afirmar, como dice el jesuita Rodríguez Olaizola, “que todos somos islas”. Y es que, aunque no somos islas porque necesitamos de los otros, es justo aclarar que algo de islas tenemos porque somos únicos, porque también necesitamos nuestro espacio para poder respirar… esta es la parte positiva; pero también existe la parte en la que nos convertimos en islas porque, aunque nos relacionamos muchas veces lo hacemos a distancia, y esto hemos de cuidarlo. Es verdad que el ser humano va entretejiendo las relaciones y también es cierto que necesitamos nuestro punto de soledad y de “hondura donde nadie más se asoma”, pero sin lugar a duda somos creados para comunicarnos, relacionarnos, encontrarnos y hacer comunión, esta es la riqueza del hombre. Texto: Hna. Conchi García.
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