Una confidencia emocionante
Entre nuestro grupo, había una religiosa colombiana, él nos dijo que conocía Bogotá porque en sus viajes a América había ido varias veces a la capital de Colombia. Nos comentó que él era capitán de barco y que en un momento de su vida cayó en la droga: “Yo fui drogadicto”, expresó con toda sencillez. Todas nos quedamos un tanto sorprendidas y él continuó que ya estaba recuperado y que se quedó con la pequeña comunidad franciscana para colaborar con ellos. Debía ser un estímulo para el grupo de drogadictos acogidos. Fue una conversación que no he olvidado, a pesar de los años transcurridos. Esto me ha ayudado a pensar y orar en el gran número de jóvenes que caen en esta terrible plaga.
Con un grupo de catequistas unos padres que tenían un hijo drogadicto contaron a los demás padres la experiencia con su hijo. Decían que tenían que tener mucha paciencia con él y que a pesar de todo era su hijo, no le podían negar su cariño porque es lo que más necesitaba. La bondad en toda ocasión es el mejor remedio, no lo olvidemos nunca.Texto: Hna. María Nuria Gaza.