El evangelio de
San Marcos en su capítulo 10 nos narra el encuentro de Jesús con un joven rico que le dice:
“Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna? Jesús le contestó: ¿Por qué me llamas bueno? Solamente hay uno de bueno: Dios”. A juzgar por sus contemporáneos a Jesús lo podían tener por bueno o por malo. Si cura a un leproso, a un ciego, etc., los que ven estos milagros, lo tienen por bueno. Pero cuando sacó a los vendedores del templo con un látigo, ¿lo tendrían por bueno o por violento? Cuando se enfrentó con los fariseos, éstos, ¿lo tendrían por bueno o mejor por farsante, o por hipócrita?
El “sólo bueno…”. Dicho de otro modo,
no juzguemos demasiado rápidamente lo bueno o lo malo porque no siempre es fácil discernir. El Dios bueno es al mismo tiempo exigente, que pide tanto y todo, y que al mismo tiempo lo da todo, que es paciente y misericordioso, nos da su perdón, que es fiel a sus promesas.
Y como dice el salmo 33 en su versículo 9:
“Gustad y ved que bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él”. El salmista tenía una experiencia del Dios bueno. Ojalá la tengamos todos.
Texto: Hna. María Nuria Gaza.