Un texto para serenar el espíritu

Serenidad
He aquí que hay textos de la Escritura que son como un bálsamo cuando nos sentimos inquietos espiritualmente. Uno de ellos es del libro del Apocalipsis en su capítulo tercero versículo veinte:“Mira. Yo estoy llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraremos en su casa y cenaremos juntos”.

El hecho de sentar a la mesa a alguien es que hay una intimidad con él. No siento a la mesa a un extraño que llama a mi puerta. Comer juntos significa una relación de amistad, si ésta no existe ni el que llama ni yo nos sentiríamos cómodos cenando juntos. Si soy caritativa le invitaré a comer pero no sentarlo a la mesa con los demás miembros de mi familia o de mi comunidad. Es posible que ni él ni los demás estuvieran a gusto.

Pero el texto parece más bien que es quien llama el que se invita. Así es evidente que el que llama tiene una relación de gran amistad porque de lo contrario no se invitaría. Es alguien que se siente con la franqueza suficiente para invitarse. Pues es que el Señor se siente con la libertad de invitarse y compartir conmigo la mesa en la que ciertamente entablaremos una buena conversación.

En la Eucaristía es Jesús el que nos invita a participar de su mesa. El dice que vayamos a él los que nos sentimos cansados. “El que ama, ni cansa, ni se cansa”, dice San Juan de la Cruz. Jesús llama a la puerta de nuestro corazón, ¿le dejaremos entrar? Si lo dejamos entrar nos sentiremos aliviados, nuestro espíritu reposará. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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