Fe... Los viajes: Distinta apreciación
También en ocasiones el viaje de nuestra vida se nos hace difícil y oscuro. ¿Hemos perdido también al Maestro?, ¿hemos dejado de verlo presente en nuestra vida de cada día? Mantengamos los ojos y el corazón abiertos. Él está nuestro lado siempre y parte también para nosotros el Pan, que es alimento, reconocimiento, fuerza y gracia. Con Él, el camino no es nunca largo, ni oscuro en todo momento se nos pueda hacer presente para que retornemos a Jerusalén, para que con ánimo nuevo demos testimonio de su Cruz y Resurrección.
| Gemma Morató / Hna. Carme Solé
Los viajes nunca son iguales, dependen de la apreciación que ya incluso con anterioridad hacemos de los mismos.
Si tenemos la experiencia de haber realizado un mismo viaje o trayecto varias veces con el mismo sistema de transporte, yendo y viniendo del mismo lugar al mismo sitio varias veces, seguramente recordamos que los viajes no nos han parecido siempre iguales.
Unas veces el viaje es cómodo, agradable, nos parece corto, los compañeros de camino nos resultan amables, la conversación entre todos o los ratos de silencio hacen que la distancia se nos haga corta. Otras veces el mismo trayecto nos resulta largo, cansado en extremo, el paisaje parece gris y todo se nos hace tremendamente pesado.
Y es que la diferencia no está propiamente en el viaje, la diferencia, la distinta apreciación está en nosotros mismos y en lo que esperamos del trayecto recorrido o en lo que imaginamos que nos espera al final del mismo.
Durante el tiempo de Pascua uno de los fragmentos evangélicos que leemos varias veces es el de los discípulos de Emaús.
Por todos es conocido: los dos discípulos se apartan de Jerusalén, huyen dicen algunos exegetas, empujados por el miedo y el desencanto. Jesús que en un momento del camino se hacer presente y les acompaña y les habla y comentan lo ocurrido y llega hasta partir el Pan con ellos.
Si volvemos a los dos caminantes los reconocemos porque dejan la ciudad de Jerusalén atrás después de los acontecimientos vividos. Habían perdido a su Maestro, había sido crucificado, y con esta muerte parecía que todo había acabado, habían pasado un buen tiempo con Jesús y los discípulos sus seguidores más cercanos, pero ahora se había perdido todo.
Por esto emprenden el camino de marcha, de regreso, es como un camino de huida hacia una nueva etapa desconocida y que ahora parecía oscura.
El camino se presentaba largo, la distancia entre Jerusalén y su lugar de destino era grande. No se trataba solo de dejar Jerusalén atrás, sino que debían hacer todo un camino de regreso a su “normalidad” dejando atrás toda su esperanza de salvación, todo lo que habían vivido en su tiempo de encuentro con el Maestro. Seguramente caminaban comentando lo vivido, buscando alguna luz para entender lo sucedido, y mirando de hallar la fuerza para vivir de nuevo igual que antes de su encuentro con el Maestro.
También en ocasiones el viaje de nuestra vida se nos hace difícil y oscuro. ¿Hemos perdido también al Maestro?, ¿hemos dejado de verlo presente en nuestra vida de cada día? Mantengamos los ojos y el corazón abiertos. Él está nuestro lado siempre y parte también para nosotros el Pan, que es alimento, reconocimiento, fuerza y gracia. Con Él, el camino no es nunca largo, ni oscuro en todo momento se nos pueda hacer presente para que retornemos a Jerusalén, para que con ánimo nuevo demos testimonio de su Cruz y Resurrección.