La vid

Vid
Muchos siglos antes de Cristo la cuenca del Mediterráneo cultivaba la vid y generaba sus derivados: vino, vinagre, uvas pasas. Y algunas veces también su zumo provocaba la embriaguez como le ocurrió a Noé: “Noé comenzó a cultivar la tierra, y plantó una viña. Un día Noé bebió vino y se emborrachó, y quedó tendido y desnudo en medio de su tienda” (Gn 9, 20).

El fruto de la vid servía para el culto en los sacrificios de libaciones de los dioses; derramaban también vino sobre las tumbas como garantía de inmortalidad para los muertos. Salomón lo usó como moneda de pago, como se hacía comúnmente en la antigüedad; “Prepárame gran cantidad de madera, ya que el templo que voy a construir tiene que ser grande y maravilloso. Ten en cuenta que daré como provisiones para tus trabajadores, los leñadores que corten la madera, cuatro millones cuatrocientos mil litros de trigo, igual cantidad de cebada, cuatrocientos cuarenta mil litros de vino y oros tantos de aceite” (2 Cron 2, 9-14).

Jesús empleó muchas veces la imagen de la vid: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre el viñador” (Jn 15, 5). El amo que paga a los trabajadores que van a la viña (Ma 20, 1-6). Los hijos a quienes el padre dice de ir a trabajar a la viña (Ma 21, 28-32). Los viñadores malvados (Ma 21, 33-46). Jesús no era un enólogo sino que usaba comparaciones que todos sus oyentes podían comprender. Y sabía muy bien lo que iba a realizar en la noche del Jueves Santo: “Lo mismo hizo con la copa después de la cena diciendo: Esta copa es el nuevo pacto confirmado con mi sangre la cual es derramada a favor vuestro” (Lu 22, 20). Demos gracias a Dios por el fruto de la vid que nos deja una tal herencia. Su fruto convertido en su sangre. Texto: María Nuria Gaza.
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