¿"Podemos" o no debemos? ¿La ley Moral contra Dios?
Dios no conoce,como nosotros, por abstractos universales: para Él cada caso es único.
No hay regla sin excpeción. Y la excepcióon confirma la regla (no la quebranta)
La falta de sentido de la excepción constituye el fariseísmo: uan tentación tanto de derechas como de izquierdas
La falta de sentido de la excepción constituye el fariseísmo: uan tentación tanto de derechas como de izquierdas
| José Ignacio González Faus
Parece un título casi blasfemo y, sin embargo, tiene que ver con algo fundamental del mensaje cristiano, tanto en Jesús como en Pablo. Jesús pregunta provocativamente si "se pude hacer el bien" en contra de lo que manda la Ley (Mc 3,4); o si una enferma que llevaba 18 años esperando tiene que esperar un día más, para cumplir la Ley (Lc 13,16). Y declara que el fariseo de la parábola que ha guardad toda la Ley no estaba justificado ante Dios, mientras que el publicano pecador es aceptado por Dios (Lc 18, 9ss). Pablo repite, en dirección parecida que el hombre no se justifica ante Dios “por las obras de la ley moral”.
¿Pura teoría?
Tratando de aproximarnos algo a lo que eso significa, podemos echar mano de un rasgo típico de todos nosotros: los seres humanos nunca llegamos totalmente a lo individual: solo conocemos por calificativos abstractos universales, válidos para todos (fulano es varón, español, anciano, ingeniero, perteneciente a tal grupo psicológico…, y varios etcéteras más). Los abstractos, sin duda, nos acercan a lo concreto, pero no nos permiten conocerlo del todo. Hoy comenzamos a decir que “no hay enfermedades sino enfermos”, lo cual tiene su buena parte de verdad. Y la antigua escolástica profesaba un latinajo que, hasta en latín se entiende: “individuum est ineffabile” (no dice incognoscible, porque algo sí que podemos saber y dar a conocer de cada individuo; pero sí dice que no es totalmente comunicable).
Si eso de la filosofía parece muy enrevesado, recordemos otro principio práctico muy importante, que aplica lo antes dicho no al campo del ser sino al del hacer: “no hay regla sin excepciones” y, curiosamente, “la excepción confirma la regla” (no la quebranta sino que la confirma).
Y si de aquí aterrizamos en las conductas morales que son las que tienen que ver con Dios, comenté otra vez más despacio la curiosa coincidencia entre un protestante (D. Bonhoeffer) y un católico (Ignacio de Loyola en sus Ejercicios), en que Dios no tiene una ley universal aplicable a cada persona y a cada caso, sino una voluntad concreta para cada uno. Y lo que todo ser humano debe preguntarse a la hora de actuar es cuál es la voluntad de Dios, para mí.
Por supuesto, como los humanos somos tan parecidos y todos "de la misma pasta", la que llamamos “ley de Dios” nos ayudará casi siempre a la hora de actuar; pero no siempre. Jesús que fue un fiel cumplidor de la Ley, se topó con situaciones en las que vio que la voluntad de Dios no coincidía, en aquel caso concreto, con la llamada “ley de Dios”: aferrarse al principio universal sin atender al caso particular podía ser para Jesús lo que nosotros hoy denominamos fariseísmo. Y esa praxis (que fue una de las causas que lo llevaron al Calvario) ha hecho que cambiara para nosotros el significado de la palabra “fariseo”, tan venerable y digna de respeto hasta entonces.
En esa dirección la mejor teología moral habló siempre de “casos límite” (donde la vigencia de la ley se oscurece) o de “moral de situación” (que intentaba acercase más a lo particular de cada caso). Y debo reconocer que todo eso, por muy verdad que sea, no deja de ser una verdad muy peligrosa: podemos confundir tranquilamente lo particular de un caso con nuestro egoísmo “particular”. (Y el ejemplo de la supuesta licitud de la pena de muerte -hoy cuestionada “gracias a Dios”- puede ser un aviso de la seriedad de ese peligro).
También praxis
¿Qué a dónde quiero ir a parar con tantas especulaciones inútiles? No se preocupe usted que en seguida lo vemos. Todo lo anterior creo que tiene algo que ver con el conflicto que estos días divide a los de Podemos y que, además, parece ser el mayor que se ha dado en nuestro gobierno de coalición. La pregunta hiriente de ese conflicto es esta: ¿es lícito enviar armas a Ucrania? ¿O hay que atenerse al principio universal: “el único camino para la paz es la vía diplomática, nunca las armas”?
Siendo personalmente partidario del principio podemita, debo añadir que, en este caso particular, y en el día de hoy, no lo considero aplicable. Y creo que hay que felicitar, tanto a Pedro Sánchez, por haber tenido la valentía y la humildad de cambiar de opinión, como a Yolanda Díaz por haberse separado de las tesis de su partido. (Debo añadir que, en prácticamente todas las disputas planteadas en nuestros últimos años, me he sentido más cercano a la postura de Podemos que a la de los otros litigantes. No creo pues que hablo por despecho).
Por supuesto, la vía diplomática no hay que dejarla nunca: ahí está el bueno de Macron haciendo lo que muchos consideran ridículo por si puede, no parar la guerra sino evitar algunas muertes. Pero la pregunta hoy es si a esa vía diplomática hay que añadir algo más, preguntando como Jesús: ¿es lícito curar a una persona en día de sábado? (y los no cristianos tomen esto como una referencia solo genérica y no como un modelo particular: porque sin conocer lo que significaba el sábado para los judíos de aquella Palestina, la pregunta de Jesús queda muy descafeinada). Por eso añadiré otro ejemplo más actual.
El pastor protestante y mártir de Hitler, D. Bonhoeffer antes citado, era un partidario acérrimo de la no violencia. Y un buen día se encontró con el siguiente caso: si yendo por un camino, veo que alguien está maltratando a un débil (tratando de violar a una niña o lo que sea), estoy obligado a evitar aquel crimen, aunque sea haciendo daño al agresor (por supuesto: el menos daño posible, pero el que sea preciso). Este principio (o este sentido de la excepción), llevó a Bonhoeffer a involucrarse en una conjura contra Hitler que acabó planteándole esta otra pregunta: si hay que matar a Hitler y me toca hacerlo a mí ¿debo decir que no, alegando que soy pastor…?. Y acabó tomando esta decisión sorprendente: si me toca a mí matar a Hitler lo aceptaré. Pero antes saldré de la Iglesia (a la que tanto amaba), y no por las cosas que tenga contra ella, sino para que nunca se pueda decir que un eclesiástico se permitió ser violento.
Por supuesto, esa decisión podrá discutirse. Y no la cito porque sea de validez universal, sino para mostrar la grandeza de aquella alma y lo difícil que llegan a ser las decisiones morales ante las que, a veces, puede ponernos la vida.
Volviendo a la disputa actual; por desgracia ya no se trata solo de evitar la guerra. Se trata, además, de si alguna presunta víctima puede dejar de serlo. La vía diplomática habrá de permanecer siempre. Pero sin olvidar que mientras unos discuten, otros van cayendo muertos: dejando hijos huérfanos, mujeres viudas y corazones rotos. Y sin olvidar tampoco que los casos-límite y las excepciones, existen con más frecuencia de la que quisiéramos.
Y para nosotros occidentales: sin olvidar tampoco que ahora se cumplirán once años de la actual guerra de Siria. La cantidad abrumadora de sufrimiento acumulado allí, nos ha preocupado mucho menos: quizá porque quedaba lejos de nosotros y porque a ella estaban vinculados los intereses de muchas potencias. ¿Quién sabe si, de haber sabido poner fin a esa barbarie de Siria, no tendríamos ahora esta otra?
En total: hay a veces excepciones que pueden confirmar la regla. Y el fariseísmo puede ser tentación tanto de las derechas como de las izquierdas. Pues es tentación de todos los seres humanos, como seres morales que somos.