"Si la misericordia no se traduce en obras concretas, está muerta" 2016: el año de la misericordia en acción y de la capacidad de discernimiento
(Andrés Beltramo Álvarez y Ricardo Benjumea en Alfa y Omega).- «La misericordia no es una palabra abstracta». La misericordia es un estilo de vida. No existe la misericordia de discurso. Existe solo la misericordia y basta. Si no se traduce en obras concretas, está muerta. Palabras que el Papa ha repetido hasta el cansancio a lo largo del 2016. Al mismo tiempo dejó claro que las palabras no pesan tanto como los hechos. Quiso dar ejemplo y él mismo mostró el rumbo, con decenas de actos de cercanía a los pobres, los marginados y excluidos. Lo hizo durante un año en el que reforzó su popularidad mundial, pero no estuvo exento de críticas y polémicas.
El acontecimiento más importante del año fueel Jubileo extraordinario. En realidad no fue uno solo, sino muchos acontecimientos que se sucedieron alrededor del mundo. Por expreso deseo del Pontífice la celebración no se limitó a Roma, sino que se esparció por los cinco continentes, con la apertura de más de 3.000 puertas de la misericordia. Al final, según datos oficiales, más de 800 millones de personas estuvieron involucradas en el Año Santo.
Viernes de misericordia
El Papa hizo su parte. Instituyó los Viernes de la Misericordia y decidió que una vez al mes visitaría a algún grupo de personas necesitadas. El primero de esos viernes fue el 15 de enero, cuando Francisco apareció sin escolta en una casa para ancianos ubicada al norte de Roma. Su llegada causó estupor. La escena se repitió una decena de veces. Con alcohólicos y drogadictos, con indigentes, con personas con discapacidad intelectual, sacerdotes enfermos, mujeres liberadas de la prostitución, bebés enfermos y pacientes terminales, niños huérfanos y curas que dejaron el ministerio sacerdotal para casarse.
Aquellos encuentros nos dejaron las fotografías más conmovedoras. Francisco abraza, besa, acaricia, protege y acompaña. Todas las reuniones las afrontó desde la escucha, sin predicar, sin exigir. Fueron acciones de misericordia que se extendieron más allá de las fronteras de Italia. En abril, el Papa sorprendió una vez más con un viaje relámpago a la isla griega de Lesbos, dique de refugiados. Aquel sábado 16 fue una jornada intensa en compañía del patriarca de Constantinopla, Bartolomé. Juntos recorrieron el campo para migrantes y, al final, doce de ellos abordaron el avión papal con destino a Roma.
Con Cirilo en La Habana
Los otros viajes de Jorge Mario Bergoglio en 2016 dejaron postales para el recuerdo. Como el histórico abrazo con el patriarca ortodoxo ruso Cirilo en el aeropuerto de La Habana en febrero. En Cuba quedaron atrás 1.000 años de separación y cambió de un plumazo el escenario del diálogo ecuménico. Aquella gira siguió por México, con visitas a los indígenas, los pobres, los enfermos, las víctimas de la violencia y los migrantes.
En Armenia el Papa volvió a denunciar el genocidio de un siglo atrás y generó la indignación de Turquía. Pero su objetivo era empujar la paz en el Cáucaso. Por eso completó su gira pisando Georgia y Azerbaiyán. De paz habló tras visitar el campo de concentración de Auschwitz, durante su visita de julio a Polonia para participar en la Jornada Mundial de la Juventud. Y acercó posiciones con la Iglesia luterana durante su viaje a Suecia para conmemorar los 500 años de las tesis de Martín Lutero.
Algunas críticas al Papa
Aquel periplo sueco le granjeó duras críticas. Como también su Amoris laetitia, la exhortación apostólica resultado de las dos asambleas del Sínodo (2014 y 2015), en las que cientos de obispos discutieron sobre cómo dar respuestas a los problemas de la familia. Algunos pasajes del texto todavía animan encendidos debates. Francisco ha asumido las resistencias como el precio a pagar por su vocación reformadora.
En más de una oportunidad explicó que él fue elegido con el mandato de reformar y así lo ha hecho con la reforma de la Curia romana pero, sobre todo, con la reforma de la Iglesia. La primera avanza inexorable. Más allá de los pasos dados en los años anteriores, en 2016 fueron suprimidas siete oficinas del Vaticano, convirtiéndose solo en tres: la Secretaría de Comunicación, el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral y el Dicasterio de Laicos, Vida y Familia.
Estos cambios apuntan a una sola dirección: lograr que la Iglesia sea cada vez más parecida a sí misma, que sea un reflejo cada vez más nítido del mensaje de Jesús plasmado en el Evangelio. Para lograrlo el Papa indicó un solo camino: la misericordia en acción.
...y de la capacidad de discernimiento
La Amoris laetitia supera la lógica del «No se puede/ Sí se puede». Monseñor Marcello Semeraro, secretario del Consejo de cardenales que asesora al Papa en la reforma de la Curia vaticana, resumía así para Alfa y Omega el impacto del que ha sido el documento magisterial más importante de 2016. Las repercusiones de la exhortación papal van mucho más allá de la pastoral familiar. Esta revolución, que en opinión de Semeraro «no tiene ya vuelta atrás», se resume básicamente en superar la mentalidad legalista del fariseo para mirar a los demás como lo hace Jesús.
Eso es el discernimiento, el «esfuerzo constante por abrirnos a la Palabra de Dios que ilumina la realidad concreta de la vida cotidiana», según lo definía a este semanario el arzobispo de Madrid tras la publicación de la Amoris laetitia. «No hay fórmulas teóricas, no hay una lista de formularios, no somos una farmacia que ante tal enfermedad da tal pastilla», añadía monseñor Carlos Osoro. «Nuestra misión es acercar la presencia de Dios a los demás y presentarles la verdad para que ellos la descubran, sin sentirla como una imposición, sino como el abrazo de un Dios que les quiere».
Francisco asegura en la exhortación que comprende «a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna», pero aclara que es necesario «dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas». Por tanto, «estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas».
Iglesia madre, no madrastra
Ese nuevo estilo de presencia de una Iglesia madre y no madrastra, que busca acompañar e integrar a todos sin escandalizarse de su fragilidad, se trasladará a la reforma de los seminarios impulsada por la Santa Sede, con la recién aprobada a Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, que cada Conferencia Episcopal deberá adaptar a su situación concreta. En un encuentro con los jesuitas reunidos a finales de octubre en su Congregación General, el Papa les decía: «Una cosa es clara: hoy, en una cierta cantidad de seminarios, ha vuelto a reinstaurarse una rigidez que no es cercana a un discernimiento de las situaciones. Y eso es peligroso». «El discernimiento es el elemento clave, la capacidad de discernimiento. Y estoy notando precisamente la carencia de discernimiento en la formación de los sacerdotes. Corremos el riesgo de habituarnos al blanco o negro y a lo que es legal».
Todo este cambio de mentalidad lo está impulsando el Papa sin alterar una coma de la doctrina, tampoco en la controvertida cuestión de la comunión a los divorciados en nuevas uniones, que Juan Pablo II, en la exhortación Familiaris consortio, contempla solo para quienes, dadas ciertas condiciones, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia».
Lo que dice Francisco en la Amoris laetitia es que las normas generales «no puede abarcar todas las situaciones particulares». El Papa cita la Suma teológica de Santo Tomás, que sin cuestionar la validez de «los principios generales», afirma que «cuanto más se desciende a lo particular, tanto más aumenta la indeterminación».
De ahí -explicaba Semeraro- que una persona pueda vivir en situación objetiva de pecado, pero, debido a una serie de atenuantes o incluso eximentes, se encuentre en gracia de Dios, y pueda recibir «la ayuda de la Iglesia» también mediante los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía. «Puede ser», aclaraba el secretario del Consejo de cardenales, pero eso debe ser valorado caso por caso, siempre desde un «discernimiento» hecho «con amor a la Iglesia» y desde la búsqueda sincera de la voluntad de Dios para cada situación.