"Juan fue al único que el Crucificado vio junto a su Madre y otras mujeres al pie de la cruz" Ariolfo Padilla: "El discípulo supo en ese instante sublime de la historia humana que Jesús había resucitado"

Juan a los pies del crucificado. Van der Weyden
Juan a los pies del crucificado. Van der Weyden

"Comprender para creer y creer para comprender sugiere el texto; sugerencia de actualidad que nos invita a tomar muy en serio las Sagradas Escrituras"

"Una minúscula e invisible unidad orgánica de la naturaleza llamada COVID-19 nos está recordando cuán débiles y mortales somos"

San Juan, el Teólogo, al narrar en el capítulo 20 de su Evangelio la resurrección de Jesús, dice que el otro discípulo, el más expedito y quien llegó al sepulcro antes de Pedro: “vio y creyó” (Jn 20,8c).

¿Qué fue realmente lo que vio (eiden) el otro discípulo que la tradición identifica con el mismo Juan autor del texto? Pues inclinado, “vio las vendas por el suelo” (Jn 20,5) antes del arribo de Pedro desde el ingreso del sepulcro que había sido excavado en la roca (Mt 27,60); y tras la llegada de Pedro, que por deferencia y respeto había esperado, el Evangelista vio también el sudario que había cubierto la cabeza del Crucificado (Jn 20,7a), “no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte” (Jn 20,7b).

Eran el sudario y las vendas con los que José de Arimatea y Nicodemo habían envuelto el cuerpo de Jesús (Jn, 19,38-40), junto a la mezcla de mirra y áloe “conforme a la costumbre judía de sepultar” (Jn 19,40c). Juan vio entonces en compañía de Pedro las vendas por el suelo y el sudario plegado en un lugar aparte, telas que tal vez en su disposición mantenían todavía la huella del cuerpo por ellas envuelto, reflejando así una prueba perceptible de la resurrección. Como quiera que fuese, el verbo griego eiden (vio) en aoristo que el Evangelista usa en el v. 8c denota que él entendió con una mirada la circunstancia excepcional del momento, que él supo en ese instante sublime de la historia humana que Jesús había resucitado y, por ende, de golpe sencillamente creyó. ¡Comprendió y creyó1!

Resurrección
Resurrección

¿Cuál es la naturaleza del creyó (episteusen)?, dicho de otro modo, ¿qué género de fe podía ser la del Evangelista y Teólogo en ese momento singular de su vida? Pues del texto, ante todo, se deduce que su fe en la resurrección es plena y cristalina, no hay indicios de vaguedad ni parcialidad, ahora con Pedro había comprendido la Escritura (v. 9) y había creído en el Cristo resucitado ya antes de verlo y a pesar de una cierta carencia de preparación a la revelación pascual (Lc 24,27.32.44-45).

Del texto, además, puede afirmarse que la nueva fe del Evangelista está en el horizonte de la que lo había siempre caracterizado, una fe diáfana y firme. Diáfana como la manifestada en la Última Cena cuando se recostó en el pecho de Jesús (Jn 13,25), firme como la demostrada en la pasión y muerte de su Maestro a quien siguió hasta su crucifixión; en efecto, fue al único discípulo que el Crucificado vio junto a su Madre y otras mujeres al pie de la cruz (Jn 19, 25-27). Del texto, también, se deriva que la fe en la resurrección la debe el Teólogo a su aptitud para interpretar los indicios y huellas de su Maestro con prontitud y agudeza, él “es el primero en creer”2. Esto queda ratificado en la aparición del Resucitado a orillas del lago de Tiberíades, donde fue también el primero de los discípulos en identificarlo diciéndole a Pedro: “Es el Señor” (Jn 21,7a). Aquí en nuestro texto sencillamente vio y creyó, es decir, en la luz de una mirada aguda y conmovida Juan comprendió e inmediatamente confió en su Señor3.

Cena del Señor
Cena del Señor

Con esta confianza iluminada el Evangelista comenzó a seguir a quien se puede seguir eternamente, a Jesús postpascual, “el que vive […] por los siglos de los siglos” (Ap 1,18) junto al Padre y al Espíritu Santo y junto a las creaturas, pues por el “solo Señor, Jesucristo, son todas las cosas y nosotros por él” (1Co 8,6).

En breve, la fe iluminada del Teólogo en su Señor y “el saber que dimana de tal fe”4, lo condujo directamente al misterio de quien verdaderamente Es (Ex 3,14), al Dios Amor de quien habla en su Primera Epístola (1 Jn 4,8.16)5.

¡Comprender para creer!, “pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9). Comprender para creer y creer para comprender sugiere el texto; sugerencia de actualidad que nos invita a tomar muy en serio las Sagradas Escrituras, el texto por excelencia que “crece con aquellos que la leen” (cum legentibus crescit). La Escritura revelada, si pensada y contemplada en oración personal y eclesial, nos impedirá por supuesto caer en “la ilusión de omnipotencia […] de nuestra orgullosa civilización tecnológica”, en el delirio de un cierto modo de pensar y actuar como si Dios no existiera. Una minúscula e invisible unidad orgánica de la naturaleza llamada COVID-19 nos está recordando cuán débiles y mortales somos. ¡Jesús “ha resucitado” (Mt 28,7b), surrexit, aleluya! Feliz tiempo pascual. 

Fe, esperanza y coronavirus
Fe, esperanza y coronavirus Daniel Pérez, EFE

1 Cf. R. SCHNACKENBURG, El Evangelio según san Juan. Versión, comentario e índices, vol. 3, Barcelona 1980, p. 385; B. VAWTER, Evangelio según san Juan, in: R. E. Brown – J. A. Fitzmyer – R. E. Murphy, Comentario Bíblico “San Jerónimo”, vol. 4, Madrid 1972, p. 521.

2 L. A. SCHÖKEL, La Biblia del peregrino. Nuevo Testamento, edición de estudio, vol. 3, Estella 2002, p. 290.

3 Cf. R. SCHNACKENBURG, El Evangelio según san Juan, op. cit., pp. 385-386.

4 H. U. VON BALTHASAR, Theologik. Der Geist der Wahrheit, vol. 3, Einsiedeln 1985, p. 68: “Glauben erfließenden Wissen”.

5 Cf. R. CANTALAMESSA, La Parola e la Vita. Riflessioni sulla Parola di Dio delle
Domeniche e delle Feste dell’Anno. Anno A, Roma 1977, pp. 93-94; E. JÜNGEL, Gott als

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