Un par de soluciones al problema económico que padece la Iglesia "¡Bravos!" y mansos
En las más altas esferas curiales romanas los gerifaltes-ecónomos de las finanzas proclaman una y otra vez la necesidad que en la actualidad padece la Iglesia para atender a sus necesidades más perentorias
Dos fuentes de ingresos para paliar en parte el problema sería, en España, repensar el mantenimiento de la injustificable cadena TRECE TV y la venta, o nueva aplicación, de los palacios episcopales, arzobispales o cardenalicios. Estos palacios desedifican a propios y a extraños. El feudalismo pasó ya a la historia
Con razones más que suficientes según unos, y con poca o nula consistencia según otros, en las más altas esferas curiales romanaslos gerifaltes-ecónomos de las finanzas proclaman una y otra vez la necesidad que en la actualidad padece la Iglesia para atender a sus necesidades más perentorias. Entre las partidas que se destacan están los sueldos del personal en sus esferas –religiosas y laicas- , así como la conservación de los monumentos y edificios dedicados al culto. “El culto y clero” fue, y es, destino de predicaciones, enseñanzas doctrinales y expresiones de fe y de religiosidad substantiva y auténtica en la terminología eclesiológica.
La reflexión sobre el problema es artículo de primera necesidad, aunque en esta ocasión la reduzca a un par de casos concretos en la cartografía más cercana que se conoce y reconoce como España.
Dando por supuesto que los medios de comunicación social se han de hacer siempre presentes, activos y operantes en la tarea-ministerio de la proclamación de la fe, la creación de una cadena al amparo del “sospechoso” emblema de la TRECE TV, en principio fue idea feliz, constructiva, cristiana y cristianizadora. Pero el tiempo pasa y el mantenimiento y efectividad de la referida cadena carece de rentabilidad en todo orden de cosas, y en lo económico es una verdadera ruina y bochornoso espectáculo. Los números así lo definen y cantan, con notas decadentes muy próximas a las exequiales.
Ni la cuota impuesta a las diócesis para el mantenimiento de sus ondas, ni la selección e los profesionales del ramo, ni sus programaciones, ni la dirección político- social que las inspira, ni la más que dudosa adscripción a la “franciscanidad” de la Iglesia encarnada en el papa Bergoglio, ni la enclenque presencia de la publicidad, ni tantos otros elementos que, con la consabida dificultad hacen perdurar estos medios, con el atractivo indispensable de los índices de audiencia, parecen aconsejar, y menos, justificar, la existencia de tan caro –carísimo- instrumento de evangelización y cultura.
¿Pero se le puede llamar “evangelio” al contenido que casi sistemáticamente define y predica la TRECE de esta referencia? ¿Evangelizan las misas , sobre todo, las solemnes retransmitidas con celebrantes dotados de sus persistentes mitras, incensarios, báculos, y discursos-homilías de las que la palabra de Dios está dolorosamente ausente, o se torna ininteligible, pueril, ritualizada, e incapacitada para transmitir mensajes de alegría, libertad y comunión sinodal?
Con la desaparición –profunda renovación- de la TRECE, la Iglesia sería más Iglesia y, por supuesto, sus ecónomos se quejarían menos a la hora de fraguar las cuentas. El dinero que se invierte en la TRECE carece de religiosidad. Es antifranciscana, y a veces, hasta pagana, por lo que con su donación, no se hace Iglesia. ¿Por qué será que los obispos celebrantes de sus eucaristías, o participantes en otros actos de culto, son frecuentemente los mismos, y de la misma cuerda pastoral y litúrgica?
¿Por qué a los informadores religiosos que se distingan en tal tarea profesional, se les suele premiar con los méritos y los atributos que llevan el sacrosanto sobrenombre de “¡Bravo!”, no conformándose con el de “¡Manso!”, que sería –es- el procedente, dado el compromiso adquirido de decir –cantar o rezar- “Amén”, que es lo “mandado”, por encima de toda crítica y don de profecía, cuando esta se precise, que por cierto es siempre, al menos por aquello de que, guste o no guste, “la Iglesia habrá de estar siempre en disposición penitencial de reforma?”
Para la otra fuente de ingresos que precisa la Iglesia para limitar sus pobrezas como institución, y revalidar su testimonio religioso, sería eficaz la venta, o nueva aplicación, de los palacios episcopales, arzobispales o cardenalicios. Estos palacios desedifican a propios y a extraños. El uso como residencia habitual de sus moradores no resulta mínimamente ejemplar, y menos, religioso. Además, solo su conservación ya es, de por sí, cara. A veces, carísima.
El feudalismo pasó ya a la historia, aunque su connotación y re-ligación “religiosa” resulte explicable y aplicable, sobre todo en ámbitos jerárquicos, aún con carácter de infalibilidad. En el Reino de Dios ni hubo ni habrá palacios jamás… (Un buen tema, y una buena actitud, para los aspirantes a “¡Bravos!”. Gracias)
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