"A pesar de la experiencia del silencio de Dios ante el misterio del 'mal'" Confianza en Dios y en el hombre

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En el cristianismo (y en el judaísmo), la confianza básica de los niños es una metáfora de la relación del hombre con Dios. En el judaísmo y el cristianismo, la oración no es otra cosa que el cultivo del diálogo con Dios como acción de gracias, alabanza y también lamento o queja

La persona orante busca y encuentra repetidamente refugio en Dios, a quien invoca en tiempos de necesidad y en quien confía en las situaciones más adversas de la vid

En su discurso de clausura del Concilio Vaticano II, el 7 de diciembre de 1965, el Papa Pablo VI exhortó a la Iglesia a tener "confianza en el hombre"

"Pablo VI decía también que hay que conocer a Dios "para conocer al hombre, al hombre verdadero, al hombre íntegro" y reconocer en él el rostro de Cristo (Mt 25,40). Y añadía: "para amar a Dios, hay que amar al hombre"

La "confianza" es una importante actitud antropológica básica. Comienza con la mirada anhelante del niño hacia una persona que le regale unos ojos cariñosos y una sonrisa amable. Este es el núcleo de la relación madre-hijo y es el fundamento de la confianza básica en la vida. Si esta experiencia básica de la primera infancia tiene éxito, desarrollar confianza (incluida la confianza en Dios) es más fácil. Si esta experiencia se ve perturbada porque nuestro anhelo de ternura y amor no fue correspondido por nuestros padres, es más difícil confiar en el prójimo o dejar nuestra vida en las manos de Dios para que se haga "su" voluntad.

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Pero la antropología histórica también nos muestra que no estamos condicionados automáticamente por nuestra primera infancia. Hay personas con una infancia infeliz, traumatizada, con experiencias de decepción, maltrato y ruptura de la confianza en el círculo familiar más íntimo, pero que más tarde se vuelven capaces de relacionarse con otras personas gracias a otras experiencias de la vida, y se saben abrazadas por la ternura de Dios.

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El hombre como interlocutor de Dios

En el cristianismo (y en el judaísmo), la confianza básica de los niños es una metáfora de la relación del hombre con Dios. En efecto, desde nuestros orígenes, estamos llamados a la comunión y al diálogo con Dios. Somos sus "interlocutores"; y ahí radica una característica especial de nuestra dignidad, como nos ha recordado el último Concilio (cf. Gaudium et spes 19). 

En el judaísmo y el cristianismo, la oración no es otra cosa que el cultivo del diálogo con Dios como acción de gracias, alabanza y también lamento o queja, conscientes de nuestra vocación divina, pero también de la semejanza y la diferencia esencial entre nosotros y Dios. En este contexto, Jesús de Nazaret nos invitó a dirigirnos a Dios como "Padre" con confianza filial. De ahí sus palabras: "Si no os convertís y os hacéis como niños...". (Mateo 18,3). 

Esta confianza básica caracteriza las tradiciones de oración de los hijos de Israel, que encontramos en los Salmos. En ellos, el orante lucha con un Dios fiable, leal y digno de confianza, única roca y único salvador en tiempos de necesidad. La dialéctica de la confianza en Dios, por un lado, y la experiencia de las dificultades y la oscuridad en la vida, por otro, impregna los Salmos en particular y la Biblia en general. La persona orante busca y encuentra repetidamente refugio en Dios, a quien invoca en tiempos de necesidad y en quien confía en las situaciones más adversas de la vida: "Aunque camine por cañadas oscuras, | nada temo, porque tú vas conmigo: | tu vara y tu cayado me sosiegan" (Sal 23,4).

La confianza del mártir Jesús de Nazaret

La experiencia de oración de Jesús hasta su cruel muerte se caracteriza también por esta confianza básica en el Dios salvador de Israel, su "Padre", como se desprende de sus últimas palabras en la cruz. Esto puede parecer paradójico si tenemos en cuenta que, según Marcos y Mateo, se lamentó: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Miguel de Unamuno († 1936) convirtió esto en una novela existencial (San Manuel Bueno, mártir) sobre la fe y la duda. Pero estas son las palabras iniciales del Salmo 22, que Jesús intentó rezar en su más profunda angustia. El salmo responde a la mencionada lógica de las tradiciones de oración de Israel: invocar a Dios en tiempos de necesidad, e incluso cuando Dios parece callar (Salmo 22:3), alabarle como nuestra fuerza (22:20) y renovar nuestra confianza en él. Así, el salmo termina alabando las hazañas salvadoras de Dios, que serán contadas a la generación futura. 

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Por eso Lucas y Juan interpreten el reparto de la túnica de Jesús con una referencia al Salmo 22:19: "se reparten mi ropa, | echan a suerte mi túnica". O que, según Lucas, Jesús muera con las palabras del Salmo 31,6: "(Padre,) a tus manos encomiendo mi espíritu". Para el público bíblico de su texto, la actitud de oración profundamente "judía" del "mártir" Jesús hasta su cruel muerte en la cruz estaba clara. Lucas no necesitó escribir la segunda frase de este versículo: "Tú, el Dios leal, me librarás". 

La oración confiada de la mística Teresa de Ávila

En el cristianismo, los místicos son personas normales que, en medio de la vida, tienen la experiencia personal de que en Jesucristo Dios, nuestro Salvador, manifestó "para mí" en particular y no simplemente "para nosotros" en general "su bondad y su amor al hombre" (Tito 3:4), su gracia y su misericordia; por tanto, podemos depositar toda nuestra confianza en este Dios. Al igual que Martín Lutero († 1582), Teresa de Jesús († 1582) estaba angustiada, con miedo por su salvación,  antes de esta experiencia del "para mí" (pro me) de la encarnación de Dios; con los sermones sobre las penas del infierno se suscitaba deliberadamente ese miedo en la gente corriente para disciplinarla moralmente. Tras una experiencia de gracia en 1554 al contemplar una pequeña figura de Jesús flagelado (ecce homo), Teresa se sintió liberada de ese miedo y llamada a la amistad con Dios. A partir de entonces, pudo poner "toda su confianza en Dios".

El miedo al infierno y a no alcanzar su salvación con el que entró en el convento da paso ahora a la confianza de que ya aquí en este mundo y en su "ruindad" humana se encuentra a salvo por la gracia de Dios. La "amistad con Dios" se convierte entonces en el concepto clave de su experiencia de oración mental, que ella define como "tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama". La oración es, pues, un acontecimiento relacional que no puede limitarse a determinados momentos y lugares, sino que impregna toda nuestra vida. Si rezar es una cuestión de confianza y amor, y no de tiempo y lugar, entonces todos podemos rezar y cultivar la amistad con Dios.

Para Teresa, la oración no consiste en muchos pensamientos o muchas palabras, sino simplemente en estar ante Dios en actitud de amor, y conscientes de nuestra semejanza y diferencia con Él. Porque a pesar de toda nuestra familiaridad con Dios en la oración mental como "trato de amistad", no debemos olvidar el respeto que le debemos: Porque Él es Dios y nosotros somos seres humanos, Él es el Salvador y el Auxiliador, y nosotros dependemos de su gracia. Teresa sabía también que la oración no es narcisismo espiritual, sino rezar por la salvación de "todos", también de los enemigos; y sabía que la unidad de amor a Dios y al prójimo es el mejor fruto del trato de amistad con Dios.

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La confianza de la Iglesia en el hombre 

En su discurso de clausura del Concilio Vaticano II, el 7 de diciembre de 1965, el Papa Pablo VI exhortó a la Iglesia a tener "confianza en el hombre". El Concilio era consciente de la ambivalencia del hombre en la historia y consideró detalladamente su doble cara (cf. Gaudium et spes 12-22), es decir, la "miseria y la grandeza del hombre". Sin embargo, según Pablo VI, optó deliberadamente por una actitud muy optimista y subrayó más el lado feliz que el infeliz del hombre. Para el Concilio era importante subrayar la línea antropológica que ve al hombre como un ser comunitario social y adaptativo. No somos ante todo el lobo de nuestro prójimo, sino un "amigo"; de lo contrario, no habríamos podido desarrollarnos tanto como "familia humana" y poblar la tierra. 

La "confianza en el hombre"es importante debido a la vocación divina del hombre mencionada al principio. Sin embargo, la conciencia de ello ha quedado sepultada o se ha perdido en muchas personas. Por eso, en la "pastoral" de hoy es particularmente importante la "anamnesis", es decir, la excavación de la experiencia de Dios que está profundamente escondida en la biografía de cada persona, en su historia personal de esperanza y sufrimiento. Los curas y agentes de pastoral necesitan entonces una cultura mistagógica del diálogo, como resumía el poeta agnóstico Antonio Machado († 1939): "Para dialogar, preguntad, primero; después… escuchad". Porque confiar en las personas también significa escucharlas y no limitarse a "sermonearlas".

Con respecto al hombre, la Iglesia de hoy, según Pablo VI con el Concilio, no ha elegido el camino de las enseñanzas dogmáticas y de las condenas, sino el del "diálogo con él", "con la voz dulce y amable de la caridad pastoral", para "escuchar y comprender a todos" y con el fin de "servir al hombre". Porque la Iglesia, con el Concilio, se ha entendido a sí misma como "servidora de la humanidad" (l'ancella dell'umanità), también y sobre todo con respecto a "la dirección antropocéntrica de la cultura moderna". 

Pablo VI decía también que hay que conocer a Dios "para conocer al hombre, al hombre verdadero, al hombre íntegro" y reconocer en él el rostro de Cristo (Mt 25,40). Y añadía: "para conocer a Dios, hay que conocer al hombre", es más,"para amar a Dios, hay que amar al hombre"

La confianza en Dios y la confianza en el hombre van de la mano, a pesar de la experiencia del silencio de Dios ante el misterio del "mal", el sufrimiento de los inocentes, y a pesar de la ambivalencia de la naturaleza humana.

*Mariano Delgado es Catedrático de Historia de la Iglesia en la Universidad de Friburgo Suiza y Decano de la Clase VII (Religiones) en La Academia Europea de las Ciencias y las Artes de Salzburgo.

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