Antonio Aradillas Dios es humor

(Antonio Aradillas).- Soy medianamente consciente de que, tal y como están los tiempos, cualquier imprecisión, o traspiés, en la selección y transcripción de los términos, aún rigurosamente académicos, puede causar serias intranquilidades, con repercusiones, ecos y consecuencias impensables. Pero si los miedos y las susceptibilidades llegaran un día a tener que enmarcar las lindes de la convivencia, esta automáticamente dejaría de ser humana, con lo que la demolición o el exilio habrían de ser frustrante destino de obligado cumplimiento, y más aún cuando lo religioso fuera el elemento esencial de este comunitario supuesto.

Sí, Dios - todo Dios-, en idéntica proporción a como es "amor", es también "humor". Amor sin humor no es amor, o "afecto por el cual el ánimo busca el bien verdadero o imaginado, y apetece gozarlo", en conformidad con definiciones populares, filosóficas y teológicas, aunque, con referencias a la divinidad, todas ellas se transcriban con letras transcendentes y mayúsculas.

Dios es amor y se expresa, manifiesta y revela con humor. El humor es palabra de Dios. Es Evangelio, Corán y el Libro Sagrado de todas y de cada una de las religiones. Al humor -"humildad de la inteligencia"-, lo definen los diccionarios como "estado de ánimo y buena disposición en que uno se halla para hacer algo", además de "agudeza para demostrar lo que hay de divertido en alguna cosa". A estas, y otras acepciones, las hermana la semántica latina con su lejana procedencia de "humus", o "parte más superficial de la tierra", que es precisamente la que produce los frutos.

La religión cristiana también está falta de humor. A sus adoctrinamientos les sobran interpretaciones severamente literales, por lo que pordiosea signos, gestos, manifestaciones, palabras, "sentencias" y ademanes de humor. Todo -casi todo-, es triste en la Iglesia, dando la impresión de que la alegría estuvo, y sigue estando, proscrita, aunque la referencia a la misma, al igual que la recomendación de su cultivo, aparece y reluce con nítida frecuencia en los evangelios, hasta constituirse en virtud cardinal.

Ataúdes, cruces y féretros son connotaciones de religiosidad, difícilmente homologables con las que se profesan auténticamente cristianas, pese a que la pertenencia, cercanía y compromiso tradicional y oficial con lo que se relaciona con Dios en Cristo Jesús, se nos identificó y se nos hizo sistemáticamente presente, con el desconsuelo, la congoja, la amargura, las lágrimas, el dolor y el luto. La Semana Santa -"santa" por antonomasia-, por citar un ejemplo, que es síntesis, esquema y lección catequística, es voluminoso compendio de calvarios vivientes, con dedicación, recuerdo y vivencia al misterio de la Resurrección de una sola y precipitada procesión y alguna difusa e incipiente Cofradía.

Quede soberanamente claro que en cristiano no hay amor sin humor. Dios no es serio, aunque tampoco tenga que ser y ejercer por oficio y profesión de "humorista". Dios es absolutamente "otro", si bien hay más analogía entre el amor profundo y Dios, que entre esa seriedad humana que se toma en serio a sí misma y a Dios...Quede clara constancia de que a San Pablo para tratar a la mujer, le faltó una "pizquita" de humor.

No otras "pizquitas", sino toneladas de humor, le siguen faltando a catequistas, predicadores y evangelizadores, con preferente inclusión de la jerarquía eclesiástica, para difundir y sembrar la palabra salvadora de Dios, en relación con temas tan capitales de la religión como el cielo, el infierno, el pecado, el perdón, la naturaleza, la mujer, el hombre, la sexualidad, la felicidad, la vida, la muerte, el trabajo, el medio ambiente...

¡Bendito sea el humor, que de por sí contribuye a acrecentar y expresar el amor, con humildad, humanidad, oportunidad e inteligencia!. Toda aportación en humor a la vida es acto de adoración y de culto a Dios, al servicio de nuestros hermanos.

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