"Pionero y promotor de la comunicación, hacia dentro y hacia fuera de la Iglesia" Raúl Berzosa, sobre Don Antonio Montero: Evangelizar comunicando
"Detrás de aquellas gafas gruesas y su porte de “hombre despistado”, se descubría enseguida una mente lúcida y una palabra brillante. Excelente animador de tertulias y buen compañero de profesión"
"De él aprendimos que había que unir inseparablemente dos binomios: Comunicar evangelizando y evangelizar comunicando. Dos palabras amigas y complementarias"
"Una nota destacada de D. Antonio era su eclesialidad, traducida en comunión afectiva y efectiva. Siempre fue un obispo fraterno con los hermanos obispos"
"Y siempre quiso y deseó que la política informativa en la Iglesia, a todos los niveles, fuera apreciada de forma institucional y orgánica; no por libre o de manera personalista"
"Una nota destacada de D. Antonio era su eclesialidad, traducida en comunión afectiva y efectiva. Siempre fue un obispo fraterno con los hermanos obispos"
"Y siempre quiso y deseó que la política informativa en la Iglesia, a todos los niveles, fuera apreciada de forma institucional y orgánica; no por libre o de manera personalista"
| Monseñor Raúl Berzosa
A los dos días de la partida al cielo de D. Gabino Díaz Merchán, nos llegó la noticia de la partida de D. Antonio Montero. Le conocí en los años 80, en Roma. Al mismo tiempo que a Joaquín Luis Ortega, Antonio Pelayo y Juan del Río. Todos ellos vinculados al ministerio de la comunicación. Para formar los cuatro ases, habría que incluir a José Luis Martin Descalzo. Marcaron época informativa eclesial.
D. Antonio era como el “padre”. Detrás de aquellas gafas gruesas y su porte de “hombre despistado”, se descubría enseguida una mente lúcida y una palabra brillante. Excelente animador de tertulias y buen compañero de profesión.
De él aprendimos que había que unir inseparablemente dos binomios: Comunicar evangelizando y evangelizar comunicando. Dos palabras amigas y complementarias. Por eso él insistía en que no hay mejor periodismo que una buena teología; el periodista, para serlo de verdad, “siempre tiene que tener algo interesante que comunicar”. Necesita ser formado no sólo en medios técnicos sino con una buena preparación intelectual. Él insistía, y nunca cedió a ello, que los directores de medios de comunicación eclesiales tenían que ser, al mismo tiempo, buenos y sólidos teólogos.
D. Antonio, además, con su ejemplo nos hizo palpar que el periodismo eclesial debe estar encarnado en su tierra y en su cultura. Él mismo fue voz profética para reconciliar las dos Españas que salieron de la dramática guerra civil. Supo unir la verdad y el perdón. Tuvo el atrevimiento de escribir sobre los mártires de aquella contienda fratricida; no para mirar atrás o reivindicar algún tipo de venganza, sino para mirar el futuro con mirada de Evangelio y de reconciliación. Y supo amar, al mismo tiempo, a su querida tierra extremeña y a la Iglesia que peregrina en España.
A D. Antonio bien se le pudiera atribuir la anécdota, ciertamente magnificada, de lo sucedido en el aula del Concilio Vaticano II con algunos hermanos obispos: entraron con el Dezinger y el Catecismo en sus manos y salieron con el Evangelio y el periódico del día. Sin perder ni olvidar la doctrina más consolidada, supieron evangelizar la nueva sociedad con la frescura del Evangelio y con una “mística de los ojos abiertos”.
Si de D. Gabino se ha podido escribir que fue un hombre identificado con la letra y el espíritu del Concilio Vaticano II, no lo es menos D. Antonio. Él supo, y quiso, responder a las preguntas urgentes y lacerantes que nos hicieron tres Papas santos y muy actuales: Iglesia, ¿qué dices de ti misma y qué rostro deseas ofrecer a los hombres y mujeres de hoy? (San Juan XXIII); Iglesia, ¿qué dices del hombre y de la mujer de hoy y cómo evangelizar su cultura? (san Pablo VI); Iglesia, ¿qué dices de Jesucristo y cómo abrir sin miedo el corazón de quienes comenzaremos el siglo XXI? (san Juan Pablo II).
Una nota destacada de D. Antonio era su eclesialidad, traducida en comunión afectiva y efectiva. Siempre fue un obispo fraterno con los hermanos obispos. Y siempre quiso y deseó que la política informativa en la Iglesia, a todos los niveles, fuera apreciada de forma institucional y orgánica; no por libre o de manera personalista. Particularmente apoyó la Facultad de Comunicación de la Universidad de los obispos: su Salamanca querida. Siguió muy de cerca el nacimiento, y crecimiento de dicha Facultad y promovió diversas iniciativas; la más destacada: organizar y dar cuerpo a las Delegaciones y departamentos diocesanos. Para hacer más creíble y profesional lo que en ellos se generaba: escritos, programas de radio y televisión, y lo que las nuevas tecnologías comenzaban a demandar.
En resumen, el legado de D. Antonio, sin olvidar el propiamente ministerial-episcopal, se puede resumir en ser pionero y promotor de la comunicación, hacia dentro y hacia fuera de la Iglesia. Un pastor preocupado por la evangelización sin miedo a los retos de las nuevas tecnologías comunicativas y a los nuevos problemas que la cultura y la sociedad emergente reclamaban.
Además de su palabra y de sus escritos nos ha quedado su testimonio: el trato cercano y amable con los profesionales de la comunicación, tuvieren la identidad que tuvieren, para mejor desarrollar, simultanea y complementariamente, el binomio de palabras comunicación-evangelización.
Fue deudor, y como un sello de garantía, de toda una generación de excelentes comunicadores españoles nunca suficientemente reconocidos. Descanse en paz, D. Antonio, y siga intercediendo por el nacimiento de nuevas vocaciones eclesiales con el ministerio profético de comunicar la Buena Nueva en todas sus formas: hablada, escrita, visual. Avalado necesariamente con el testimonio de vida.
+ Raul Berzosa, obispo emérito de Ciudad Rodrigo y misionero en Santo Domingo
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