Antonio Aradillas Iglesia y abusos: comienza un proceso de rehabilitación cristiana
(Antonio Aradillas).- A la Iglesia -personas e instituciones- le faltan chaparrones de aguas purificadoras que les devuelvan la verdadera faz que le dejó Jesús, con garantías de salvación, de libertad, santidad y justicia. La que aparece cotidianamente en los medios de comunicación, con referencias a otras tantas noticias, y sin exageraciones particularistas, difícilmente sería reconocida por el mismo Jesús, con lo que su obra y misión quedarían sempiternamente frustradas.
Católicos, y no católicos, sufren y experimentan ingentes cantidades de aversiones y ascos no superadas por las que propinan instituciones y personas instaladas en otras latitudes y actividades, tanto cívicas como sociales. Con mención específica para las sexualerías y anejos, en su pluralidad de formulaciones, la necesidad de aseo y de penitencia es esencial y urgentemente demandada.
Pero, por fin, gracias sean dadas a Dios, y a la mediación del papa Francisco, comienza ya a darse la impresión de que las cosas -estas cosas- inician el arduo camino de la renovación, de la luz y de la transparencia, con fundamentos firmes en la fe y en la caridad cristiana y humana.
El titular de una de las principales noticias recientes es revelador e impensable hace tan solo un leve puñado de años.: "La Vida Religiosa se une contra los abusos a menores"; " La Confederación Española de Religiosos -CONFER- adquiere el compromiso ante la sociedad y ante la Iglesia, de combatir la pederastia, para lo que los Superiores Mayores de todas ellas actualizarán sus protocolos con humildad y en conciencia"."Los obispos de España manifiestan dudas acerca de estos procedimientos"; "La Compañía de Jesús fue la primera en sensibilizarse con la idea, e investigar sistemáticamente los casos, seguida por el resto de Órdenes y Congregaciones, sin dificultad ni obstáculo alguno"...
En tal panorama comienza un proceso de rehabilitación cristiana, y personalmente aliento la esperanza de que los titulares, y primeras páginas de los medios de comunicación dejen prestamente de suscitar las reacciones que generan tan nauseabundas informaciones. A quienes les puedan parecer que los responsables de tales "escándalos" son -somos- los profesionales de la información al permitir y auspiciar su difusión, -debiendo dejarlos inéditos y ocultos-, me ahorro advertirles que precisamente gracias a la bendita y evangélica libertad de expresión, ellos están siendo conocidos. Así, y solo así, será factible su desaparición y la rehabilitación de sus responsables y además, y sobre todo, de las víctimas y aún de la propia Iglesia de Jesús.
La hipocresía es compañera indecente de los pederastas, tuteladores y asimilados. También lo son los privilegios sociales, y más los clericales y seudo religiosos, sobre todo los que se dicen ejercer "en el nombre de Dios", con lo que las felonías se acrecientan vilmente, al amparo de la vocación-profesión sacerdotal o religiosa.(¡¡)
Así las cosas, y aunque sin desbordadas e injustas susceptibilidades, extrañan las palabras y algunos gestos y comportamientos patrocinados por miembros de la misma jerarquía eclesiástica, de los que no se elimina la duda de que todavía no están decididos a contribuir, más comprometidamente aún, a la total erradicación de cualquier atisbo de connivencia con la pederastia y otros abusos sexuales. En este contexto se sitúan ciertas expresiones pronunciadas por el nuevo obispo de Ávila en su solemnísima y pontifical "toma de posesión" de su sede, -testigos 68 "hermanos mitrados"-.y en las que "ve injusto extender el velo de la sospecha sobre todo el clero por los escándalos de los abusos en estos momentos en los que trabajamos y pedimos perdón en su desaparición y prevención".
Sí, señor obispo. No todos los sacerdotes y los obispos, por acción u omisión, tienen algo, o mucho que ver, en tan desdichado y fétido tema. Pero usted mismo reconoce que "en estos momentos se trabaja y se pide perdón", por los mismos, constituyendo además un preocupante agravio corporativo para todos los miembros de la CONFER, corregirles la plana de su ejemplar y humildosa determinación de colocar en la cúspide de sus preocupaciones pastorales exactamente el compromiso de terminar, como sea, con una de las "estaciones" más dolorosas del "Vía Crucis" que padece y recorre Nuestra Santa Madre la Iglesia en la actualidad.
Una vez más, y como casi siempre, los obispos, por obispos, han de vivir y viven en "el mejor de los mundos", al amparo de sigilos sacramentales y de los otros, pero sin que sus símbolos "sagrados" -anillo, mitra y báculo- sufran el deterioro más leve, aun cuando su procedencia resulte ser tan livianamente confusa y determinantemente pagana.