José Ignacio Calleja Jesucristo y el marketing

(José Ignacio Calleja).- Hace poco tiempo un publicista de éxito, preguntado sobre cómo extender una fe religiosa en la sociedad actual, respondía que el producto cristiano, por ejemplo, sería bastante fácil de "colocar". Por calidad en su origen y por claridad en sus componentes, es cuestión de acertar en el mensaje, decía. Todo era más complejo en el diálogo del publicista, pero lo he contado varias veces y otras tantas con interés. Porque no es cierto. No es nada fácil.

Eso lo puede decir un publicista con las mejores intenciones, pero no, no es fácil, porque Jesucristo no es un producto de marketing al uso, sino la vida de una persona y una persona concreta, Jesús, que termina no por casualidad en la cruz. Muere así porque vive así. Lo matan. Luego no es nada sencillo convertirlo en una noticia fácil para el mundo. Es verdad que su honestidad, su coherencia, su esperanza, su apertura a Dios y su compasión, su Vida, llaman y atraen, pero el camino no es de rosas. Dar con el sentido de la vida es un gozo, pero si el sentido procede de compartirlo todo con todos, y especialmente con los marginales, no es fácil ni suena moderno.

No nos vamos a engañar. Vaciarse de uno mismo para que quepan los otros y Dios en el corazón y, así, avance la fraternidad, es complicado. La conversión samaritana y desprendida de sí, no es fácil de contar y preferir. Por eso, siempre nos tentará la religión convencional. Siempre. Podemos reaccionar, ese es el poder sanador del Evangelio de Jesús y de su vida, pero cuesta. Creo que me repetiré. Es un producto "interpelante", sí, pero su entraña es la debilidad de Dios, la impotencia de Dios a los ojos humanos.

Con ese mensaje es casi imposible pensar en un río de masas católicas desvividas por el Evangelio. Sé que me fijo mucho en la Bondad compasiva de Dios, y Él también es Verdad y Belleza. Hay varios caminos para llegar y gustar de Dios, y hay diversidad de sensibilidades en nosotros. El camino de la Verdad y la Belleza puede ser más atractivo para mucha gente que el de la Bondad y la Justicia. Mi convicción es que somos evangelizados por los sencillos y pobres, como le sucedió a Jesús, y que, a su lado, nos convertimos cada uno de nuestro poder y riqueza opresivos. Pienso que a su lado es más seguro dar con la Verdad, la Belleza y la Bondad de Dios. Hay diversas sensibilidades para contar la fe pero todas cobran forma en mejorar la vida de la gente, en todas sus dimensiones, desde los más pequeños y olvidados. Sin ellos, Dios pensado, celebrado, contado y cantado, sufre, y la religión no es cristiana.

Bien -prosiguen algunos-, "pero la religión nos ha de sacar de esta crisis de valores, porque de eso se trata". Y vuelvo a reflexionar: hablamos de crisis de valores, pero damos por hecho que su falta es clara en los demás. ¿Sí? Es fácil ver que los antivalores de la cultura pragmática, economicista, individualista, inconsistente, nos rondan a todos. Y es fácil ver que los valores del humanismo evangélico y social cristiano tienen mucho que ofrecer. Pero hay que hacerlo respetando la mayoría de edad del mundo; es decir, dando razones, sin fanatismos políticos o religiosos, moralizando los medios elegidos, mirando a la igualdad a nuestro alrededor, cuidando los derechos humanos de todos, trayendo al centro las necesidades humanas más urgentes de los más necesitados, ofreciendo la novedad de la escucha, el perdón, la justicia y la trascendencia; es decir, todo aquello que nos puede hacer personas y comunidades cristianas significativas ante el mundo; alternativas por humanas y evangélicas, y no por el poder social acumulado o la capacidad de influir en los notables.

Jesús se acercó a todos con amor, algunas veces con mucha exigencia, pero siempre que ganaba a alguien para el Evangelio, lo convertía, le cambiaba la vida; y de hecho, poderoso en lo que sea y a la vez convertido, nunca. Cada uno tenemos que convertirnos de nuestra riqueza y poder, convertirnos de aquello que nos hace enemigos del camino fraternal, el de Dios.

Desde luego, las religiones tenemos mucho que decir en términos de dignidad humana, de fraternidad, justicia, paz y sentido. Pero hemos de sanarnos internamente. La religión que desprecie la mayoría de edad del mundo, o lea su Fe como Verdad poseída y a imponer, tiene al fanatismo y la violencia llamando a la puerta. La fe puede aportar mucho en sentido, valores y esperanza, pero tiene que acertar en su coherencia y servicio desde los márgenes y periferias humanas.

El testimonio de las obras de fraternidad, como en Jesús, es y será siempre el signo primordial del anuncio. Jesús representa una riqueza de valores antropológicos, religiosos y éticos que son pura roca para vivir con dignidad. A eso apelo. Son convicciones sobre el ser humano y sobre la sociedad, y son relaciones de fe con Dios, que sostienen con la "fuerza" de una roca la casa común de los humanos. Las convicciones e ideas no cambian sin más el mundo, pero sí nos dan la oportunidad de saber a qué atenernos para hacer una vida más justa, una fraternidad para todos.

Hay una clave cristiana que conecta bien con la gente. Y es la fe en Jesús y su Dios como plenitud interior, fuerza frágil que nos sostiene, confianza ante la vida que llena, sentido que sujeta este árbol que somos. En la vida personal y familiar, esto aporta un efecto espiritual (y sicológico) que atrae. Saltar de ahí al testimonio personal de vida en el pueblo y el mundo, cuesta mucho. Y saltar al testimonio de justicia social, más. Traducirlo a una ideología social de grupos culturales neoconservadores es la tentación y la ruina de esta opción de vida religiosa. Yo conecto mejor con la experiencia de Jesús cuando crece en compasión, justicia, conocimiento y fe, y la cuento así.

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