Una vida de 'pasión': "No es solo un teólogo. Es un profeta incómodo, un testigo de la cruz y de la resurrección" Jon Sobrino: El teólogo que puso a las víctimas en el centro y no calló ante los victimarios

"Hoy, la edad, la diabetes y dos infartos han mermado sus fuerzas. Pero no su espíritu"
"Le indigna, como siempre, la obscenidad de los sueldos millonarios de los futbolistas, esa frivolidad que contrasta con el hambre de millones. Le crispan los malos modos de Donald Trump, ese símbolo de un poder que aplasta sin mirar a quién"
"Fue compañero y amigo de gigantes de la fe como monseñor Óscar Romero, el arzobispo mártir que dio su vida por los pobres, y de los jesuitas asesinados en la Universidad Centroamericana (UCA) en 1989"
"Sus obras reflejan su compromiso con una teología encarnada, que no se queda en abstracciones sino que se moja los pies en el barro de la realidad"
"Fue compañero y amigo de gigantes de la fe como monseñor Óscar Romero, el arzobispo mártir que dio su vida por los pobres, y de los jesuitas asesinados en la Universidad Centroamericana (UCA) en 1989"
"Sus obras reflejan su compromiso con una teología encarnada, que no se queda en abstracciones sino que se moja los pies en el barro de la realidad"
En el corazón de la teología de la liberación late un nombre que resuena con fuerza: Jon Sobrino. Este jesuita vasco-salvadoreño, nacido en Bilbao el 27 de diciembre de 1938 —hoy con 86 años—, no solo teorizó sobre la justicia y la fe, sino que las vivió en carne propia junto a los más vulnerables, aquellos a quienes la historia suele relegar al silencio.
Sobrino colocó a las víctimas en el centro de su pensamiento, y desde ahí señaló con valentía a los victimarios, esos poderes que oprimen, matan y callan. Su vida y su obra son un testimonio vivo de lo que significa ser cristiano en un mundo roto, un mundo que él sigue observando con ojos críticos y esperanzados.

Nunca fue un teólogo de escritorio. Fue compañero y amigo de gigantes de la fe como monseñor Óscar Romero, el arzobispo mártir que dio su vida por los pobres, y de los jesuitas asesinados en la Universidad Centroamericana (UCA) en 1989: Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró y sus compañeros.
Aquella fatídica noche, el destino quiso que Sobrino no estuviera en la UCA; de lo contrario, su sangre habría regado también aquella tierra salvadoreña que adoptó como suya tras llegar al país en 1957. También fue amigo de Rutilio Grande, otro mártir que marcó su camino. Esos vínculos no fueron casuales: Sobrino compartió con ellos la opción preferencial por los pobres, esa brújula que guió su teología y su vida.

Teólogo prolífico, es autor de obras fundamentales que han marcado la teología contemporánea. Entre sus libros más destacados están Cristología sistemática (1976), donde desarrolla una cristología desde los pobres; Jesucristo liberador (1991), un texto clave que relee a Jesús como liberador de los oprimidos; y La fe en Jesucristo (1999), que profundiza en la dimensión histórica y salvífica de la fe. Estas obras, junto a muchas otras, reflejan su compromiso con una teología encarnada, que no se queda en abstracciones sino que se moja los pies en el barro de la realidad.
Hoy, la edad, la diabetes y dos infartos han mermado sus fuerzas. Pero no su espíritu. Desde su retiro, sigue trabajando con la misma pasión, revisando los documentos de Ellacuría —su hermano en la fe y en la lucha— y poniendo en orden su propia producción teológica. Es un hombre que no se rinde, que sigue creyendo que la utopía del Reino es posible, incluso en medio de un mundo que a veces parece empeñado en negarla.

Le indigna, como siempre, la obscenidad de los sueldos millonarios de los futbolistas, esa frivolidad que contrasta con el hambre de millones. Le crispan los malos modos de Donald Trump, ese símbolo de un poder que aplasta sin mirar a quién. Pero, en medio de tanta sombra, encuentra alivio y esperanza en Francisco, el papa jesuita, que con su “primavera” eclesial parece recoger el testigo de lo que Sobrino y sus compañeros soñaron.
Jon Sobrino no es solo un teólogo. Es un profeta incómodo, un testigo de la cruz y de la resurrección. Su vida nos recuerda que la fe no es un refugio para escapar del mundo, sino una llamada a transformarlo. Y aunque su cuerpo se doblegue al paso del tiempo, su voz sigue siendo un grito que interpela: ¿dónde están las víctimas hoy? ¿Quiénes son los victimarios? Mientras él siga respirando, esas preguntas no quedarán sin respuesta. Y nosotros, los que le leemos y le escuchamos, tampoco deberíamos permitirlo.
