"¿Planes, proyectos…? Sí, pero con la absoluta seguridad de que no soy dueño de mi vida" José Antonio Cano, consiliario de Acción Católica General: "En el hospital viví sentimientos entremezclados. Con la cabeza sentía y con el corazón pensaba"
"Estoy convencido de que la Iglesia está cumpliendo esa función social que le compete"
"Algunas veces queremos hacer las cosas de Dios sin contar con Dios porque parece que nos interesan más las cosas de Dios que el Dios de las cosas"
"Los sacerdotes hemos de ser auténticos misioneros de la misericordia, nadie puede irse de nosotros con una carga más de la que vino"
"Los sacerdotes hemos de ser auténticos misioneros de la misericordia, nadie puede irse de nosotros con una carga más de la que vino"
"Hemos de dar el paso serio de dejar de ser jueces y convertirnos en hermanos, de ofrecer a Jesucristo en vez de normas y doctrinas", dice José Antonio Cano, consiliario general de Acción Católica General. Después de haber superado el coronavirus, el sacerdote ofrece en esta entrevista a Religión Digital su paso por la enfermedad (desbordado de sentimientos) y su visión de una Iglesia que debe asumir de una vez cambios estructurales, para salir al encuentro de los que sufren.
¿Cómo vivió la experiencia de pasar por el hospital a causa del coronavirus?
En primer lugar decir que era una situación que no esperaba, a pesar de llevar algunos días de no encontrarme muy bien. Como otros muchos afectados por el Covid-19 sentía cierta fatiga, pérdida del gusto y el olfato, y algo de fiebre. Todo esto lo fui llevando, recluido en casa, pero la tarde del 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación del Señor, (no se me olvidará la fecha, como a San Juan, cuando dice en su Evangelio que serían las cuatro de la tarde cuando encontraron a Jesús), cuando sintiendo que la fiebre me había subido, decidí ir a urgencias al hospital, allí me hicieron radiografías, me tomaron la tensión, la fiebre, el oxígeno y automáticamente me ingresaron.
He de confesar que ese momento para mí fue totalmente desconcertante, pues rápidamente me ingresaron en una sala tipo UCI, habilitada para los enfermos del Covid-19 y, una vez en la cama, unas ocho personas se abalanzaron sobre mí, unas en un brazo sacándome sangre, otras en el otro poniéndome un gotero, otras, rápidamente haciéndome un electro, otras haciéndome el test del virus y yo por más que pedía alguna explicación nadie me decía nada, fue el momento de estar rodeado de gente y sentir la más absoluta soledad, “ya vendrá la doctora a decirle”, me repetían una y otra vez, cuando yo preguntaba qué estaba pasando.
Por fin pude hacer una llamada a mi familia para decirle que me quedaba ingresado y de alguna manera tranquilizarles, aunque no creo que sirviera de mucho.
Ya en la noche, después que la doctora vino y me dijo la situación, me subieron a una habitación totalmente solo, ¿solo? En la habitación únicamente estaba yo, en la cama, y un sillón vacío. No podía dejar de mirarlo y desear una y otra vez que hubiese alguien ahí sentado para paliar esa situación de indefensión total. Contemplándolo una y otra vez pasaban por mi mente las situaciones de tantas personas solas, abandonadas, descartadas, no podía dejar de pensar en tantos “crucificados” actuales. Y fue entonces cuando empecé a sentir un extraño consuelo y una certeza: el sillón no está vacío. Es el Señor Jesús, el que de nuevo vino a mi encuentro para confortar en esa soledad y sufrimiento, sentía la necesidad de tender mi mano hacia el sillón ¿vacío?, pero no era necesario, ya Alguien había puesto la suya sobre mí.
Esos días en el hospital fueron los días donde yo, especialmente, pude tomar conciencia de mi propia fragilidad, mi propia vulnerabilidad. Una persona llena de vida, con proyectos, con planes a corto, medio y largo plazo y de pronto… se desmorona todo. No soy dueño de mi vida. La vida, que como don, gratis se me ha dado, ahora más que nunca está en las manos de Dios.
Viví sentimientos entremezclados, por un lado miedo y por otro confianza. Por un lado vulnerabilidad, pero por otro fortaleza. Con la cabeza sentía y con el corazón pensaba.
Intentaba ver las noticias pero no podía. Eran los días en que los contagiados y muertos iban en aumento y cada vez que oía alguna noticia así, me golpeaba y confieso que tenía miedo a hundirme, y eso a pesar de que las pruebas que cada día me iban haciendo iban bien.
Mis pensamientos primeros se dirigían siempre hacia mi familia, y enseguida el deseo de unir ese sufrimiento al de tantos otros, muchos de ellos, en peores circunstancias que yo y a tantas familias que estaban sufriendo esa situación.
Las enfermeras que me atendían intentaban mostrar la mayor cercanía posible, aunque ya se sabe, que desde la distancia física. Cuánto necesitamos en estos momentos una caricia, un abrazo, un beso… pero al menos encontraba la palabra reconfortante y de ánimo de quien me cuidaba.
Después de cuatro días me dieron el alta hospitalaria, y salía con otras ganas de vivir y con otra disposición para afrontar la vida. ¿Planes, proyectos…? Sí, pero con la absoluta seguridad de que no soy dueño de mi vida, que mi vida está en manos de Dios.
Y no menos significativa fue mi salida del hospital. Tenía que volver a casa de mis padres, donde me encontraba al comenzar el confinamiento, pero al ser ellos mayores, era un riesgo volver allí. Y es, entonces, cuando una familia amiga se ofrece a acogerme en su casa para llevar a cabo el aislamiento necesario tras mi salida del hospital. Nunca como en ese momento entendí yo el Evangelio de Jesús descansando en casa de Lázaro, Marta y María, a pesar de los inconvenientes o perjuicios que esto pudiese producir. Si el huésped, como dice San Benito, es Cristo, como Cristo, acogido me sentí y sé que esta familia, como a Cristo, me acogieron.
¿Qué iniciativas ha puesto en marcha la ACG de cara al consuelo y al cuidado de los más desfavorecidos durante este tiempo de coronavirus?
La Acción Católica General es una asociación laical enraizada profundamente en las parroquias y en la diócesis, por eso, desde cada parroquia y diócesis donde están presente se está participando y colaborando en la multitud de iniciativas que han puesto en marcha las respectivas parroquias y diócesis, sin lugar a dudas, reforzando las Cáritas parroquiales y acompañando a los miembros de las parroquias con especial necesidad.
Muchos de los acompañantes han estado haciendo el seguimiento de niños, jóvenes y adultos, incluso teniendo reuniones virtuales que pudiesen animarles y estimularles.
Se han elaborado muchos materiales en las diócesis por parte de ACG para ayudar a vivir la Pascua, este año, de una manera especial y así ayudar a las personas a sentirse conectada y así superar esa situación de aislamiento en la que muchos se han podido ver inmersos.
Como ya digo, al trabajarse directamente, cada grupo en sus parroquias y diócesis han participado en los proyectos de la iglesia local, como no podía ser de otra manera.
A nivel nacional, desde la Comisión Permanente se ha habilitado una sección: “El COVID desde la fe” en nuestra web www.accioncatolicageneral.es, donde van apareciendo los testimonios de las personas que han pasado la enfermedad o desarrollan alguna labor en este campo, posibilitando así el poder expresar, tan necesario en estos momentos, y que a la vez pueda servir de ánimo para otros.
De igual manera se ha preparado un documento para ayudar a todos a vivir este tiempo de pandemia desde una conciencia profundamente cristiana, desde la cercanía, solidaridad y apertura, empezando a discernir qué nos puede estar pidiendo Dios en estos momentos.
Se están llevando a cabo unos conciertos de música “Conciertogusto” donde se ha invitado a jóvenes y adultos de toda España a ofrecer a otros su música. Ha sido una oportunidad para que muchos de ellos pudieran tomar conciencia de sus talentos y ponerlos al servicio de los demás. Así mismo, posibilitar que otras personas, aunque fuese durante un período de tiempo corto, pudiesen salir de su soledad y sentirse unidos a otros, para cantar, rezar y disfrutar ese momento. Creo que está siendo una iniciativa muy bien acogida y valorada.
También se ha habilitado un teléfono de escucha para que todo aquel que lo desee o necesite pueda hablar, o compartir cualquier inquietud, preocupación, o dudas. Sabemos que en estos momentos muchas personas pueden sentirse solas y con necesidad de hablar y ser escuchadas. Hasta ahora son muchas las personas, que desde distintas zonas de España, han hecho uso de este servicio, desde personas afectadas, directamente por el virus, a personas que llaman para pedir que reces por ellas, pasando por aquellas que lo que buscan es un rato de conversación que alivie su soledad.
¿Cómo está percibiendo la sociedad española la implicación de la Iglesia y el papel que está jugando en la pandemia? ¿Está cumpliendo su función social?
Creo que en esto se ha producido un cambio. En un principio no se sentía su presencia porque las noticias se copaban desde otras perspectivas, pero poco a poco muchos han ido sintiendo esa labor callada y continuada de la Iglesia.
Estoy convencido de que la Iglesia está cumpliendo esa función social que le compete. ¿Se podría hacer más y mejor? Siempre. Pero me consta de sacerdotes que han acentuado sus visitas a determinadas familias con determinados problemas, siempre con las debidas precauciones, sé de equipos de pastoral de la salud, que al no poder visitar a los enfermos les llaman, se preocupan por ellos e incluso les posibilitan aquello que puedan necesitar. Sé que los equipos de Caritas han crecido en estos momentos porque se han multiplicado las personas que vienen a pedir ayuda en estos momentos críticos. Conozco alguna diócesis que han posibilitado que todas las personas sin techo puedan estar acogidas en centros de la Iglesia. Y otras acciones sencillas, pero no por eso menos importantes que solo Dios conoce. Porque allí donde hay un cristiano, está la Iglesia.
¿Por qué no ha conseguido como institución visibilizar bien su lucha contra la pandemia y no ha podido ni ha intentado romper el techo de cristal de los grandes medios, especialmente las televisiones?
Yo pienso que uno de los problemas de la Iglesia es el problema de la comunicación, las formas, el lenguaje, los medios para hacer presente el mensaje. Hemos de plantearnos una y otra vez qué imagen estamos dando, porque algunas veces nuestros hechos y nuestras palabras oscurecen la luz más hermosa que jamás la humanidad podrá contemplar que es Jesucristo, y éste crucificado y resucitado.
Al principio de toda esta situación, por un lado estaba quién preguntaba dónde estaba la Iglesia ahora, que no se le veía, y es cierto, pero yo también les contestaba: está donde siempre, detrás de la cámara, porque delante de ella para la foto ya se ponen otros, y esto lo digo porque estoy totalmente convencido de que es así.
Pero después, poco a poco, se ha ido haciendo pública su labor, quizás porque desde distintas realidades pequeñas se han ido dando a conocer y porque también la Iglesia ha visto la necesidad de dar conocer su labor en esta situación.
Creo que algunas veces tenemos miedo a los medios de comunicación y los podemos ver como enemigos, y los evitamos, y algunas veces, ciertamente, no ponemos ante ellos la mejor cara. También es cierto que en otras ocasiones los medios solo nos buscan cuando hay un escándalo de un tipo o de otro. Lo cierto es que es un campo que tenemos que seguir trabajando.
"Algunas veces nuestros hechos y nuestras palabras oscurecen la luz más hermosa que jamás la humanidad podrá contemplar que es Jesucristo"
¿La crisis del coronavirus está haciendo aflorar el lado religioso de mucha gente, hasta ahora escondido o tapado? ¿Los indiferentes religiosos volverán al catolicismo o se irán definitivamente en busca de nuevas espiritualidades?
Yo no podría responder a esa pregunta porque en estos momentos apenas me relaciono con gente, fuera de las redes sociales, dada la situación que vivimos, pero es cierto que esto ha provocado un cierto despertar religioso, ¿sabremos encauzarlo correctamente? De esto me he dado cuenta porque en algunos de los grupos, en redes sociales, en los que estoy, aparecen algunas imágenes o comentarios que quizás antes hubiese sido impensable ponerlos. ¿Esto quiere decir que gente alejada volverá a la Iglesia? Creo que esto solo será posible si llegan a descubrir en nosotros a un Jesucristo con los brazos abiertos que colma sus expectativas y que ante todo les ama y les perdona, les comprende y acoge, les anima y ayuda, alguien que es compañero de camino y que no busca sus errores teológicos o lagunas dogmáticas o doctrinales para contarlos entre los suyos, sino que sencillamente los quiere por ser quien son. Hemos de dar el paso serio de dejar de ser jueces y convertirnos en hermanos, de ofrecer a Jesucristo en vez de normas y doctrinas, porque esto vendrá por añadidura, porque el que ama tiene superada la ley, y cuando uno tiene experiencia del amor de Dios, su ley no es una carga sino una liberación.
¿Se ha consagrado Internet (otrora demonizado por muchos clérigos) como un gran medio de humanización y de evangelización?
Sin lugar a dudas. Nadie puede negar que en estos momentos internet nos ha ayudado a estar más cerca, y a ser más humanos. Son muchos los que se han incorporado en este nuevo “areópago” para llevar el Evangelio de Jesucristo. Ya el papa Benedicto XVI nos hablaba de internet como el continente digital donde tenemos que estar. No solamente no hay que demonizar internet, sino que hay que servirse de él, para humanizar nuestra sociedad, para poner en el centro a la persona, por encima de toda ideología, economía o partidismos. Demonizar hoy internet es no haber descubierto un medio que el Señor pone a nuestro alcance para que su palabra llegue más allá y llegue a otros. Comer y beber es una gracia de Dios pero como no hagas buen uso de la comida podrás perjudicarte tú y a los que están a tu alrededor, y de esto tenemos muchos casos, pero no por ello dejamos de comer y beber.
De hecho gracias a este medio, muchos pastores han podido estar al lado de sus fieles, teniendo encuentros virtuales con ellos, escuchándoles, animándoles, orando. Han podido hacer llegar celebraciones y oraciones hasta el último rincón del pueblo de Dios a ellos encomendado. Gracias a internet muchos han podido sentirse menos solos y más unidos.
Aquí quisiera destacar la gran creatividad que han tenido los jóvenes, y los no tan jóvenes, para celebrar el Triduo Pascual desde sus casas con gestos, símbolos, oraciones concretas, acompañamiento a grupos….
También es verdad que el papa Francisco nos advierte del peligro de “viralizar al pueblo de Dios”. El papa nos recuerda la importancia de los sacramentos y vivir la unidad, también físicamente. Añadía el papa: “una familiaridad sin comunidad, sin el pan, sin la Iglesia, sin el pueblo, sin los sacramentos, es peligrosa, puede convertirse en una familiaridad gnóstica, solo para mí, separada del pueblo de Dios”.
Pero veo claro, que si sabemos hacer buen uso de las cosas, este peligro, realmente presente, podremos superarlo, y hacer que internet siga siendo la red que nos ayude a estar interconectados, a compartir lo mejor de cada uno de uno de nosotros y a hacer posible que Jesucristo circule por esos caminos virtuales como lo hace por los físicos, siendo Buena Noticia para todos y para siempre.
¿Cómo será la Iglesia del postcoronavirus? ¿Qué características tendrá? ¿Hacia qué líneas de fondo apuntará? ¿Afectará a las reformas del Papa Francisco?
Esta es una pregunta que muchos nos hacemos. Cada vez que se oye decir que muchas cosas cambiarán muchos nos preguntamos: qué, cómo y para qué. Yo soy de las personas que siguen en reflexión en este tiempo y no tengo respuestas para ello. Pero si puedo decir que la Iglesia de postcoronavirus tendrá que ser:
Una Iglesia resucitada, que se sabe impulsada y renovada por el Espíritu Santo. Esto implica dejarse hacer por el Espíritu, que como viento, sopla donde quiere y como quiere.
Una Iglesia que se vive y se experimenta como “Iglesia doméstica”, creo que esto es una de las cosas que, si hemos sabido estar atentos al Espíritu, habremos podido descubrir y potenciar en estos días.
Una Iglesia más laical, porque ciertamente han sido muchos los laicos que han tomado iniciativas y las han llevado a cabo en coordinación con sus pastores, pero con un protagonismo y responsabilidad especial.
Una Iglesia más solidaria. Una Iglesia “hospital de campaña”, (y esto lo hemos visto de una manera especial) que se hace presente en medio del pueblo con el aceite del consuelo y el vino de la alegría.
Una Iglesia pobre y para los pobres. En estos días estamos también experimentando esa situación de pobreza, que podemos tocar con las manos y desde donde hemos de renacer.
Una Iglesia cercana a los enfermos y ancianos. En estos días hemos tenido la oportunidad de ver cuán necesario es la atención a este sector tan vulnerable.
Una Iglesia acogedora y abierta al de al lado. Que se hace “prox(j)ima”. Quizás en estos días, muchos han tenido la oportunidad de conocer y “reconocer” a sus vecinos y tomar conciencia de que uno no es una isla, sin más, a lo sumo, un archipiélago conectado. En este sentido hemos de suscitar iniciativas que sigan potenciando esta dimensión.
Una Iglesia que nos ayude a valorar lo esencial dejando a un lado lo secundario, accesorio, lo que se nos ha pegado por el camino y que hemos de sacudírnoslo.
Una Iglesia, maestra en humanidad, más cercana y más solidaria con los pobres, que construye desde abajo, desde los que no cuentan.
Una Iglesia creativa ante los nuevos retos que pueden presentarse.
Una Iglesia que con naturalidad, sencillez, humildad y espontaneidad se hace presente en la vida pública para que llegue a ser reconocida agente de transformación social.
Una Iglesia que conoce de cerca el mundo del trabajo y las situaciones personales por las que cada familia puede estar pasando.
Una Iglesia que se hace presente en el mundo de la cultura entrando en profundo diálogo con esta realidad.
Una Iglesia con capacidad para formar líderes, auténticos agentes de transformación social, que desde el mundo socio-político trabajen por el bien común.
Una Iglesia que deja un protagonismo especial a los jóvenes puesto que son ellos los que han tenido, durante este tiempo, y siguen teniendo iniciativas especiales que conectan realmente con otros jóvenes.
Una Iglesia que reconoce su vulnerabilidad y su fuerza, que viene de la acción del Espíritu Santo en ella.
Una Iglesia viva que CELEBRA LA VIDA, subrayo este aspecto porque creo que nuestras acciones cultuales carecen, muchas veces, de esa concepción celebrativa auténtica. Es necesario no solo vivir el gozo del encuentro con el Señor, sino expresarlo en las propias categorías en que lo hacemos con cualquier otra experiencia gozosa. Creo que en estos días, a pesar del dolor y el sufrimiento, hemos cantado y expresado con alegría, el sabernos unidos, el saber que podremos vencer etc.
¿Podrá seguir manteniendo su actual estructura económica, territorial y funcional?
El papa Francisco ya nos invitaba a un cambio estructural, a una conversión pastoral, que comenzaba por una conversión personal. Se han dado pasos al respecto, pero quizás sea el momento de replantearse con seriedad, sin miedo y con la confianza puesta en el resucitado, que muchos de esos cambios estructurales tienen que llevarse a cabo. Porque no podemos pretender tener resultados distintos si siempre hacemos lo mismo. Repetimos lo mismo una y otra vez y tenemos los mismos resultados que no satisfacen a nadie, porque en el fondo, no es voluntad de Dios. Hemos sido llamados a dar fruto y a que nuestro frute dure, y además es por ese fruto por el que se nos conocerá, por tanto lo que no está dando fruto es porque Dios no lo bendice, quizás Dios no lo bendice porque no es su voluntad. ¿Sabremos verlo? Es verdad que los cambios cuestan, porque en el fondo, lo conocido da seguridad, lo desconocido es un riesgo. Pero los cristianos, los que creemos en la acción del resucitado en nuestra vida no nos apocamos como gente sin esperanza, sino que estamos llamados a vivir el riesgo, propio de la intrepidez del que confía en la acción del Espíritu Santo. Y si nos equivocamos, rectificamos, pero, ciertamente no hay mayor error que mantener unas estructuras caducas y que no ayudan a cumplir el deseo de Jesús: “Haced discípulos”.
Creo, que hoy más que nunca, son necesarios espacios de oración y reflexión donde juntamente laicos con los pastores, nos pongamos, sinceramente, a la escucha de lo que Dios quiere y empecemos a hacerlo realidad. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
¿La pandemia ha despertado en el laicado la conciencia de su ser 'pueblo sacerdotal' y, por tanto, la exigencia de asumir ministerios ordenados?
Como decía anteriormente la pandemia creo que ha despertado la conciencia de ser “Iglesia doméstica” de una manera especial. De sentir que como bautizados somos la Iglesia, en el hogar, comunidad de vida y amor, que desde ahí irradia la luz del Evangelio. Creo que hemos dado un paso a la hora de tomar conciencia de nuestro sacerdocio bautismal.
Pienso que tenemos que seguir trabajando en ir despertando y asumiendo en el laicado el ser pueblo sacerdotal, con lo que eso conlleva, pero también el ser un pueblo profético y real. Porque estamos llamados a anunciar y a denunciar, porque estamos llamados a cuidar y acompañar.
Creo que estamos en un momento precioso para seguir reflexionando sobre el tema de ser “Iglesia ministerial”, como auténtico don, como auténtica llamada. Es un momento de despertar en lo concerniente a los ministerios laicales como un servicio evangelizador, testimonial y transformante en nuestra Iglesia y nuestra sociedad.
Como he comentado en una cuestión anterior, no hemos de tener miedo a poner en oración y reflexión, el papel del laico en general y de la mujer en particular. Los apóstoles desde el principio nos dice el libro de los Hechos de los Apóstoles, ante algunas controversias se reúnen para discernir el asunto. Algunos se discernieron en una línea y otros en otra. Reflexionar sobre el proyecto de Dios aquí y ahora en nuestra Iglesia, en nuestra sociedad, no solo no es traicionar su voluntad, sino vivirla en el “hoy” que nos ha tocado vivir, por tanto creo, que una de las cosas que hemos de hacer es expulsar los miedos que tenemos cada vez que alguien nos propone reflexionar sobre un asunto concreto. Creo que algunas veces queremos hacer las cosas de Dios sin contar con Dios porque parece que nos interesan más las cosas de Dios que el Dios de las cosas.
¿Habrá que revisar la actual praxis sacramental, especialmente de la eucaristía y de la penitencia?
Yo creo que todo tiene que estar en continua revisión y actualización con el fin de ser cada día fieles al deseo originario de Jesucristo. Es cierto, que pienso que muchas veces la celebración de las eucaristías, son de todo, menos expresión de la presencia del resucitado que se hace “realmente” presente y que transforma nuestras vidas. Siento, con dolor, que muchas veces son celebraciones ajenas a la vida del santo pueblo de Dios y se convierten en un acto de culto o piedad devocional personal. Y pienso que en muchos casos esto ocurre, porque no ha habido un encuentro real y personal con Jesucristo y así tenemos práctica religiosa pero no una fe que envuelve toda nuestra vida, toda nuestra existencia, que configura todo lo que somos. No se trata de culpabilizar a nadie, lo repito, a nadie, pero sí de empezar a crear espacios de diálogo sincero para hacer frente a estos retos.
Yo una cosa que pienso con relación a la penitencia y me parece la clave fundamental es que los sacerdotes hemos de ser auténticos misioneros de la misericordia, nadie puede irse de nosotros con una carga más de la que vino. La experiencia de acogida, amor, misericordia y liberación que trae Jesucristo hemos de hacerla real, expresiva, contagiante, y no solamente en lo referente al tema sacramental, sino en todos los momentos de encuentro con los demás en los que estamos llamados a ser misericordia encarnada, y además, provocar esos encuentros y no esperar a ser encontrados. En la medida que nosotros descubramos que la misericordia nos ha salido al paso y nos ha transformado la vida, nos convertiremos en agentes de misericordia.
Es verdad que nosotros no somos un consultorio psicológico pero no nos vendría nada mal aprender de la psicología la manera técnica de acoger y escuchar, porque estas habilidades no se reciben con la imposición de manos.