"Recomiendo la lectura de 'La eutanasia, una opción cristiana'" Juan José Tamayo: "La Iglesia, en la cuestión de la eutanasia, tiene tics fundamentalistas"
"En la profundidad de la persona se halla el lugar de decisión sobre la conducta de uno mismo"
"Numerosos ejemplos argumentan a favor de la eutanasia desde el cristianismo. Dos de ellos son la eutanasia activa, es decir, la elección voluntaria de la muerte, por parte de los mártires, y la eutanasia ascética"
"La máxima del propio Jesús de Nazaret, “Misericordia quiero, no sacrificios”, es muy afín a la ética epicúrea"
"La máxima del propio Jesús de Nazaret, “Misericordia quiero, no sacrificios”, es muy afín a la ética epicúrea"
En pleno debate sobre la eutanasia he vuelto a leer La eutanasia, una opción cristiana (Editorial GEU, Granada, 2010), un libro valiente, documentado y riguroso, que he leído con verdadera fruición. Su autor es Antonio Monclús, catedrático de Pedagogía en la Universidad Complutense de Madrid, fallecido en 2016. Monclús es consciente de que el campo en el que juega le es adverso y que juega solo frente a un equipo de jugadores bien pertrechados bajo una portería anti-eutanásica. Sin embargo, no se siente condicionado por los prejuicios al uso, ni por las timideces políticas ni por las estrecheces eclesiásticas, ni por las dificultades que puedan ponerle los moralistas y que supera airosamente con gran coherencia en sus planteamientos.
Aborda el tema de la eutanasia en directo y en toda su complejidad, pero, eso sí, sin desconocer las dificultades de todo orden con las que va a chocar a lo largo de su investigación. Me gusta el toque de heterodoxia en el tratamiento del tema. Constantemente se sale de lo política, moral y teológicamente correcto y se coloca en la frontera. Piensa con libertad sin dejarse influir por un imaginario colectivo adverso. Y lo hace con una excelente pedagogía, como corresponde a un catedrático de esa disciplina que cuenta con un amplio bagaje filosófico, teológico y científico-social. Es uno de los méritos del libro que, dentro de su profundidad, es de lectura muy asequible.
El autor defiende la eutanasia desde dentro del cristianismo como opción cristiana, enfrentándose a los intérpretes oficiales, cuyos argumentos expone con profundo respeto y objetividad para, a continuación, ponerlos en cuestión en clave interdisciplinar. Y todo ello en coherencia con la teología de la vida.
Monclús demuestra gran conocimiento de las fuentes bíblicas, teológicas, magisteriales y una extraordinaria soltura en el recurso a la hermenéutica crítica de los textos frente a las lecturas fundamentalistas y dogmáticas. El conocimiento de los textos sagrados y la fundamentación bíblica de sus planteamientos es una de las más gratas sorpresas que encuentra el lector en este libro. El recurso a los métodos histórico-críticos y la lectura hermenéutica que hace Monclús de la Biblia cristiana choca frontalmente con la exégesis del magisterio de la Iglesia, que sospecha de los métodos histórico-críticos y tiene ciertos tics fundamentalistas. Monclús no es exegeta, pero se asesora con las obras de algunos de los mejores biblistas actuales.
El libro demuestra un excelente conocimiento de las fuentes patrísticas y de los más cualificados teólogos de los primeros siglos del cristianismo: Pablo de Tarso, Tertuliano, Orígenes, Agustín de Hipona, que influyeron decisivamente, y no siempre de manera positiva, en la conformación del pensamiento moral del cristianismo posterior. Una de sus guías más fiables es la de los estudios del cristianismo primitivo y de su relación con el helenismo de Jaeger.
La obra demuestra, igualmente, un conocimiento profundo de los argumentos del magisterio eclesiástico, sobre todo de los más recientes de los papas y del episcopado español, que cita amplia y directamente. Y responde a los mismos con solidez argumental y desde la ética de la vida buena y la muerte digna, inspirándose en importantes filósofos y teólogos de ayer y de hoy como Dietrich Bonhoeffer, Edward Schillebeeck, Hans Küng, Juan Masiá, Gianni Vattimo y Roger Haight, entre otros.
Este artículo no pretende sustituir la lectura del libro, que recomiendo ya desde ahora. Solo quiere servir de introito y de guía para una más fácil comprensión. Tres son las principales ideas de la obra. La primera es que en la profundidad y profundidad de la persona se halla el lugar de decisión sobre la conducta de uno mismo. Lo que implica honestidad radical y sinceridad íntima de la persona consigo misma.
Destaca el papel fundamental que le corresponde a la conciencia en la toma de decisiones, y muy especialmente en el caso de la eutanasia. La conciencia es el espacio más insobornable y menos venal del ser humano, al tiempo que constituye la base de una ética personalista. Decidir y actuar en conciencia es lo que conforma a la persona como ser moral. Monclús habla, muy certeramente, de la “sinceridad espiritual de la conciencia”.
Una segunda idea-eje es que eutanasia es una opción cristiana, y lo es desde la defensa de la vida, de la vida en plenitud en el más genuino sentido evangélico o, si se prefiere, jesuánico, que hoy podríamos traducir como calidad de vida. Es la tesis fuerte del libro, que demuestra con numerosos ejemplos y argumentos consistentes. Dos de ellos son la eutanasia activa, es decir, la elección voluntaria de la muerte, por parte de los mártires, siguiendo los relatos y testimonios de tres escritores de la época: Eusebio de Cesarea, Lactancio y Cipriano de Cartago (202) y la eutanasia de la ascética, que, con Tomás de Kempis, llega a la apología del desprecio de la vida humana.
"El cristianismo no es una religión dolorista, justificadora del sufrimiento, al que reconozca un sentido redentor y expiatorio"
La tercera idea se concreta así: el cristianismo no es una religión dolorista, justificadora del sufrimiento, al que reconozca un sentido redentor y expiatorio. Todo lo contrario. Es una religión que lucha contra el sufrimiento y sus causas. En este punto se da la mano con el buddhismo, con quien comparte la experiencia de la compasión, conforme a la máxima del propio Jesús de Nazaret: “Misericordia quiero, no sacrificios”, muy afín a la ética epicúrea, tan denostada por determinadas corrientes del cristianismo: “Vana es la palabra del filósofo que no sea capaz de aliviar el sufrimiento humano”.
La compasión, entiéndase bien, no significa sentir pena, lamentarse pasivamente de las desgracias del otro, sino ponerse en su lugar, del lado de los sufrientes de la historia, identificarse con ellos, hacer suyo su sufrimientos, condividirlos y luchar contras las causas que lo provocan.
Nadie piense que el libro cierra el debate sobre la eutanasia ni que llega a conclusiones cerradas. Muchas son las cuestiones que deja intencionadamente irresueltas. Y ese es otro de sus méritos. Seguro que quien lea el libro, lo hará asintiendo y disintiendo. Me parece un buen método y un excelente ejercicio de libertad de pensamiento y de conciencia, que engrandece al lector, al libro y al autor.